La pacificación de las fuerzas armadas es todavía en nuestros tiempos un sueño muy difícil de lograr. Cada quien habla según le va en el baile. En México tenemos una especial fórmula que todavía pasa por la prueba del ácido.
Una de las “drogas dulces, de los mitos seductores” que manejó la operación política del alemanismo fue la desaparición de los militares como el cuarto sector del partido en el poder, el de la Revolución mexicana.
Expulsados de su partido, los militares formaron una asociación cívica llamada “Leandro Valle” (en recuerdo del juarista asesinado por los conservadores del Tigre de Tacubaya, en La Marquesa, a los 28 años) para, desde su domicilio social allá por la colonia Peralvillo, cerca de la arena Coliseo, reconquistar el poder.
Sin embargo, apenas feneció el sexenio alemanista, los militares desplazados del poder encontraron a un caudillo a la medida para buscar la presidencia de la República: el general Miguel Henríquez Guzmán. Todos juraban que era la carta bajo la manga de Lázaro Cárdenas. El Tata Lázaro le debía mucho a Henríquez en las largas luchas de la talacha para convencer a Plutarco Elías Calles que el de Jiquilpan era un hombre recio y leal como para merecer todas sus confianzas y conquistar la mano de doña Leonor.
Además, el divisionario mexicano le había encargado en 1938 al general Henríquez Guzmán, ya para entonces habitando su casona en San Miguel, Chapultepec, desaparecer todo vestigio de la rebelión cedillista en la huasteca potosina, un horrendo amasijo de nazis, sinarquistas y reaccionarios.
(Así como ahora, emulando al hombre de Jiquilpan, ochenta años después, el “simpático” Lozoyita le encarga al coyote transnacional, Arturo Henríquez Autrey, nieto de aquel candidato, desaparecer todo vestigio de Pemex, la empresa que debería ser “productiva del Estado”.
(La operación no es tan complicada como la de luchar a brazo armado contra una revolución de fanáticos ortodoxos, sino sólo se trata de concentrar todas las compras en la “división de Procura” y exaccionar a los proveedores con jugosas comisiones del 25%… ¡hágase o no el negocio de adquisiciones de que se trate!
(Todo mundo aquí y en el extranjero, que ofrezca cualquier bien o servicio a la “empresa productiva” que han reventado en dos años y medio, debe de pasar a “rasurarse” con el generalito Henríquez, so pena de ser desterrado y aplicarse el nuevo tipo de muerte civil: la muerte mercantil).
La Federación de Partidos del Pueblo lanzó al general Miguel Henríquez Guzmán, dueño del balneario de San José Purúa, quien tuvo que aventarse contra los deseos del de Jiquilpan, que no tuvo los arrestos para darle el empujón final, temiendo la ira de El Dientón de Sayula.
Y es que el michoacano Francisco J. Múgica, había logrado que Cándido Aguilar declinara, con el consejo de Vicente Lombardo Toledano, la candidatura de su Partido, el Constitucionalista Mexicano, en favor de la de Henríquez Guzmán, amigo de Dámaso Cárdenas del Río. Muchos jefes militares celebraron su victoria y, al no aceptarla de facto, se sintieron traicionados, jurando que regresarían —we shall back!–, como Mac Arthur.
Alemán aplastó al henriquismo y al militarismo
A Henríquez Guzmán lo “pararon” frente al candidato oficial Adolfo Ruiz Cortines, el famoso Muelas de Coyote –viejo pagador del ejército gabacho de ocupación en el Puerto de Veracruz, durante la invasión de 1914, cuando tenía 26 años de edad.
Miguel Alemán había escogido al viejo burócrata debido al rechazo que generó la pretendida imposición del Jefe del Departamento del Distrito Federal, Fernando Casas Alemán, recordaba con memoria febril don José Muñoz Cota, orador de la Revolución.
El dedazo final fue en favor del viejo –contaba con 62 años al momento del “destape”, en un país demográficamente joven– quien apenas se puso la banda hizo un juramento memorable de alcurnia moralina, de austeridad presupuestal y de abierto antialemanismo militante.
