José Luis Parra
Mientras los cadáveres siguen sumándose a la cuenta nacional de la barbarie, los mexicanos se preguntan, a media voz o gritando en redes: ¿dónde está el Bukele mexicano? Porque urge. Porque el país se nos desangra entre balaceras, encobijados, fosas y políticos en modo florero.
La violencia no solo no cede: se regodea. Se pasea impune por calles, por plazas públicas, por despachos gubernamentales donde se pronuncian discursos huecos y se posan sonrisas cínicas para la foto. En este contexto, donde la desesperación le lleva ventaja al Estado de derecho, el deseo colectivo se concreta en una figura autoritaria, firme, de botas bien puestas y sin miedo a pisar callos: el tan mencionado Bukele criollo.
¿Y dónde está? ¿Se está formando en algún cuartel, en una oficina sin ventanas, en alguna empresa con muchos ceros? No hay señales claras. Pero hay dos nombres que —aunque les falta mucho— aparecen en la conversación: Omar García Harfuch y Ricardo Salinas Pliego.
Uno es policía. El otro, empresario.
Ambos despiertan morbo, temor o esperanza, dependiendo de quién los mire. El primero, con cara de niño bueno y mirada de sniper, fue aplaudido por muchos tras la detención de criminales de alto calibre. El segundo, un showman de las finanzas, tuitero furioso, que se siente más cerca del pueblo que varios políticos de banqueta.
¿Pueden ser opciones reales? Puede ser. En México ya vimos todo: actores como diputados, boxeadores como gobernadores y comediantes en el Congreso. Así que no se descarta nada. Total, peor que los actuales, imposible.
La clase política tradicional sigue en su nube, creyendo que el pueblo los ama mientras el pueblo los manda por un tubo. Se requiere alguien que no venga del establo podrido de siempre. Que no se apellide como los que nos fallaron. Si no se crea pronto esa figura, el país va directo al carajo.
SONORA: LA FUNCIÓN EMPIEZA
Y mientras se buscan salvadores, en Sonora los políticos ya se subieron al ring. La función 2027 comenzó.
Desde la capital se reportan jaloneos que más que políticos parecen telenovela barata. El gobernador Alfonso Durazo y el alcalde de Hermosillo, Toño Astiazarán, ya no se soportan. Literalmente. Coincidieron en un evento de vivienda y el saludo fue esquivado con la habilidad de un torero veterano. El público no supo si reír, aplaudir o llorar.
A la par, Toño juega sus cartas. Se deja ver con Ricardo Bours, Ramón Corral y Máster Dagnino. Uno del PRI, otro del PAN, el otro más suelto que jabón en regadera. ¿Qué buscan? Una especie de “Sonora sin partidos”, con caras nuevas (o recicladas), pero alejadas de las marcas tóxicas.
Claro, no todo es armonía. Toño quiere imponer como candidata a la alcaldía de Hermosillo a Flor Ayala, con currículum tricolor. Pero los panistas insisten en Alejandro López Caballero, exalcalde, con más ganas que arrastre. ¿El resultado? Una alianza fracturada antes de tiempo. Y el PRI, como siempre, viendo a quién se le pega para seguir respirando.
Y para rematar el sainete, aparece un sondeo que ubica a Luis Donaldo Colosio Riojas como puntero en Sonora. Aunque se trate de una figura nacional, su sombra alcanza la arena local. El apellido sigue pesando. Y la historia, ya lo dijimos, se escribe con sangre. En Sonora más.
¿CON QUÉ CARA?
La tragedia de fondo sigue siendo la violencia. Una constante que no respeta calendario electoral. En Sonora, en Hermosillo, en Caborca, en todo el país. Se mata a plena luz del día, se entierra en la oscuridad, y las autoridades piden pruebas mientras las madres buscan huesos con las uñas.
La democracia, en estas tierras, cuesta vidas humanas. Y la gobernabilidad, a veces, depende más del crimen que del Congreso. Por eso urge, con toda urgencia, ese personaje que imponga orden. O algo que se le parezca.
Pero cuidado: que no nos salga peor el remedio que la enfermedad.





