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El sentido de su vida

Redacción Por Redacción
20 enero, 2018
en Antonio Balam
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Antonio Balam
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CUENTO

Su nombre era Sully, y había perdido el sentido de su vida. Todas las mañanas, cuando ella se despertaba, le costaba mucho trabajo levantarse, pero luego enseguida intentaba de inyectarse fuerzas así misma, y entonces lo hacía: se ponía de pie.

Ella tenía veinticinco años, y trabajaba como mesera en un pequeño café. Y ahora más que nunca le costaba mucho sacrificio fingir una sonrisa sobre su rostro triste.
Lo irónico de esta situación es que solamente ella sabía lo cansada que se sentía. Cuando ella se miraba en el espejo, éste nunca le devolvía aquella imagen que la torturaba por dentro; todo ese cansancio atroz, toda esa apatía que la engullía. “Pero si no se me nota”, pensaba ella, mientras miraba con detenimiento su rostro, su boca, su mirada…

Cada día que venía a Sully le costaba más y más trabajo sonreírles a las personas que le tocaba atender. Muchas de las veces -más bien todo el tiempo- solamente sentía querer romperles en sus cabezas la bandeja que le servía para llevar el café, o una tasa con café hirviendo, o solamente una tasita vacía. Había días en los que de plano no se soportaba así misma.

Cada vez que su turno de descanso llegaba, Sully optaba por irse a la parte trasera de aquel edificio, tan solo para sentarse sobre el enorme bote de basura de este negocio. Luego sacaba de su bolsillo un cigarrillo y se ponía a fumar. Y mientras lo hacía, ella no dejaba de mirar hacia el cielo. El cielo parecía ser lo único que todavía le hacía sentir un poco de compañía.

Ella nunca fue la misma de que la tragedia hizo acto de presencia en su vida. Un día, cuando su madre le dijo que no se sentía bien, fue al médico para así descubrir que le quedaban pocos meses de vida. Luego de hacerle los exámenes de rigor a la señora, había descubierto que ella tenía una enfermedad muy avanzada.

-¡Pero si todavía eres muy joven! -había exclamado Sully cuando su madre le dio la noticia.
-Lo sé, hija, pero… así es la vida.
-¿Y no vas a hacer nada para curarte…? ¿No vas ¡a luchar!?
-Sully… El médico ya lo ha dicho. Lo que yo tengo no tiene cura. Solamente queda esperar. -La voz de la señora estaba llena de quietud y de paz.

Sully y su madre siempre habían sido compañeras y amigas. Cuando ella fue creciendo, maduró muy rápido. Porque entonces había comprendido el golpe que su madre había sufrido al ser abandonada por su marido. Sully entonces siempre había sido una hija ejemplar. Cuidada a su madre como si ella fuese lo más valioso en el mundo, lo cual era verdad. Cuando ella terminó la escuela secundaria, decidió que ya no seguiría estudiando. Había pensado que lo mejor era buscarse un empleo para ser ya independiente. Y aunque seguiría viviendo en casa de su madre, ésta no gastaría ni un peso más en ella.

Sully no sabía que se sentía culpable por el abandono de su padre. Todo lo que ella hacía en pos de su madre, era para tratar de llenar el vacío que ésta tenía por la ausencia de su marido. Y ahora, muerta ella, Sully ya no encontraba su esquina.

Toda su juventud se la había dedicado a su madre, y no estaba arrepentida. Sully no se daba cuenta todavía de que junto con su madre, ella también había muerto. Es por esto que ya no podía sentir, porque su más grande razón para hacerlo había expirado.

Luego de terminar de masticar de mala gana un bocadillo, Sully vio en su reloj que ya era hora para volver adentro. Entonces se levantó y fue al baño. Su apatía seguía siendo del mismo tamaño. Caminó hasta el baño, casi arrastrando los pies. Y al mirar de nueva cuenta su rostro sobre el espejo, notó que éste seguía sin demostrar su verdadero sentimiento interno. “No se me ve”, pensaba ella, mientras se repintaba de mala gana sus labios. “Pero qué cansada me siento…”

“Vida de porquería”, había escrito ella en el espejo para luego enseguida borrarlo con una servilleta. “Mamá, te extraño mucho…” Sully pintaba y borraba lo que escribía. “Quisiera ser un payaso para ocultarme detrás de una cara pintada…”

-Sully, ¿dónde estás? -preguntó una voz desde afuera del baño.
-Ya voy, ya voy -contestó ella-. Solamente termino de pintarme los labios. -Sully terminó de borrar lo último que había escrito sobre el espejo, y por una última vez hizo ensayó su sonrisa fingida.

Al estar de vuelta en área de mesas, lo primero que ella vio fue a una mujer mayor que parecía muy triste. Entonces se le acercó y le preguntó lo que quería tomar. La señora no le contestó nada, sino que solamente apuntó con su dedo sobre el menú plastificado. Toda su mirada la tenía puesta en la calle que se divisaba desde donde ella estaba sentada, a través de la enorme ventana de vidrio de este local. La iluminación adentro era tenue, con lámparas que le daban un ambiente zen.

Ese día, cuando Sully terminó su turno y se fue a su casa, se sintió un poco distinta. Ella no dejaba de pensar en la mujer del rostro triste. Se preguntaba del porqué de su semblante. Y cuando al siguiente día se despertó, el recuerdo de aquel rostro fue lo que la hizo levantarse. Tal vez y algo en su interior le decía de que al parecer ella no era la única que se sentía así de triste. “Qué raro”, pensaba ella, mientras se dirigía al café.

La mañana transcurrió muy rápido, y a Sully nuevamente le llegó la hora para tomar su descanso. Entonces hizo lo que siempre hacía. Fue hacia la parte trasera y sentó para fumar. Y mientras lo hacía otra vez volvió a recordar a la persona que ayer había visto.

Después de media hora ella volvía adentro para continuar sirviendo mesas. Ya había estado en el baño, escribiendo cosas y demás. Entonces vio algo que le costó trabajo creer. La señora que ayer había visto, otra vez estaba sentada en la misma mesa, y su mirada seguía estando en dirección a la calle.

Todo un mes esta señora volvió al café a la misma hora de todos los días. Y un día, Sully, sin poder evitarlo más, se atrevió a preguntarle de este por qué. La señora entonces lentamente levantó su rostro para mirarla a los ojos, y entonces le dijo: “Mi hija y yo siempre veníamos a este lugar todos los días, a esta hora… Esta era su mesa favorita”. “Cuando me siento aquí me gusta mirar hacia la calle. Pienso que en cualquier instante ella se ha de aparecer a través de ese cristal para mirarme y así decirme que ya llegó…”

-¿En dónde está ella? -preguntó Sully.
-Ella… Ella está muerta -contestó la señora…

La joven mesera y la señora se hicieron amigas. Sully le contó que también ella había perdido a alguien muy especial. La señora asintió con un gesto de cortesía en su rostro. “La vida es muy cruel, pero lo peor es cuando uno pierde el sentido”, dijo ella. Sully dijo estar de acuerdo. Ella más que nadie sabía esto.

Y un día, mientras la señora tomaba su café, Sully le preguntó:

-¿Cree usted que alguna vez hemos de dejar de sentirnos así?
-No lo sé -contestó la señora, y nuevamente miró hacia la calle-. Pero, cueste lo que nos cueste, hay que seguir… porque, así es la vida. ¿No crees tú, Sully?

Sully no le contestó nada, sino que solamente trajo a su mente el rostro de la persona que siempre había sido el sentido de su vida.

FIN
ANTHONY SMART
Enero/19/018

Etiquetas: columna
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