Cuando Enrique Peña Nieto convocó a un debate nacional sobre la legalización del consumo de la marihuana –lo que no hizo para las dizque “estructurales”–, dictando de antemano la consigna personal- presidencial de que debía rechazarse, se inscribió, sin siquiera darse cuenta, en una absurda y esquizoide línea autoritaria e intolerante, propia de los fanáticos religiosos y de los dictadores de la peor ralea.
La línea prohibicionista siempre se ha originado en las mentes, actitudes y reacciones de los que quieren arrasar con las libertades fundamentales, coartar y estigmatizar, entre muchas otras cosas, y sus funestos derivados. Suplantar el libre albedrío para tomar las decisiones que sólo una persona puede ejercer, siempre será una salida en falso.
Equivale a profesar y abanderar la discriminación, la violencia, la demagogia y la intolerancia hacia los diferentes, que por lo general se encuentran en las trincheras del libre pensamiento; atizar más la rebeldía. Y el horno no está para bollos.
Prohibicionismos, contrarios a la salud de la Nación
La paz social, indispensable para el desarrollo general, debe conseguirse a base del convencimiento de que las metas buscadas llevan al ideal colectivo. No a base de ocurrencias prohibicionistas que sólo relegan libertades reales y permiten a grupos delincuenciales sacar ventajas que en estricta justicia no les corresponden.
¿La idea es criminalizar a quienes la usan y tolerar, en cambio, a los grupos criminales y a quienes saquen provecho de aquello que previamente prohíben los “estadistas”? ¡Al fin y al cabo, van en el mismo barco! ¡El mismo “bisnes”!
Los prohibicionismos, en una sociedad que ha sido arrasada por el hambre, la tolerancia a la delincuencia, las enfermedades y la absoluta pobreza, son contrarios al interés superior de la Nación. Socavan cualquier contenido democrático y apoyan decisiones maniqueas, moralinas, pacatas, mojigatas y pudibundas, sostienen actos de autoridad que distraen del objetivo del desarrollo, porque dividen y enfrentan deliberadamente a los grupos sociales.
Cavernarios en un debate ya decidido a favor de la libertad
Los prohibicionismos inopinados, autocráticos, merman las fuerzas de la sociedad y del Estado, que unidas deben responder con eficacia a las nuevas exigencias del crecimiento de la población, al agotamiento de los recursos físicos, financieros y naturales, y prohíjan las parálisis institucionales, que ya no necesitan de vejigas para nadar, porque los gobernantes las han provocado o permitido con sus muy evidentes omisiones.
Demasiado han derruido los mexiquenses las bases económicas, políticas y sociales del Estado, para que ahora quieran participar, de la mano de los cavernarios, en un debate que la historia política y humana ha decidido en favor de la libertad.
Si los mexiquenses en las alturas administrativas quieren ver el poder como un privilegio de indolentes, ésta ha sido la mejor oportunidad para demostrarlo. Se han desnudado totalmente a los ojos del pensamiento crítico y han cavado otra palada en el hueco oscuro de su historia. Una profunda madriguera de desequilibrio y catatonia.
Se comprueba, desafortunadamente, que desde que arribaron no les interesa la buena marcha de la vida pública, ni los intereses de la Nación, ni la lucha por la independencia y la soberanía. Que sólo llegaron para ” acabar el sexenio, más ricos que Carlos Slim”, la nueva versión icónica de sus atracadores maestros, que siempre se desempeñaron bajo el pobrediablismo de creer que “político pobre, es un pobre político”.
¿Por qué mejor no prohibimos la traición a la Patria?
En todas latitudes, y en ésta más que en alguna otra, se ha demostrado que el prohibicionismo es un subproducto de la ignorancia, de la falta de información, del fanatismo mediocre y de la postración ideológica. Deben despertar de su letargo.
El mundo está siendo arrasado por los ayatolas financieros, y los de aquí ni cuenta se dan, sólo cumplen con obsecuencia lacayuna, devolviéndoles los impuestos, reciclando sus títulos accionarios y cediéndoles pedazos de soberanía territorial y patrimonial, como si fueran de su propiedad. Ahora, en un afán demencial, Pemex vende en México la gasolina 106% más cara que en sus expendios texanos. ¿Por qué mejor no prohibimos la traición a la patria?
