Luis Alberto García / Moscú
*Tofik Bakhramov, abanderado soviético, coronó a Inglaterra.
*Dio por bueno un gol de Geoffrey Hurst…que no era gol.
* La soberbia británica decía que no tenía rivales dignos.
*Los ingleses, eliminados por la Unión Soviética en Suecia 58.
En 1966, los ingleses, inventores del futbol en su versión moderna, se dieron por fin el gusto de sentirse los mejores jugadores del planeta, aunque para ello debieron poner como garantía su propia casa, con un Campeonato Mundial hecho a su muy británica medida.
Steve Minchin, jefe del grupo de enviados especiales de Independent Television (ITV) de Inglaterra al Copa del Mundo de México 70, narraba que los directivos del balompié de su país, entre ellos Sir Stanley Rous, habían pasado aislados muchos años, convencidos de que no había en el orbe rivales dignos de enfrentar.
Los británicos rehusaron asistir a los encuentros mundialistas de 1930, en Uruguay; de 1934, en Italia; y de 1938, en Francia, con una mala actuación en 1950 en Brasil -dos derrotas encima-, eliminados por España y Estados Unidos por el mismo marcador (1-0), no obstante contar en sus líneas con Alf Ramsey, Billy Wright y Stanley Mattews, figurones de la época.
Cuando llegó el cable con la noticia de que Inglaterra había perdido ante los estadounidenses, el “Times” de Londres lo tomó como un error y publicó que el triunfo había sido de los suyos, ¡por 10-1!; y el “New York Times” restó importancia al resultado, sin publicar nada, creyendo que era una broma: hoy le dicen fake news (noticias falsas).
Inglaterra alcanzó los cuartos de final en Suiza 54, y volvió a descender en Suecia 58 con una despedida inmediata –junto con Austria- por tres empates y una derrota ante la Unión Soviética (1-0) que -con Brasil, que sería campeón mundial por primera ocasión- la eliminaría para pasar a la siguiente ronda.
Ese fue el primer Mundial jugado por el portero Lev Yashín, acompañado por otros jugadores que brillarían intensamente en el futbol soviético, entre ellos Boris Kuznetsov, Igor Netto y Valentín Ivanov, conducidos por Gavril Katchalin, quien los llevó a México 70, incorporando a Slava Metreveli y Albert Chesternev.
En nombre de Inglaterra, el gran capitán Bobby Moore recibió de manos de la reina Isabel II la Copa Jules Rimet, en una victoria sobre la República Federal Alemana que no fue suficientemente clara y no pocos hechos arrojaron un manto de dudas sobre la legitimidad de la conquista en la final, ganada 4-2 por los anfitriones en Wembley.
El equipo de la rosa y los tres leones de Windsor en el escudo, no se movió de la entonces llamada Catedral del Futbol, y ha sido el único campeón mundial que, a partir de Italia 1934, jugó todos sus partidos en el mismo escenario, sin necesidad de moverse de la capital.
Aquel 30 de julio de 1966, ante 96 mil espectadores, el árbitro suizo Gottfried Dienst legitimó uno de los cuatro goles ingleses, producto de un remate de Geoffrey Hurst que rebotó en el larguero, picó centímetros adentro de la línea de cal y escapó del arco alemán.
El incidente que ocurrió los 101 minutos de la prorroga –habían acabado 2-2 en el tiempo reglamentario-, y si bien el inglés lo anotó antes del silbatazo final, ese tanto abrió la puerta al triunfo anhelado por millones de británicos.
De modo que, con un episodio memorable, recordado más de medio siglo después de ocurrido, la soberana, su marido el príncipe consorte Felipe de Mountbatten, la Comunidad Británica en su conjunto y Banks, Cohen, Wilson, Jack y Bobby Charlton, Moore, Stiles, Ball, Peters, Hurst y Hunt –con Alf Ramsey, nombrado caballero del Imperio-, los futbolistas campeones y un entrenador no libres de sospecha, fueron inmensamente felices.
Ese tercer gol inglés fue confirmado y convalidado por el abanderado soviético Tofik Bakhramov –luego de una discusión que acabó entre reclamos e insultos inútiles de los alemanes-, quien al morir en 1999, otro árbitro de la misma nacionalidad, Nikolai Latychev –tan reconocido que dirigió la final Brasil-Checoslovaquia en Chile 62- reveló que dos frascos de excelso caviar pudieron cambiar la historia de la final londinense.
Luciano Wernicke, cronista argentino dedicado a documentar hechos insólitos del futbol mundial, asegura que Bakhramov fue designado como abanderado, después de mantener una reunión con un dirigente de Malasia, Koe Ewe Teik, a quien el soviético habría ofrecido esos dos pomos de caviar a cambio de ser el auxiliar de Dienst en la gran final.
Teik aceptó el suculento y refinado soborno, y convenció a los integrantes de la comisión de arbitraje para que Bakhramov fuera uno de los dos jueces de línea: “Hasta donde recuerdo, esos dos tarros de caviar ruso hicieron el truco”, escribió Wernicke al recoger para sus anecdotarios la confesión de Latychev revelada en una entrevista.
De ser cierta la versión, el afán protagónico y el error del abanderado soviético –junto con los exquisitos gustos y el antojo desmedido del dirigente malayo- costaron caro a Alemania, mucho más que dos recipientes del mejor caviar del mundo, con los perdedores aguardando hasta 1974 para poder lavar y olvidar su pena.
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