Fustigó –palabra melancólica– a los coyotes empresariales del círculo íntimo alemanista y dio un serio revés al voraz grupo universitario que había llegado al poder en 1946 y se había apoderado de todo, a través de Justo Fernández, Jorge Pasquel, Melchor Perrusquía, Carlos Trouyet y Bruno Pagliai, sus capitanes de empresa, entre muchos otros.
Con el paso del tiempo, Ruiz Cortines demostró que el cambio en el estilo de gobierno sexenal era una de las grandes claves del sistema para afianzar la estabilidad de sus instituciones.
Recordó, a propios y extraños que el poder monolítico sólo se debería, a partir de ahí, a que los miembros del aparato reconocieran, con una disciplina absoluta, la infalibilidad política del nuevo Tlatoani.
Había triunfado, según sus más furibundos biógrafos por una diferencia de dos millones de votos –sin contar las tremendas golpizas y represiones armadas que recibieron durante toda la campaña los “alzados” henriquistas– pero había sido atento para recoger los planteamientos que había escuchado sobre corrupción e impunidad.
Jóvenes que lucharon por conseguir la autonomía universitaria, finalmente firmada por el secretario de Educación –el campechano José Manuel Puig Casauranc–, como José Muñoz Cota, Wenceslao Labra y César Martino, fueron oradores en la campaña henriquista.
Fuga de capitales, respuesta del alemanismo
No se hicieron esperar las caudalosas fugas de divisas al exterior, promovidas por el grupo alemanista que, junto con las que sacaron las empresas extranjeras, convirtieron el sueño mexicano de transparencia y honradez en lunas de papel. ¿Adónde habré oído esto?
Y aunque don Adolfo convocaba cada vez que la gente se dejaba, al “trabajo fecundo y creador” no tardó en presentarse el famoso Sábado de Gloria de 1954 en el que el régimen se devaluó. ¿Y esto más?
Aprovechando que todos los bancos estaban cerrados, por los festejos de Semana Santa, don Adolfo decretó una devaluación del 30% de valor de la moneda, que provocó una ola de desestabilización laboral en el país.
Sesenta mil pliegos petitorios sindicales y otras tantas amenazas de huelga que sólo fueron conjurados por el hábil conciliador que despachaba desde la Secretaría del Trabajo y del que muchos juraban, sin razón, que era guatemalteco.
La verdad, Adolfo López Mateos no era hijo de padre mexicano por nacimiento, pues su progenitor, el vizcaíno Gonzalo de Murga y Suinaga, amigo de Unamuno y Amado Nervo, vivía en Guatemala. Mariano Gerardo López les dio su apellido paterno a él y a su hermana Esperanza.
Sin embargo, el apoyo de las organizaciones sindicales, erigidas alrededor del Bloque de Unidad Obrera(BUO) –antecedente del Congreso del Trabajo– logró reducir la amenaza en unos pocos meses a unas cincuenta huelga estalladas.(El papel de negociadores, fue cambiado por el más eficaz de cancelar libertades sindicales ¡e imponer el sistema de outsourcings!)
Lo anterior permitió a Muelas de Coyote gobernar el resto de su sexenio con un amplio margen de maniobra. El sector tradicional agropecuario subsidió el crecimiento anárquico urbano- industrial.
Se canalizó el excedente económico hacia la compra de bienes de capital (los Tratados de Bucareli prohibían fabricarlos en México) protegidos por un tipo de cambio abaratado, un férreo control de precios y una línea política que no dejaba dudas: o se negociaba o se reprimía, pero no se toleraba. El Ejército se desfogaba votando por candidatos de la oposición.
La clase política pagó los platos rotos de esa economía – ficción: Muelas de Coyote destituyó a una docena de gobernadores (icónicas, las vejaciones a la familia Bartlett en Tabasco) y acusó del delito de disolución social a los líderes sociales más destacados.
Othón Salazar (SNTE), Demetrio Vallejo y Valentín Campa( STFRM) y Jacinto López (UGOCEM), al Palacio Negro de Lecumberri, hasta que hicieran méritos por su libertad. La mesa estaba puesta para un negociador como López Mateos. Atrás del desarrollo estabilizador, la fuerza del ejército.
