* Olvídense del tránsito vehicular, de las deficiencias y saturación del transporte urbano. Otros son los riesgos mayores, crecen exponencialmente en la medida en que se construye desordenadamente. No hay mayor peligro real, verificable y anunciado que la falta de agua. Vivir en la CDMX puede llegar a convertirse en un apocalipsis cotidiano
Gregorio Ortega Molina
Casi todos los que han llegado a los diversos niveles de gobierno en la CDMX carecen de conocimientos de desarrollo urbano; es más, me pregunto si entienden el concepto.
Esta ciudad tuvo su oportunidad cuando, como consecuencia inmediata del terremoto de 1985, se planteó un proyecto ordenado de descentralización, que durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari fue archivado, y recibió la puntilla con la tonta declaración de Manuel Camacho Solís sobre la imposibilidad de detener su crecimiento.
En asuntos humanos todo tiene un límite, no respetarlo produce malformaciones en lo proyectado, y también se desbordan las exigencias de recursos: de idéntica manera a como se consume el cuerpo afectado por un cáncer.
Son exactamente las condiciones a que está sometida la proyectada CDMX como ciudad Estado. ¿Tiene viabilidad? Todo apunta a que legalmente pueden fijarle cauces y parámetros, pero ¿cómo detener o corregir las enfermedades sociales, políticas y económicas que la aquejan? ¿Cómo revertir el crecimiento desordenado? ¿Cómo impedir la corrupción y la colusión entre desarrolladores y autoridades? ¿Cómo obtener recursos básicos para su funcionamiento, donde ya no hay o están a punto de agotarse, como el agua? ¿Y la seguridad pública, el orden, o la recuperación de esos territorios en los que el derecho de piso es el pan de cada día? ¿Y los reclusorios?
Lo que informan los medios es para alarmar. Todo parece indicar que los constituyentes -incapaces de ordenarse a ellos mismos, al menos durante un buen rato- apuestan a la pirotecnia legal y constitucional, en lugar de al ordenamiento que facilite la transformación de una capital federal en una ciudad Estado. ¿Vamos al caos urbano?
¿Podrán establecer las equivalencias entre derechos políticos y derechos urbanos? ¿Darán a los habitantes de esta ciudad poder sobre la autoridad, para revocarle el mandato? ¿Cómo, si no, obligarlos a recuperar el territorio en manos de los delincuentes, o combatir la corrupción?
¿Serán capaces de imponer, por norma constitucional, el reordenamiento urbano, y detener la macrocefalia que consume recursos y crea mayores problemas, en lugar de ofrecer soluciones?
Olvídense del tránsito vehicular, de las deficiencias y saturación del transporte urbano. Otros son los riesgos mayores, crecen exponencialmente en la medida en que se construye desordenadamente. No hay mayor peligro real, verificable y anunciado que la falta de agua. Vivir en la CDMX puede llegar a convertirse en un apocalipsis cotidiano.