* Necesitamos saber, que nadie olvide, pero sucede que quizá no pueda establecerse el número exacto de ejecutados en una población que debió ser borrada por venganza entre delincuentes, o por equivocaciones, pero a la que nadie auxilió, donde las fuerzas del orden dejaron de ver lo que sucedió a lo largo del día, o donde las autoridades militares del cuartel más cercano pensaron que el ruido escuchado procedía de la voz de la Virgen, que a ellos sí les habla
Gregorio Ortega Molina
Desconozco el tiempo que llevamos inmersos en el más siniestro de los rizos de la espiral de la violencia: se lleva la cuenta de los cadáveres, pero los muertos dejan de importar, salvo a sus familiares.
De no ser por periodistas como Sanjuana Martínez y Héctor de Mauleón, o por investigadores como Sergio Aguayo, los políticos, sinvergüenzas, maleantes y lambiscones, hubieran dado vuelta a la página para que a la sociedad le sea más fácil adaptarse a la perversidad del crimen individual o colectivo, que lo mismo tortura que descuartiza, porque de lo que se trata es de infundir miedo, para que todo sea aceptado, desde la conculcación del articulado constitucional, hasta la procuración y administración de justicia sobre pedido: el Ministerio Público ávido de plata por miedo al plomo, y los jueces de consigna aterrados porque saben que los próximo degollados pueden ser ellos, junto con sus familias.
Necesitamos saber, que nadie olvide, pero sucede que quizá no pueda establecerse el número exacto de ejecutados en Allende, Coahuila, una población que debió ser borrada por venganza entre delincuentes, o por equivocaciones, pero a la que nadie auxilió, donde las fuerzas del orden dejaron de ver lo que sucedió a lo largo del día, o donde las autoridades militares del cuartel más cercano, pensaron que el ruido escuchado procedía de la voz de la Virgen, que a ellos sí les habla, les dice: déjenlos en la impunidad.
Obvio que no se trata de culpar al destino. La tragedia griega, el teatro de Shakespeare, el de Becket, o la novela de Martín Luis Guzmán son claros en el diagnóstico: es el comportamiento humano lo que transforma la vida en comedia o la obliga a conducirse como lo que es, y se discierne en el fundo bíblico de la relación de la divinidad con los seres humanos.
“Con breve precisión norteña, que en él parecía traslucir hondas e inquebrantables disposiciones a la lealtad, Elizondo repitió varias veces, realzadas las palabras por énfasis tranquilo:
-La justicia te asiste y eres mi amigo, amigo a quien debo multitud de favores. Dispón lo que quieras; mis tropas son tuyas”.
La cita es de La sombra del caudillo. Los entendidos en asuntos humanos y políticos saben del peso de esas palabras. El compromiso y la lealtad pueden caer sobre la ley, pueden sustituirla, pues de lo contrario es inentendible, ilegible esa necesidad vital de conservar el poder.