Última revuelta militar, en 1961
La rebelión dentro del Ejército no se calmó. En 1961, los reductos henriquistas, Celestino Gasca, Marcelino García Barragán, Rubén Jaramillo y Vicente Estrada Cajigal (abuelo del panista Sergio, chico de la Ibero’, quien junto con Mariagna Prats –luego sería de Ebrard– hizo famoso el “helicóptero del amor”) llamaron a una revuelta a estallar el 15 de septiembre de aquel año.
La así llamada “Rebelión de los Machetes” fue declarada disuelta en el Times de Nueva York ,con un saldo de 200 muertos y otros tantos heridos. De ahí para acá las revueltas fueron guerrilleras, encabezadas por civiles armados, no surgidas dentro del Ejército institucional.
Muchos analistas del extranjero se retuercen en explicaciones sobre su pacificación. Si vivieran en México se habrían dado cuenta que la fórmula ha sido sencilla: en política no hay nada más barato que lo que se puede conseguir con dinero.
Y, como dice La Bamba, “otra cosita”. Los gabachos ponen el grito en el cielo quejándose de las cantidades de heroína mexicana que los inundan. Pero nada dicen de la participación de la DEA en la distribución a los voraces consumidores de allá, aunque haya premios Pulitzer que lo han comprobado hasta la saciedad en heroicos reportajes.
En este juego de Juan Pirulero (donde “cada quien atiende su juego”) todos los estados de fuerza, las capacidades de fuego y los arsenales instalados de cada corporación se dedican a lo suyo. ¿Para qué tanto brinco, estando el suelo tan parejo? Ya sabemos que “tranquilidad” viene de “tranca”.
Cuando las pasiones se desatan, cada quien ejecuta su misión como Dios le da a entender. Llámese Tlatlaya, Iguala, Cocula, Chilapa o Tanhuato.
México no se hizo en un día. Los pragmáticos dicen que es el precio de la gobernabilidad.
¿Cuál gobernabilidad?
Índice Flamígero: Recibí una misiva que merece hacerse pública: “Soy Colette Wall, pintora de profesión. Me presento ante ustedes para denunciar el fraude que cometió en mi contra el señor Belisario Luna Fandiño, quien es hijo del licenciado Alejandro Luna Ramos, expresidente del Tribunal Federal Electoral. El señor Belisario Luna Fandiño, quien es candidato a diputado por un distrito de Coyoacán, con engaños se llevó tres cuadros míos, con un valor de $ 300,000.00, y se ha negado a pagármelos o a devolvérmelos. Una denuncia de hechos delictivos que data del año 2007: la justicia tarda en llegar, a veces toma años, pero siempre se espera. Los delitos y abusos cometidos por políticos, aspirantes y juniors, siguen siendo delitos y deberían ser castigados: No hay diferencia entre los delitos cometidos por vulgares ladrones o los que realizan personajes investidos de influencia, poder heredado y corrupción de altos vuelos. Una exposición artística rodeada de personalidades, es un buen sitio para iniciar un agravio y hacer de las relaciones públicas un mecanismo de aprovechamiento ilegítimo. Tomar la buena fe de las personas, llámense artistas, ciudadanos de a pie, o votantes desconocidos, para convertirla en beneficio personal abusivo, para algunos es uso del poder que anhelan y persiguen, para otros es una forma de empezar su improductiva vida política. No hay distinción si, como en mi caso, se trata de obras de arte valuadas en más de 300 mil pesos, de mi propia creación y registradas ante el Instituto Nacional de Derechos de Autor, que fueron tomadas con engaños, y después de entregadas en la propia mano del señor BELISARIO LUNA FANDIÑO, quien después olvidando sus promesas de pagarlas, se las apropia ilegalmente, desconoce estos hechos e inventa historias y emite amenazas. Las leyes y las instituciones están al servicio de la sociedad, pero esos que se ostentan como superiores, basados sólo en su apellido e influencia, han intentado engañar, transar, desvirtuar, distraer a esas instituciones para servirse de ellas y menospreciar a las víctimas; hacen uso de su posición artificial y crean una verdad que sólo se sustenta en falacias y se nutre de engaño y corrupción: BELISARIO LUNA FANDIÑO, es un hombre que no merece la confianza de los votantes; si ha defraudo la confianza de una artista que ha representado a su país de origen en un evento oficial, ¿que no podría hacer en perjuicio de miles de ciudadanos anónimos? Muchas gracias”. Y firma Colette Louise Wall, pintora.
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