homopolíticus
- Muertos: dos Veces Lleno el Estadio Azteca
Los que no saben gobernar, que obedezcan. William Shakespeare
Cuarentaiocho horas después de la desaparición de Camila [†] y 36 de la catarsis colectiva de Taxco por la muerte de la niña de ocho años, la gobernadora Evelyn Salgado prometió por escrito, con lentitud pasmosa, justicia rápida y libre de estorbos.
El presidente municipal, Mario Figueroa, sólo dio entrevistas telefónicas con declaraciones mentirosas. En otras democracias, ese señor estaría sujeto a proceso judicial, depuesto del cargo. Su policía —«eran seis y los rociaron de gasolina», mintió— dio una lección al mundo de cómo no atender una emergencia de tal magnitud, sin equipo, sin capacitación, sin protocolos. Para ponerle horror al crimen, su jefe de Policía culpó a la mamá, de la muerte de Camila. La revictimización debía ser castigada por lo menos con el cese e inhabilitación.
En tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador se tomó muy en serio eso de que son «días de guardar». La etiqueta impulsada en Palacio Nacional cuando les conviene, #ConLosNiñosNo, se dejó guardada en un cajón para otras ocasiones. La conversación en redes sociales por la muerte evitable de la niña, no contempló esa etiqueta, sino la de #JusticiaParaCamila, con sustantivos y adjetivos directos a la dirección exacta de Plaza de la Constitución sin número: Hartazgo, impunidad, venganza, turba, victimarios, terrible, linchamiento, homicidas, triste, nenita, horroroso, crimen, corrupción, narcos, fallido, coraje, sangre, niña, policía, institucional, abrazos…
Los muertos por violencia en México llegaron a los 180 mil, dos veces lleno el estadio Azteca, con otros 15 mil afuera.
Escribió Evelyn como gobernadora y como mujer. La estructura de su discurso, analizado su contenido, hace pensar que ella pudo participar contra los secuestradores y homicidas, una mamá viuda y dos hijos huérfanos, porque se sintió indignada, como las mujeres y hombres que hicieron justicia de propia mano ante la tardanza por flojedad e irresponsabilidad criminal de las autoridades federal, estatal y municipal.
La familia de Camila buscó ayuda gubernamental, sin encontrarla. Con enorme valor civil investigaron, obtuvieron pruebas, custodiaron a los responsables y esperaron a la autoridad. Nada hizo el gobierno estatal y municipal, controlado por los Salgado. La mujer murió en la agencia del Ministerio Público, no en un hospital.
«Me uno al dolor […] de la comunidad taxqueña». Deles, gobernadora, con todo, al fin que dos ya están muertos. Y llegaron los reproches a las mentiras: «Fue hace dos días», «Era antier», «No hizo nada, como siempre»… Se unió al linchamiento mediático contra las víctimas del tumulto.
La candidata opositora, Xóchitl Gálvez, dijo algo, acaso con oportunismo, o sin él, pero la candidata oficial, Claudia Sheinbaum, prefirió mantenerse en modo silente, disciplinada, subordinada. La entrega del bastón de mando fue simbólica. No ve ella un México con hambre y sed de justicia…
Nadie ha ofrecido disculpas a Camila, quien no debió perder la vida, de ninguna forma. No todas las tapas de los periódicos jerarquizaron la noticia. Por ejemplo, La Jornada la mandó a su contratapa, y en la parte baja. Nuevamente las redes sociales, las benditas redes sociales en las que no creía Andrés Manuel, feisbuc principalmente, dieron cuenta a México y al mundo del fracaso de la política de seguridad pública, de una vida libre de violencia, de la gobernanza sin corrupción de los tres niveles de gobierno.
Taxco está de luto. Una niña de ocho años, que no debió morir, les colocó el moño blanco a todos y llenó de corazones esa ciudad de gente honesta y trabajadora. La nobleza, debían saberlo los políticos, tiene un límite. Se es bueno hasta que se deja de serlo. No hay registro de una cosa así, sobrecogedora, reprobable, en la historia de la ciudad platera. Hay silencio. Nadie sabe nada, aunque todo lo saben todos. También hay coraje, mucha indignación. En cada veladora, oración, ofrenda de flores, pésame, va la indignación contra gobiernos y gobernantes. Camino al camposanto, ataúd banco, flores blancas, globos blancos, hay súplicas de justicia y lágrimas de los compañeros de aula de Camila. Todo un pueblo en unidad la despide.
Casi todos lloran a Camila. Los menos lloran a Ana Rosa [†], la mujer vilipendiada que, también, no debió morir —pero que murió a golpes, humillada, denigrada, en un espectáculo dantesco, de espanto y horror— si México fuera un país con mejor gobierno.