Proponen, en las cumbres mundiales a las que asisten, ausentándose de México para huir del reclamo de los inconformes, “reordenar el medio ambiente planetario”, y en su casa, todo está ardiendo, consumido por su avaricia, prevaricación y ansiedad de gloria inmediata. Hacerse inmensamente ricos, a costa de lo que sea, es el único credo, es su infame bandera.
Lo que nos faltaba: adoptar a ciegas banderas cuáqueras
El prohibicionismo unilateral, es casi lo único que nos faltaba. Adoptar a ciegas la bandera cuáquera del puritano Wayne Wheler, que en 1919 embarcó a los Estados Unidos en el cuento prohibitivo del comercio y consumo del alcohol, pues éste “era el catalizador del comportamiento degenerado”, es sencillamente ñoño.
Andrew Volstead, agarró la bandera del Acta de Prohibición de Wheler, cabecilla de la Liga Antibares, y el senador por Minnesota, presidente del Comité Judicial del Senado, le dio rango de Ley, condenando la transportación, manufactura, venta, exportación e importación. Se le olvidó un pequeño detalle: prohibir la compra y el consumo etílico.
Después de cien años de luchar por imponer una sesgada visión del mundo, los cuáqueros y protestantes lograron su mayor éxito. Pero no pudieron frenar las costumbres y la afición a la cerveza y los alcoholes destilados de irlandeses, alemanes y holandeses inmigrados. El consumo, el contrabando y la época de los músicos de jazz, crecieron exponencialmente.
Los mexiquenses se habrían sumado a la prohibición del alcohol
Las mafias hicieron su agosto y se formaron las pandillas más temibles de los 20’s del siglo pasado, Al Capone a la cabeza. La llamada prohibición y la Ley Seca, corrompieron todo el sistema policial, judicial y legal. Las organizaciones criminales importaban alcohol desde Canadá y México. El papá de los Kennedy, Joseph, lo exportaba, desde su cargo de embajador en Londres.
Franklin D. Roosevelt, un hombre razonable, llegó a la Presidencia y en 1933 se valió del Senador Blaine, de Wisconsin, para acabar con la Ley, las faramallas de puritanos y la sangría en las calles. Afortunadamente, no estaban los mexiquenses en el poder, si no, se hubieran colgado del gancho imperial para uncirse al cabús del prohibicionismo.
Hasta ahí hubiera llegado México. Si se embarcaba en la lucha, que no era nuestra, así como no lo es la guerra contra las drogas, las trifulcas entre bandas y los millones de muertos hubieran provocado el exterminio de nuestra raza.
No nos involucraron, porque estábamos en un negocio más jugoso para la oligarquía financiera imperial: que firmáramos los acuerdos secretos de Bucareli que, a cambio del reconocimiento a Obregón, nos impidió para siempre producir bienes de capital, productos industriales. Nos condenó a vivir del mendrugo exterior y de manera pastoril per secula seculorum.
150 mil mexicanos destazados, víctimas del prohibicionismo
El nacionalismo de los regímenes revolucionarios ha sido la estrategia discursiva para ocultar ante el respetable nuestras vergüenzas y colaboracionismos. Las leyendas icónicas de la seguridad pública y nacional, resultaron un fracaso, ante los obuses y cañonazos de la corrupción generalizada.
Como somos muy facilones, hace 70 años nos enganchamos a guerrear contra las drogas. Es decir, a exterminar a los proveedores –nuestros paisanos– y a recibir órdenes de asesinos externos –agentes de la DEA y el FBI– que la distribuyen a un público –el estadounidense– cada vez más necesitado de opiáceos.
Si fuéramos sensatos, hubiéramos utilizado la gran variedad y calidad de esas plantas curativas, para haber creado una industria farmacéutica nacional próspera, y no para enriquecer bestialmente a trasegadores y cómplices burocráticos. Jamás para destazar a ciento cincuenta mil mexicanos, auténticas víctimas del prohibicionismo rastacuero, en los últimos nueve años de calderonato y peñanietismo.
¿Cuántas víctimas se necesitan ahora para demostrar la crueldad del prohibicionismo marihuanero?
