ENTRESEMANA
MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Hay flores amarillas en recuerdo de los tiempos idos, Yaz.
Y sacuden el alma con el recuerdo de los tiempos recientes, hija. Los dolorosos tiempos recientes.
Estás enterada, premonitoria lo supiste desde esos días cuando llegabas cómplice hasta el cuarto donde Moy, postrado por la maldita enfermedad, te esperaba. ¿Tuvo tu hermano tiempo prestado?
¡Ah! Cómo olvidar esos momentos difíciles cuando Moy luchaba contra los males que lo dejaban sin aliento y le hurtaban la salud de poquito a poquito. ¿Recuerdas, Yaz, cómo le provocábamos una sonrisa con cualquier tontería?
¡Ay!, Yaz. El pasado 13 de mayo Moy atendió a tu llamado, como promesa para cubrir la deuda contraída hace más de seis años, porque en esos días de visitas al Centro Médico Nacional, sí, en esos en los que te provocaba algo más que preocupación el estado de salud de tu hermano, tu gemelo astral, me confiaste camino a la avenida Cuauhtémoc.
–Papi, doy mi vida por la de mi hermano—me dijiste con la firmeza de la sinceridad que te era propia.
Y me provocaste sentimientos encontrados. Sonreí por esa tu oferta que en algunos suena a fanfarronería pero en ti era convicción, y en contra no admití ese trueque de vida entre mis dos hijos admirados, mis amados gemelos triunfadores, grandes seres humanos.
–No, Yaz, no digas eso. Moy va a sanar y nos vivirá mucho tiempo—te respondí.
No hubo más comentarios y tu hermano se recuperó y lo llevamos a mi departamento porque en el suyo se recuperaba solitario. Eras la madre amorosa que le llevaba los alimentos frescos y procuraba compañía. También eras madre de tus hermanos menores.
Pero, ¡caray!, después decidiste pagar esa oferta.
Y, permíteme decir a quienes me leen, justo este sábado 18 de diciembre de 2021 se cumplen cinco años en los que la vida se te fue.
Hay muchos sinónimos para evitar llamar a la muerte por su nombre pero pocos para asumir la ausencia. Tu ausencia me dolerá siempre, Yaz; tu recuerdo es presente y me animas, como fue tu lección de vida, a no doblarme. El duelo es eterno, el propio porque el ajeno y compartido y declarado se va como un suspiro.
¡Vamos a romperle el espinazo a la adversidad!, decías cuando la tormenta arreciaba en la economía y los problemas en el quehacer cotidiano. Aunque había otra expresión que invitaba a levantarse porque la tesis de vida siempre ha sido, en nosotros, a la chingada los problemas.
Sí, Yaz, eras dura, contundente en tu desempeño profesional, dictadora de ti misma que se exigió tanto hasta llegar a dar lecciones de tu profesión: periodista, reportera que aquella tarde del domingo 18 de diciembre de 2016 dejó que la vida se le escapara en plena redacción de Notimex.
En el tercer año de prepa decidiste que serías periodista, aunque tiempo atrás lo decías y yo creía que era para darme por mi lado. Mi amada Yaz, maestra en periodismo político por la Carlos Septién, qué sábados aquellos de compartir alimentos y repasar lo acontecido en el trabajo, como fue en la víspera de tu partida cuando, alegre, me platicaste el avance de los preparativos para la cena de Navidad en tu casa, de los regalitos que envolvías.
Moy se había recuperado y lleno de salud estaba comprometido a no faltar a la cita en tu departamento para brindar y saborear la cena que prepararías.
Andábamos solitarios como en aquel año en el que quedamos en esa especial orfandad y decidimos, Moy, tú y yo, irnos a recibir el Año Nuevo en Guayabitos, Nayarit. Viajamos en ferrocarril.
Pero, Yaz, debo reclamarte que no cumpliste el acuerdo hecho esa noche en medio de la cumbia que bailábamos: siempre juntos, siempre, rompiéndole el espinazo a la adversidad. De eso nunca supo, quien por esos días ya andaba en otros lejanos lugares disfrutando de la independencia irresponsable, aunque muy propia.
