Analistas y editorialistas, sumamente cautos –o medrosos–, se han dejado influir por la especie teórica de que el Ejecutivo Federal –o lo que ya quede de él– no tiene facultades para intervenir contundentemente en la barbarie de Guerrero, de manera que se frene en el mundo la idea de que somos un país sanguinario y salvaje, corrupto, impune y sin remedio.
Que el proceso de desmantele y desdentado del aparato, iniciado por la torpeza de Miguel de la Madrid, apoyado por la ambición ilimitada de Carlos Salinas y sus desincorporaciones –y la codicia rupe$tre de Manuel Bartlett y sus ligas inmundas con lo peor de la delincuencia– ha tocado la esencia y socavado las bases del presidencialismo.
Que no tiene reversa el proceso, reflejado en la merma cotidiana de facultades ejecutivas del poder para trasladarlas a la creación de insulsos organismos con autonomía estatal y cero resultado profesional y popular, que se dedican a aumentar exponencialmente sus nóminas y presupuestos, para satisfacer los egos de “intelecuales” sin chamba conocida.
Que el crecimiento de la famosa ”sociedad civil” y de su robusto liderazgo (?) se expresa en partidos políticos impolutos, que exigen ser respetados y venerados, al grado de no sufrir ni el roce de una flor, en el ejercicio de sus truculentas actividades, depredadoras de los bolsillos ciudadanos.
Sí, parcialmente es cierto. Cuando se puso en boga el concepto de globalización, todos auguramos la muerte del Estado, pues el giro –que en principio obedeció a la idea de Marshall McLuhan de globalizar la aldea, desde el punto de vista comunicativo—se extendió para colmar las ambiciones de privatizadores y negociantes de la peor ralea. Inundó la idea que los occidentales teníamos del Estado.
La globalización marcó un parteaguas en el quehacer de la administración. Muchas iniciativas que se pudieron echar a andar en beneficio de los pueblos, conocieron del fracaso nonato o del abandono prematuro de los presupuestos estatales, y en cambio, se dejó florecer la rapiña y la delincuencia.
Proliferaron los carteles, con apoyo desde el poder, y la inmunidad se convirtió en razón de ser del aparato estatal. Política y delincuencia, sobre todo en nuestro caso, se expandieron, a costillas de la seguridad y la gobernabilidad requeridas para los mínimos del desarrollo. Nació, esplendente, la figura del narco-Estado. La teoría Salinas-Bartlett tomó carta de naturalización.
Ese temor del pasado, que nos ataca como la memoria al elefante, envuelve los temores a ejecutar lo que “antes se podía y ya no”, creando un mito político alrededor, sobre las facultades metaconstitucionales que tenía el presidencialismo y que hoy son imposibles de llevar a cabo. El carpicismo elevó lo mateconstitucional a la categoría de “satánico”.
Sin embargo, es necesario poner las cosas en su lugar y “desfacer entuertos”, como decía el ilustre manchego. En México nunca, nadie, ha tenido la facultad constitucional de derrocar a un gobernador para hacerlo pagar sus responsabilidades no asumidas.
Ni Ruiz Cortines que descabezó doce gobernadores alemanistas —entre ellos al papá de Bartlett–, ni Salinas que quitó de en medio a alrededor de una decena de estorbos para su ge$tión (¿) –y en venganza por su derrota real en las urnas—tuvieron nunca una facultad de ese tamaño. Siempre fue responsabilidad de otros poderes, con o sin juicio político de por medio.
Lo que pasa es que hoy, la ausencia de normatividad es el mejor escudo para alegar la inactividad… o el miedo a ejercer el poder. Nadie repara en que si no hubo en el pasado una facultad metaconstitiucional, ¿cómo es que se pudo hacer?
La respuesta es muy corta y muy larga, según se vea. Está demasiado cerca o demasiado lejos, si el que la evalúa es un tecnócrata o es un político. La respuesta se llama capacidad de operación entre los actores del escenario, persuasión, modos y maneras de los convencimientos políticos. Tomas y dacas del estilo personal del Ejecutivo. Nada más.