Aquí todos los delincuentes hacen lo que quieren
Prohibir una insensatez a través de la ley es una ilusión, una fantasía, una rueda de molino que nadie se puede tragar. Para hacer efectiva una prohibición de esta baja estofa, se requiere un equipo experimentado, capaz y organizado. Cuestión que no ha sido probada en ningún rubro del actual gobierno. Aquí todos los delincuentes hacen lo que quieren, porque saben que sólo cuesta un cómodo “moche”.
Delinquir, traficar, masacrar, violentar, envenenar, escandalizar, son verbos que tienen precio. Y todos sabemos que son los más fáciles para llevarse a cabo. Sobran ventanillas abiertas a toda hora para tramitar ese tipo de licencias. Si no lo cree, pregunte en la Cofepris o en cualquier administración de los penale$ de alta seguridad.
Prohibiendo, Peña Nieto se pone en la misma línea de tiro de los cuáqueros, protestantes,puritanos y trasegadores, a los únicos a quienes han beneficiado las prohibiciones de conciencia y de legislación. Asimismo, se ubica en el flanco de Hitler y Mussolini, que también quisieron prohibir leer, fumar, admirar obras de arte, oír música de Chopin, etc.
Gazmoñería, lo único que dejan las dictaduras fracasadas.
Todos los prohibicionismos son corsés a la conciencia. Hace poco, Juliane Ziegler, comentarista de la televisión alemana, fue despedida de su trabajo, por haber expresado inconscientemente la frase: “el trabajo nos hará libres”, que coincidentemente se encontraba inscrita en la puerta de hierro del campo de concentración de Auschwitz.
Los documentales internacionales relataron hace unos días que la reina de Inglaterra había cometido una grave violación por haber hecho, a los ocho años de edad el saludo hitleriano .Hace poco, su nieto fue vituperado por haber usado un disfraz nazi. Estamos inundados de gazmoñería. Es lo único que dejan las dictaduras fracasadas.
Si la comida es adictiva, ¡también deberían prohibir la comida!
Desinformados ex masajistas deportivos, con el farsante Mondragón a la cabeza, insisten, interesadamente y con base en revistas de cuarto talón, que la marihuana por sí misma es un vegetal adictivo. Todavía se resisten a entender que el único adictivo es el consumidor compulsivo, debido a condiciones de su formación y entorno.
A pesar de que la ciencia avanzada lo ha demostrado, ellos pretenden seguir succionando al presupuesto, desde una falsa trinchera de lucha contra las adicciones, cuando los primeros que tendrían que curarse sus obsesivas compulsiones hacia el dinero ajeno, son precisamente ellos.
Todos los entretenimientos, deportes, aficiones, sustancias, líquidos edulcorantes, pasatiempos, la comida, incluso, llevados al exceso obsesivo del consumo irracional, pueden ser, incluso, mucho más adictivos que la marihuana. Si se quiere comprobar, pregúntese a ludópatas, workohólicos y fanáticos de todo tipo, que hasta hoy pasan desapercibidos para los próceres de las adicciones. Así, por ejemplo, si la comida es adictiva, ¡también deberían prohibir la comida!
Y mientras, la gran corrupción, a salvo. Las licencias para matar, a discreción. ¿Dónde quedó el debate sobre la siembra, la venta y los usos medicinales de la hierba? Además de fatua y coja, la bandera del prohibicionismo, a estas alturas del partido, es simplemente infame.
Dicen las malas lenguas que los debates regionales serán presididos por el impostor Manuel Mondragón, involucrado en la “fuga” de “El Chapo” Guzmán, y por Mikel Arriola, el de los moches de 50 mil por cada trámite sanitario en Cofepris, incluso hasta por los jefes policíacos y mandones de Guerrero cuando la masacre de Iguala.
La pregunta no es si serán capaces de hacerlo, sino ¿hasta cuándo?
Índice Flamígero: Frase para el cotorreo, a cargo de EPN: “Hoy, déjenme compartirles, aquí está mi esposa, que es testigo de ello, cuando se acercan nuestros hijos y me preguntan: Oye, papá, quiere decir que pronto, entonces, ¿nos vamos a poder echar un churro aquí delante de ustedes?” Delante de él no, se bromea, pero pueden seguir haciéndolo a escondidas.
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