Yaz, Yaz, haces falta; dejaste un enorme hueco que en el transcurso del año lleno con tus recuerdos y, te confieso, con las lágrimas que solitario dejo escurran impunes y desde la tarde del 13 de mayo de este año tienen otro motivo: la ausencia de tu gemelo. ¡Caray!
Seguramente estabas presente cuando Moy traía tu recuerdo a la plática. Y es que, Yaz, vivimos tiempos de bonanza emocional, desparramábamos felicidad y sonreíamos despojados de cualquier sonrojo, en público contándonos chistes o tijereteando al prójimo.
¡Ah!, esos días de festejo de cumpleaños y en las sobremesas cuyo tema era el futuro de tus hermanos menores, de Astrid Daniela y de Daniel y de Carlitos.
Por cierto, hija, aunque lo sabes te cuento que Astrid ha comenzado a caminar en pos de éxito en su profesión, vaya, no propiamente diseñadora gráfica pero se revela como cantante. Y Daniel es médico en un tris de iniciar la especialidad y Carlitos debuta en el terreno de la ingeniería para comenzar a trabajar el 3 de enero del año entrante, en Querétaro.
César y Anel, pareja que destila felicidad. Y tu primo César Aarón, inquieto novel cineasta que comparte tiempos juveniles con Daniel y Carlitos. ¿Qué te parece, Yaz?
Sí, sí, ya sé, Moy pertenecía a ese grupo compacto que se reúne a comer y a festejar la vida. Y lo extrañamos inconmensurable. ¿Los demás? ¿Las demás? En sus espacios, hija, rumiando sus avatares, los que han ganado a pulso.
¿Y qué de mí, hija? En paz y orden, con estas ganas de saber de ti, de enterarme cómo te sientes en ese espacio de lo ignoto, pero entiendo que de pronto me visitas porque esa brisa que viene de ninguna parte, anuncia la presencia de los ausentes. Te amo, hija. Y sabes que amo a Moy. Los amo y extraño su compañía, en especial sábados y domingos, en los desayunos o las comidas en mi casa.
Qué dolor, Yaz. Otra Navidad, otra bienvenida al Nuevo Año sin ti, ahora también sin Moy. No, no reclamo ni reparto culpas porque el destino me arrebató la presencia de ustedes, mis gemelos.
Brindaré por la prosperidad del prójimo y chocaré mi copa con la tuya y la de Moy, reiré en recuerdo de esas noches en los que la cena era de manjares que por estos días irrumpen, olorosos, en nuestra mesa. ¿Recuerdas la cena de Navidad en casa de mi compadre Alfredo Camacho?
Yaz, dile a Moy que lo convocamos a la mesa, que nos alegre la velada y reparta sonrisas. Dile que sus amigas lo recuerdan y que tu tocaya, Yaz, sobrina de mi compadre Abelardo Martín, les manda saludos.
Yaz, te recuerdo vestida de china y me roba la atención tu sonrisa en la foto que nos capta abrazados. Y la de Moy niño trepado en el árbol de aguacate, en mi pueblo San Lorenzo Chiautzingo, también aquella en la que están, junto con Brenda, frente a la casa de mi abuelo Don Melquiades. Y atrás el vochito verde bandera.
¡Ay!, hija, tu presencia está en cada espacio de mi casa y de mi alma. No pregunto por qué te fuiste y luego invitaste a Moy a acompañarte. ¿Quién despide a dos hijos amados? ¿Por qué esta ley irreverente de la vida?
Usted disculpará este texto de personal contenido. Pero, mire usted, en esta soledad que deja la ausencia de los hijos, siempre habrá motivos para compartir lo que se siente en el pecho, y esa sensación del nudo atorado en la garganta.
Yaz, hija. Te recuerdo que te recuerdo; cuida a Moy como siempre lo hiciste en estos espacios terrenales. Los beso con amor. ¡Feliz Navidad!
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