Norma Meraz
El año 2019 termina y el Presidente Andrés Manuel López Obrador, feliz, se cuelga dos medallitas.
Una, es la captura de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública Federal durante el mandato del Presidente Felipe Calderón, acusado por conspiración por tráfico de cocaína y por declaraciones falsas ante la Corte del Distrito Este de Nueva York, amén de haber recibido varios millones de dólares de parte del Chapo Guzmán. Su captura se dio en el Estado de Texas, EE. UU.
La otra medallita es la firma del T-MEC –Tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá– teniendo como sede Palacio Nacional y que ya sólo requiere del visto bueno del protocolo de enmiendas por parte de los Congresos de los tres países, para luego ser signado por los dignatarios correspondientes: Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump y Justin Trudeau.
Estas dos noticias suenan como cascabeles en los oídos del actual régimen pero, una vez más, tras esa música persiste el trueno de los problemas de fondo: el alto índice de inseguridad, violencia e impunidad; el aumento de los feminicidios, al tiempo que las manifestaciones sociales se hacen presentes en la capital del país y en algunos Estados.
La inconformidad de la sociedad se expresa de diferentes maneras y por distintos motivos.
Los que reclaman atención a demandas específicas, es decir, grupos que se hacen presentes reclamando algún derecho, por ejemplo: campesinos excluidos del subsidio al diésel o bien empresarios que exigen trato preferente en cuanto al pago de impuestos.
Existen otros ciudadanos o “colectivos”, que se manifiestan contra el statu quo.
Están inconformes con el gobierno actual, pero tampoco saben qué y cómo lo quieren.
Todas las actuales manifestaciones sociales en contra de lo establecido no tienen su origen en el pasado reciente, vienen de muy atrás en el tiempo
Los llamados regímenes “democráticos” –que nunca llegaron a serlo realmente– en todo el mundo están en crisis.
Hoy prevalece la insatisfacción con la política y la economía, con los partidos políticos y con los políticos y con las jerarquías políticas que polarizan a las sociedades. Las democracias polarizadas y plagadas de corrupción generan conflictos de fondo entre las clases sociales y por otra parte, alimentan la concentración del poder.
Las democracias con instituciones poco sólidas, frágiles, tienden con gran facilidad a la concentración del poder, como tantos casos en América Latina incluido México.
En otros países cuya tradición no ha sido precisamente la aspiración democrática, como China, Singapur y Corea del Norte, se da claramente la concentración del poder político, económico y, por si fuera poco, cibernético también, traduciéndose claramente en sistemas políticos autoritarios pues ahí la ideología, el poder y el Estado “soy yo”.
Las democracias avanzadas, como fueron el Reino Unido y Francia, no están exentas hoy de manifestaciones en contra del régimen actual, de tal manera que el problema de la democracia en el mundo no es esencialmente político, es social.
Su raíz está en el agotamiento de un ciclo que comenzó exitosamente en la transformación de un régimen innovador o revolucionario, estabilizó social, política y económicamente y se agotó cumpliendo su cometido.
Así pues, la vida de las democracias, en general, tienen un futuro incierto.
En México, las instituciones de la República, cada vez más acotadas por la Presidencia, abonan a la concentración del poder en una sola persona, el jefe del Ejecutivo.
En la democracia mexicana subyace la ambición del poder, no sólo de los políticos en activo –los partidos–, sino también de infinidad de grupos con intereses diversos que buscan un espacio de dominio. Desde el clero, los sindicatos, las universidades, los maestros, los empresarios, los comerciantes, hasta los narcos que, desde ya, ocupan vastas zonas en el país.
El poder está en la naturaleza del hombre, convertirá a este en” el lobo del hombre”, como lo llamaría Hobbes en su famoso libro el Leviatán.
Y así, la democracia, ¿tendrá futuro?
¡Digamos la Verdad!