Luis Alberto García / Moscú
*Su influencia comenzó a crecer en Argentina 78.
*Hizo negocios con empresas multinacionales y amistad con dictadores.
*Cedió a Adidas los derechos de transmisión de las Copas del Mundo.
*El balompié coexistió con todos los regímenes políticos e independencia.
*Imaginó a ese deporte como una gigantesca cancha publicitaria.
Mientras Joao Havelange –presidente de la Federación Internacional de Futbol (FIFA) entre 1974 y 1998- dirigía el futbol y otros deportes en Brasil, logró consolidarse y escalar a cargos que le dieron poder y presencia, como el acceso al Comité Olímpico Brasileño (COB) en 1963.
Desde ahí creó una vasta red de contactos internacionales aprovechando sus cualidades de políglota, con modales diplomáticos y destrezas de manipulador consumado, dando lugar a un ascenso fulgurante.
Nacido en Río de Janeiro en 1916, fallecido en la misma cien años después, luego de un desempeño diverso en la alta burocracia deportiva de su país y del extranjero, en 1974 saltó a la cumbre de la FIFA con un discurso célebre y sencillo: “Soy vendedor de un producto llamado futbol”, y tuvo influencia ilimitada en su primer torneo mundial en Argentina, en 1978.
Sin embargo, aunque la facilidad con que dejó operar a la Junta Militar que presidía cruentamente el teniente general Jorge Rafael Videla y las violaciones de derechos humanos perpetradas mientras el mundo veía la televisión, le harían ganar antipatías, ya que nunca ocultó sus tendencias ideológicas como un reaccionario de ultraderecha.
En 1982, en España, aplicó su primera medida relevante, al ampliar de 16 a 24 el número de selecciones participantes; pero fue México, en 1986 -sobre todo sus contratos televisivos- el torneo en que verdaderamente imprimió su marca.
La compañía ISL, fundada por el empresario alemán Horst Dassler, magnate deportivo e hijo del fundador de Adidas, fue beneficiado por Havelange al cederle cada cuatro años los derechos de transmisión internacional del evento con mayor seguimiento en el planeta, como lo reveló el periodista Ken Bensinger.
Los réditos de aquellos contratos lubricaron durante lustros numerosas cuentas bancarias: unas corruptelas denunciadas; pero prescritas que ya jamás se investigarán, y debido a eso Havelange fue acusado de numerosos delitos durante sus años de esplendor.
Apoyó a dictaduras en Nigeria, Argentina y otros regímenes militares autoritarios y fascistoides en África y Latinoamérica, fomentó y se benefició encubiertamente del tráfico armamentista -el negocio de su padre- y, para más, promovió sobornos a gran escala.
En 1998, debilitada ya su manera de actuar -aunque no tanto como lo estaría después-, delegó el poder en su secretario general, Joseph Blatter, un suizo simpático y siempre risueño que continuaría su acusado presidencialismo y una forma de hacer las cosas bajo la mesa y asegurando que se repartiese el botín entre todos los dirigentes de la FIFA.
Dos décadas después -en un ámbito completamente diferente, que hoy ya no existe- iría cayendo la cúpula delictiva-empresarial de la entidad que rige el deporte más popular del mundo, hasta llegar a mayo de 2015 en que, de pronto, sorpresivamente, la justicia estadounidense extendió su largo brazo y detuvo a los secuaces del suizo.
A Havelange hay que reconocerle el haber imaginado al futbol como una gigantesca cancha publicitaria y atraer a algunos de los mayores patrocinadores del mundo, además de exportar el balompié a Estados Unidos y Asia.
Su vocación expansionista no tuvo límites: el negocio del futbol podía coexistir con cualquier régimen político y, para ello, debía ser financieramente independiente, luchar, por si fuera poco, para protegerlo de la justicia humana.
