Europa es el epicentro de la cultura y la civilización occidental, modelo a seguir por muchas naciones en lo político, económico y social. Sin embargo, el viejo continente no ha logrado despojarse del fantasma de la guerra, incluso hoy en día, en los confines de Europa oriental, Ucrania combate a Rusia en defensa de su soberanía e integridad territorial.
Al caminar por las milenarias calles de Italia, o las impolutas plazas de los Países Bajos, es difícil imaginar que hace apenas ocho décadas estuvieron reducidas a escombros y que ahí se libraron fuertes combates en contra de la brutal agresión nazi. Lo anterior da cuenta de que los europeos no han dejado de guerrear entre si desde hace muchos siglos, pero también marca la trascendencia de la Batalla de Waterloo la cual dio al viejo continente un periodo de 99 años de paz.
La Batalla se libró el 18 de junio de 1815 en Waterloo una pequeña localidad al sur de Bruselas, ubicada en la región del Brabante Valón. Ahí las fuerzas de la Séptima Coalición formada por Reino Unido y aglutinando a Prusia, los Países Bajos y reinos y ducados germanos infligieron la derrota definitiva al Primer Imperio Francés y a su Emperador Napoleón I.
La Coalición estuvo mandada por el brillante militar británico Arthur Wellesley, el Duque de Wellington, quien se distinguió antes combatiendo a los franceses en la península ibérica y auxiliado por el competente mariscal prusiano Blucher. Los franceses a su vez fueron mandados por su emperador.
Napoleón Bonaparte nació en Córcega en 1769, provino de la modesta nobleza italiana de la isla, pronto emigró a la Francia continental donde sorteo las difíciles jornadas de la Revolución Francesa y sus sucesivos enfrentamientos bélicos, forjando una ascendente carrera militar como uno de los grandes genios militares de la historia hasta nuestros días. La espada fue el instrumento con el cual Napoleón pavimento el camino que lo llevó al poder absoluto y en consecuencia a ser coronado emperador de los franceses el 2 de diciembre de 1804 en la Catedral de Notre Dame en Paris.
El boato y la gloria imperial exaltaron la figura del emperador, llamado despectivamente “ le Petit Caporal” por sus detractores, sin embargo, el precio fue muy caro y desembocó en las Guerras Napoleónicas libradas dentro y fuera de Europa, una serie de enfrentamientos que dieron a Napoleón vibrantes victorias que hoy continúan siendo referentes de la historia militar como Austerlitz o Wagram, pero que también desembocaron en coaliciones y alianzas de los estados europeos en contra del Gran Corso.
Napoleón parecía imbatible hasta que cometió el error de invadir Rusia en 1812, ahí la “Grande Armée” se enfrentó no solo al legendario patriotismo del pueblo ruso, sino a la inmensidad del territorio y al implacable “General Invierno” que redujo las orgullosas formaciones imperiales en hordas desharrapadas que a duras penas volvieron congeladas y vencidas a casa. El mismo error de Napoleón lo cometió Hitler en 1941, precipitando la caída de Berlín y el fin del Tercer Reich en 1945.
El desastre en Rusia, animó a los adversarios de Napoleón a atacarlo, por lo que entraron a Paris en1814, obligándolo a abdicar y partir a su primer exilio en la isla de Elba.
El inquieto emperador, picado en su orgullo, no se resignó al exilio y mucho menos a la derrota, buscando la revancha, burló a sus captores escapando de Elba y desembarcando en Francia el 1 de marzo de 1815. El escape encendió todas las alarmas en el continente, Luis XVIII, el Borbón restaurado en el trono de Francia por los aliados, envió tropas a detener al emperador, sin embargo, estas tropas en lugar de aprehenderlo se le unieron en masa al igual que los antiguos veteranos de la “Grande Armée”, pronto el Gran Corso tomó Paris e hizo temblar a sus adversarios.
Las potencias europeas, alarmadas se reunieron en el Congreso de Viena, y ahí Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia declararon a Napoleón fuera de la ley y se decidieron a combatirlo. Entonces el emperador aplicando la máxima de que la mejor defensa es el ataque, tomó la iniciativa y se lanzó en contra de sus enemigos. Su estrategia fue atacarlos por separado y derrotarlos antes de que se unieran para vencerlo.
Finalmente, el 18 de junio de 1815 las fuerzas de Napoleón y Wellington se encontraron frente a frente en Waterloo, la víspera llovió intensamente y el emperador espero a que el campo se secara para atacar a los británicos, a su vez Wellington apostó al refuerzo de los prusianos para juntos derrotar al enemigo, incluso muchas representaciones artísticas posteriores retratan a Wellington con un reloj en la mano, haciendo alusión a la espera de las tropas de Blucher.
El combate se desató con furia, pero el tiempo perdido por Napoleón esperando un campo seco fue fatal, jamás imaginó que los prusianos irrumpieran a tiempo en la batalla reforzando a los británicos y por ende decidiendo la derrota de los galos, la Guardia Imperial francesa fue rebasada y a duras penas el emperador pudo escapar. Napoleón logró regresar a Paris, aun con la esperanza de reponerse del revés y organizar la resistencia, pero ya todo estaba perdido, sus enemigos fueron tras de él. En julio, Napoleón se embarcó con el proposito de llegar a Estados Unidos, pero fue interceptado por la flota británica, hecho prisionero y exiliado a la isla de Santa Elena en el pacifico sur, donde vivió recluido hasta su muerte el 5 de mayo de 1821.
La victoria de Wellington en Waterloo acabó con el primer imperio francés, consolidó al imperio británico como dueño de una tercera parte de la geografía mundial, dio paso al prospero reinado de la reina Victoria, pero sobre todo brindó al territorio europeo casi un siglo de paz que violentamente se interrumpió el verano de 1914 con el estallido de la Gran Guerra, el conflicto más cruento que hasta entonces conoció la humanidad y cambió no solo la visión de la guerra sino de la geopolítica, así como el nuevo orden mundial.