* Quetzalcóatl se muerde de nuevo la cola, porque lo que fue una promesa sólo alcanzó a vislumbrarse como un ensueño acomodado a las aspiraciones de cada uno de los gobernantes, legisladores o miembros del Poder Judicial que creyeron contribuir a la conceptualización y diseño de un México que no llegó a nacer
Gregorio Ortega Molina
Bobbio y Matteucci nos remiten a las contradicciones del populismo; afirman que “se presta a tipologías confusas. Wills se remonta inclusive a los levellers y a los diggers de la revolución inglesa para incluir a la categoría de los narodki, o sea a los populistas rusos, a los norteamericanos, a los socialrevolucionarios, a Gandhi, al Sinn Fein, a la Guardia de Hierro, al movimiento canadiense de Crédito Social, al PRI bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, al APRA peruana…”.
Aquí, de la época de Cárdenas da un salto de 42 años, para en 1982 reiniciar con el diseño del neoliberalismo, la revolución social salinista (para embozar al TLC y la globalización), que determinaron lo que hoy es el futuro -en apariencia irreversible- de México, como soporte de mano de obra y muro de contención para garantizar la geoseguridad de Estados Unidos y Canadá. Ellos disfrutan del banquete, mientras los mexicanos lavan los platos y, además, pagan la cuenta.
Los analistas deben dejar de darle vueltas a la búsqueda de la definición perfecta, o al menos adecuada, al término populismo en el contexto en que hoy se encuentra el mundo: está contenida en los puntos que determinaron que se adoptara el Consenso de Washington. Adelgazar al Estado equivale a disminuir las opciones de esa masa que en su momento estuvo cuidadosamente organizada en sectores y clases sociales, y hoy es amorfa porque nada ideológico, social y político la amalgama ni le da forma, lo que facilita a los teóricos del abuso, como Germán Larrea, intentar que juegue su cuatro de espadas más allá de los límites que le había autorizado el Estado, ese Estado que tanto desprecian. El juego está en la cancha de los muy ricos, sólo ellos son los beneficiarios de este hermoso juego del libre mercado.
Dejó anotado Martin Luther King en El clarín de la conciencia que “otra de las contradicciones de la revolución tecnocrática radica en el hecho de que, en lugar de fortalecer la democracia en nuestro país, ha ayudado a destruirla. El Gobierno y la industria ciclópea, complicados en un mecanismo de computadores, se han olvidado de la persona, dejándola al margen del sistema. Hemos perdido el sentido de la participación, y nos damos cuenta de que la influencia individual en las decisiones importantes ha desaparecido por completo. El hombre se ha visto considerablemente disminuido”.
Hoy, como antaño, Quetzalcóatl se muerde de nuevo la cola, porque lo que fue una promesa sólo alcanzó a vislumbrarse como un ensueño acomodado a las aspiraciones de cada uno de los gobernantes, legisladores o miembros del Poder Judicial que creyeron contribuir a la conceptualización y diseño de un México que no llegó a nacer.
www.gregorioortega.blog