* La desaparición de los valores con los que vivieron nuestros abuelos y padres, y construyeron lo que hoy tenemos -chueco o derecho-, anuncia un saldo de traiciones, encono, confrontación social y profundización de las divisiones entre mexicanos, sin proyecto de nación que contenga ese lento proceso de decadencia de la partidocracia, ahora integrada por facciones y facciosos que sólo van a lo suyo
Gregorio Ortega Molina
Si las precampañas no despertaron ningún optimismo dentro del electorado, salvo la oferta de uno de los precandidatos de apartarse de toda agresión verbal al opositor -desmentida en cuanto Enrique Ochoa Reza sacó a la luz la vida oculta de los PRIetos-, de cualquier escarnio que los lleve al ridículo para mostrarlos tal cual son, ¿qué debemos esperar de las muy próximas campañas político-electorales?
Los postulantes a recibir el poder de manos de EPN parecen haber olvidado que lo buscan, porque sus encargados de imagen, los que diseñan los escenarios para que sus patrones se luzcan al contacto con el pueblo-pueblo, los colegios de profesionales, los banqueros, los empresarios, los comerciantes, o los hombres y mujeres del campo, los artesanos, y también los que desclasificados sólo son reconocidos al pertenecer a las llamadas organizaciones populares, permiten que los disfracen (¿cuántos sufragios aporta una corona de flores, un sombrero, una chamarra huasteca?) y al mismo tiempo distorsionan el mensaje, porque así el discurso dista mucho de identificarse con sus destinatarios. Sin voz propia su palabra no encuentra oídos.
En medio de su actitud de merolicos y a pesar de la oferta, lo único que amenaza con permanecer como hilo conductor del mensaje es la denuncia, la descalificación, el escarnio sutil o grosero contra el adversario, pues a falta de ideas a uno lo convierten en mensajero de Rusia, a otro en chavo-ruco ambicioso y desleal, a los dos en peligro para México, con el propósito de destilar miedo electoral.
Al candidato oficial lo desestiman porque no <<levanta>>, y es muy posible que se animen a correr el riesgo de recargar esa imagen en la figura de la señora Juana Cuevas, próxima, cercana a los suyos y a los que son como ella, pero sin ninguna identidad para con los diversos grupos sociales que conforman el electorado, carece del histrionismo necesario para convencer. Tiene presencia, sí, calidez también, pero le falta lo elemental en política, lo que es bueno para hacerse con el poder: desconoce el cinismo y la simulación.
Para nuestro infortunio como mexicanos, como parte de un país que se encuentra en medio de un intenso proceso de reingeniería social, las próximas elecciones presidenciales se anticipan disruptivas, más allá de los escenificadas en 2006 -en medio del ¡cállate chachalaca! y el peligro para México-, debido a que los niveles de corrupción y las asimetrías entre la velocidad de la globalización y el congelamiento de la reforma del Estado, dificultan un avance general y definido para beneficio de todos, no nada más de unos cuantos.
La desaparición de los valores con los que vivieron nuestros abuelos y padres, y construyeron lo que hoy tenemos -chueco o derecho-, anuncia un saldo de traiciones, encono, confrontación social y profundización de las divisiones entre mexicanos, sin proyecto de nación que contenga ese lento proceso de decadencia de la partidocracia, ahora integrada por facciones y facciosos que sólo van a lo suyo. Así nos irá.
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