No es posible que la necedad y el cinismo de un enano del tapanco, cual sin duda es Ángel “El Gordo” Aguirre, ponga en entredicho la operación política y el arsenal de capacidades de un gobierno que está siendo juzgado como tembleque por todas las instancias de poder y de opinión internacional y de un pueblo que está señalado como masoquista empedernido, inane ante la molicie y la rapiña, ante la masacre y la impunidad.
¡Pónganse las pilas! No va a haber otra oportunidad de que el gobierno de la restauración Atracomulca — Zedillista se haga valer y respetar por su visión. Los partidarios del miedo a la acción, son en estos momentos, defensores involuntarios de los enemigos del Estado y mañana serán los críticos del vacío de autoridad.
Porque en política, los vacíos siempre se llenan. Forma parte de parvulitos número uno en el kínder de esta materia. ¿O acaso no lo sabían? De nada.
EL H… EL VICEROY… Y SIGUE EL MENCHO
No se alinearon. Y, uno a uno, van cayendo. Primero, Héctor Beltrán Leyva, El H. Después Vicente Carrillo Fuentes —hermano del legendario Señor de los Cielos—conocido como El Viceroy…
Todo indica –me comentan fuentes de inteligencia militar–, que el siguiente es Nemesio Oceguera Cervantes, aka El Mencho, quien lidera el cartel Nueva Generación, asentado en Jalisco, con ramificaciones en Michoacán, Guerrero y el Estado de México.
No se alinearon. Y, uno a uno, van cayendo.
¿Cuándo fue que no se pusieron de acuerdo? ¿Dónde?
Muy pocos medios “nacionales” (jejeje) dieron cuenta de una información aparentemente filtrada por la DEA. Apareció en diarios de los estados el 29 de agosto, dos meses después de una supuesta reunión de cuatro de los capos más importantes del país, en Piedras Negras, Coahuila:
De acuerdo a mis fuentes, El H envió representante a quien seguro ya es su sucesor, pero se mantuvo sólo como observador y no como partícipe. El Viceroy y El Mencho desdeñaron también la convocatoria –¿de la DEA?—a formar un solo súper-cartel… bajo la égida del poderosísimo de Sinaloa, con todo y que su principal capo, Joaquín El Chapo Guzmán se encuentra recluido en una prisión de máxima seguridad (sic).
FRACASÓ LA INICIATIVA DE SINALOA
La convocatoria del Cartel de Sinaloa –¿o de la agencia estadounidense que administra la provisión de drogas a sus ciudadanos?—a sus colegas, jefes de los cárteles más radicales y sanguinarios de México, tenía una directriz seguramente apoyada por las autoridades de aquí y de north of the border: no más muertos, no más secuestros, no más cobro de piso a la población.
Y al no alinearse, empezaron las detenciones contra los lideres más visibles de estos cárteles. El primero en caer fue Héctor Beltrán Leyva, cabeza de Los Rojos y de Guerreros Unidos que tiene asolados a Morelos y a Guerrero. La siguiente detención fue la de Vicente Carrillo Fuentes, heredero del menguado Cartel de Juárez.
En ese orden, el siguiente en caer sería Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, líder del Cartel Jalisco Nueva Generación, quien a decir de reportes de inteligencia mantiene un gran trasiego de droga hacia la Unión Americana, y es considerado por analistas de la DEA como “el nuevo rey del narco en México”.
Oceguera Cervantes crece después de que Ignacio El Nacho Coronel fuera victimado por fuerzas especiales del ejército en Guadalajara. Es considerado, asimismo, la principal fuente de financiamiento de las “fallidas” Autodefensas Unidas de Michoacán.
Informes de inteligencia presumen que su principal fuente de recursos ilícitos, después de las metanfetaminas y el cristal, es lo que en el argot criminal se conoce como “la gota” y que no es otra cosa que el robo de gasolina a ductos de Pemex. El Mencho lo haría en la zona occidente del Bajío.
¿El que sigue? ¿Por no alinearse?
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