Hasta 2015 -año en que la fiscal Loretta Lynch ordenó la detención de ocho personajes de la FIFA relacionados a irregularidades- fue cuando se descubrió que la Confederación Sudamericana de Futbol, con sede en Asunción, capital de Paraguay, tenía “status” con inmunidad diplomática comparable al Vaticano y a su Santo Papa de Roma.
En plena euforia por el crecimiento económico brasileño y su designación para organizar un Campeonato Mundial y unos Juegos Olímpicos en apenas un bienio, 2011 fue un mal año para Havelange.
Se vio obligado a dimitir como miembro del COI tras arreciar las acusaciones de haberse enriquecido de forma sostenida con comisiones provenientes de ISL, convertida en la compañía que comercializaba los jugosos derechos televisivos de los eventos mundiales.
El caso afectó después de lleno a su ya famoso ex yerno, Ricardo Teixeira, todopoderoso “capo” del balompié brasileño y entonces presidente de la Confederación Brasileña de Futbol (CBF), que era el presunto prestanombres de la trama.
Las acusaciones eran tan evidentes que, a toda prisa y sin explicarlo, debió mudarse a Miami para evitar males mayores y, aunque parezca increíble, han pasado varios años y la justicia brasileña todavía busca cómo procesarlo.
En 2013 el juez del Tribunal de Ética de la FIFA, Joachim Eckert, calificó finalmente la conducta de Havelange de “moral y éticamente reprobable”, y aunque nunca fue castigado se le permitió renunciar a la presidencia de honor del organismo en 2013 y recluirse en el ostracismo y el silencio.
Los rumores eran de que se había apropiado de 50 millones de dólares en sobornos, por supuesto ilegales, aunque el COI, en investigación diferente, solamente lo acusó de recibir un millón, en momentos en que el manto del secretismo cubría todavía los negocios oscuros del deporte más popular del planeta.
Pasarían solamente dos años hasta que dirigentes incorporados por él al Comité Ejecutivo de la FIFA – Chuck Blazer y Jack Warner, entre otros– fueran destituidos y procesados, junto con Blatter, en la macrooperación anticorrupción liderada por la fiscal estadounidense para poner fin al modo de hacer las cosas implantado por Havelange.
Su fallecimiento durante los Juegos de Río marcó el final de una época, el COI puso sus banderas blancas con los cinco aros olímpicos a media asta en el Parque Olímpico en señal de respeto y rechazó hacer comentarios sobre la figura del ilustre difunto: “No es respetuoso hablar de corrupción hoy, día de su fallecimiento”.
La reacción entre los brasileños como el periodista André Filho, hastiados de corrupción, tampoco fue de duelo, recordando más la sensación que transmitió el ex futbolista inglés Gary Lineker –líder goleador en el IX Campeonato Mundial de México en 1986- en un mensaje.
“Joao Havelange, el ex presidente de la FIFA ha muerto. El futbol le dio tanto…”, escribió el anotador de un “hat trick” a Polonia en ese año mundialista; pero sin decir que ese hombre supo combinar -como nadie- el futbol y los negocios.
Joao Havelange heredó el cargo de Stanley Rous, quien dio con la redacción clara del Reglamento del Futbol en 1925 -diecisiete reglas entendibles, fruto de experimentos de prueba y error desde la creación de las primeras normas, en 1863- y lo dejó en manos de Joseph Blatter, funcionario elevado a la presidencia de la FIFA gracias a su habilidad para la manipulación y las maniobras encubiertas.
Inhabilitado él y sus compinches –entre ellos Michel Platini, entonces presidente de la Unión Europea de Futbol (UEFA)- para ejercer cualquier actividad relacionada con ese deporte, todos han estado a punto de acabar presos por tejer tan paciente y calladamente su red de corruptelas.
Hace tiempo que esa banda de cuello blanco transitó del deporte romántico al deporte como negocio, sin que se olvide que sus compañeros de viaje fueron Juan Antonio Samaranch en el COI, y Primo Nebiolo en la Federación Internacional de atletismo, quienes, como dice un tango, también tienen su historia.
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