José Luis Parra
La nueva Corte Suprema todavía no estrena toga y ya se presentó ante la Embajada de Estados Unidos. Puntuales, los futuros ministros se acercaron a Ronald Johnson con un mensaje sencillo y efectivo: No se preocupen, nadie se escapa. Ni los narcos, ni sus primos, ni sus contadores. Un pequeño gesto de cortesía internacional, claro, pero también una declaración de intenciones.
El presidente del tribunal, aunque aún sin investidura formal, ya opera con disciplina militar. Lo hace en sintonía con dos entidades que no acostumbran pedir permiso: el Departamento de Estado y Omar García Harfuch. Estados Unidos pone el tono. Harfuch la partitura. La Corte canta. Pam Bondi lo aplaude.
Así se escribe la nueva partitura del Poder Judicial: la justicia como instrumento de política exterior. ¿Independencia? Solo la de los ministros para decidir qué tanto quieren agradar a Washington.
Orden desde el Norte
El embajador Johnson no pidió garantías para empresarios, sino para fiscales. No se quejó de la reforma electoral, ni del control presupuestal, ni de la militarización de la justicia. Solo pidió que no se libere a gente que puede hablar más de la cuenta. Y los ministros respondieron como los buenos alumnos: claro que sí, señor embajador.
El acuerdo implícito —porque no hubo firma, pero sí promesa— sirve para calmar los nervios del empresariado transnacional que ya da por perdido cualquier litigio contra el Gobierno mexicano. Lo fiscal, lo aduanal, lo castrense, todo eso puede esperar. La seguridad primero, dicen cerca de la embajada. Negocios después. Democracia… algún día.
Harfuch, el interlocutor
En ese juego de vasos comunicantes, García Harfuch es el único autorizado para tocar la puerta del máximo tribunal. Todo pasa por él: la estrategia, los nombramientos, las recomendaciones. Y fue él quien bendijo a Néstor Vargas, nuevo administrador y cancerbero del presupuesto judicial. Poca experiencia en justicia, mucha cercanía con el poder. Fórmula probada.
Esa coordinación no es casualidad, es arquitectura. Y el diseño no es nacional: es transfronterizo. Porque si algo aprendió esta administración es que, para tener paz con Washington, hay que entregar estabilidad… aunque cueste autonomía.
Corte Suprema, Sucursal México
Lo más delicado no es el mensaje, sino el destinatario: los futuros ministros quieren evitar que la Casa Blanca se convenza de que México es un territorio de impunidad. ¿Y qué mejor forma que prometer mano dura? ¿Contra quién? Contra todos los que molesten.
El narco, sí, pero también sus cómplices financieros. Empresarios incómodos. Familiares incómodos. Y si hace falta, jueces incómodos. Todo por mantener la ilusión de un Estado funcional. El espejismo de una Corte suprema… subordinada.
La justicia como frontera
Esta nueva Corte no se conforma con aplicar justicia: ahora la administra con código penal en una mano y GPS en la otra. Decidirá a quién se encarcela con base en coordenadas geopolíticas, no en pruebas. El Derecho penal como muro fronterizo.
La justicia mexicana empieza a parecerse a la migración: con filtro previo de Washington. Y aunque nadie lo diga abiertamente, en esta Corte habrá dos códigos: uno para los aliados del régimen, y otro para los enemigos de la embajada.
Que no se diga que no hay justicia en México. Solo hay que saber a quién sirve.