Por David Martín del Campo
Que nadie se llame a sorpresa. Los volcanes están ahí desde siempre y nosotros somos, quizás, los que llegamos demasiado tarde. Por lo demás, vivimos sobre el “cinturón de fuego del Pacífico”, de manera que los más de 500 volcanes registrados en el territorio nacional son parte de esa geografía telúrica.
El volcán Popocatépetl ha escogido este año electoral para añadirle “tremores” a la contienda electoral del EdoMex, que decidirá en mucho el destino político nacional de aquí al año 2030. Ni más ni menos.
Las erupciones recientes del Popo (que las autoridades han querido dulcificar como “exhalaciones de material ígneo”) no abonan en nada a los comicios que tendrán lugar ahí abajo, en Ozumba, Amecameca y Tlalmanalco, no se diga ya en Toluca, donde está por sucumbir el que fuera Grupo de Atlacomulco (RIP).
El escándalo mayúsculo fue en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, donde hace una semana fueron suspendidos los vuelos durante 36 horas, debido a que los piroclastos de la erupción (ceniza volcánica) fueron arrastrados por el viento hacia el norte y oriente del Popo. Se debe entender que ese polvo abrasivo es altamente dañino para los reactores (turbinas) de las aeronaves, que podrían sufrir por ello un daño fatal.
¿Pero de qué nos asombramos? Ya el gobierno de Ernesto Zedillo se había salado al inaugurarse con una erupción similar del Popocatépetl. Ahora les llaman “tremores”, pero el Himno Nacional es más inspirado al clamar por aquello… “y retiemble en sus centros la tierra”, luego de prevenirnos nueve veces sobre la necesidad, presencia o amenaza de la guerra como solución de nuestros conflictos. “¡Guerra, guerra, en el monte en el valle! ¡Los cañones horrísonos truenen!”. Nueve veces.
Las erupciones que anteceden a ésta última han sido la del volcán de Colima, en 2017; el Chichonal (Chiapas) en 1982, y el Paricutín (Michoacán) en 1943. La circunstancia no es para intranquilizarnos del todo, sino para recordarnos que nuestra existencia depende en mucho del azar con que despierta cada día la Naturaleza.
Sucedió en Cuicuilco, hace 10 mil años, cuando el volcán Xitle escupió magma hasta cansarse, sepultando aquella urbe del Preclásico, y dotando a las laderas de Copilco y el Pedregal de San Ángel de un manto de basalto que ha permitido la creación de una sorprendente arquitectura (cristal, aluminio y lava).
Lo ocurrido en Pompeya, sin embargo, fue la catástrofe misma. Ocurrida en el año 79 de nuestra era, la urbe romana simplemente desapareció bajo la lluvia de piroclastos que, para decirlo con llaneza, chamuscó a sus habitantes en esa “erupción plínica”. Así son llamadas por el testimonio que hizo Plinio el Viejo antes de sucumbir asfixiado por los gases que arrojaba el volcán Vesubio.
“Don Goyo”, le llaman los lugareños, acostumbrados ya a sus borborigmos cotidianos. Pequeñas sacudidas del terreno, extraños ruidos subterráneos, escapes de vapor aquí y allá. Un día son suspendidas las clases, otro se actualizan las señales de las vías de evacuación, por si fuera el caso. Semáforo en Amarillo nivel tres.
Es el infierno mismo asomando, dirán en el púlpito, porque el único ganón en 1943, fue Dionisio Pulido, bajo cuya milpa surgió el Paricutín y se jactaba de decir, meses después, “ése es mi volcán”, que tan magníficamente representaría el Doctor Atl en sus pinturas de asombro.
Los volcanes no perdonan, carecen de ideología, no asisten a los mítines de la maestra Delfina o Ale del Moral. Están ahí desde siempre, guardando su material clástico para mejor momento, recordándonos que las escrituras tienen en mucho razón. Votar, no votar, que todo es vanidad de vanidades a la hora del cataclismo.
Así que el domingo próximo, y retiemble la tierra, las casillas mexiquenses tendrán sus erupciones de furor y desencanto… o no. Todo mejor que la guerra, como antes, cuando a falta de democracia había que hacer acopio de fusiles. El Popo, ayer como hoy, ha sido testigo de esos arrebatos.