Luis Alberto García / Moscú
*Joana apareció en escena cuando Brasil vivía la euforia económica.
*Su abuelo Joao y su padre Ricardo Teixeira le heredaron dudosas costumbres.
*La directora de Brasil 2044 resultó ser hija del presidente de la CBF.
*Juca Kfouri, periodista brasileño, enjuicia severamente a los dirigentes.
*Con altos cargos en el pasado, ahora quiere tranquilidad y discreción.
“Torcedora” del rubro negro Flamengo, multicampeón de Río de Janeiro y de la verde amarela pentamonarca del mundo, Joana Havelange se definía como “super patriota”, manteniendo un perfil discreto para reducir los efectos de la notoriedad y el apellido que heredó de su abuelo, que se llamaba como ella: Juan en castellano.
Sin embargo, quizás nunca se sepa si Joana se arrepintió o no de haber aceptado el puesto de directora del Comité Organizador de la Copa FIFA / Brasil 2014, y ni siquiera su designación en 2007, en plena explosión económica del hermoso y extenso país, el célebre y envidiado gigante sudamericano.
Brasil se bañaba en la euforia de haber sido elegido para organizar un Campeonato del Mundo de futbol y estar cerca de conseguir unos Juegos Olímpicos, exenta de contratiempos porque fue elegida por su padre, Ricardo Teixeira, el entonces presidente del propio Comité Organizador y de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF).
Ésta había sido la entidad más poderosa del país y la prensa se preguntaba “en qué otro comité de la historia del fútbol se produciría el absurdo de tener como directora ejecutiva a la hija del presidente”, como cuestionó Juca Kfouri, el más destacado crítico de las directrices de Joao Havelange y de Teixeira del periodismo brasileño.
El nombre del abuelo, ex deportista olímpico y ex comerciante de armas -como el bisabuelo belga-presidente de la FIFA ente 1974 y 1998, miembro del Comité Olímpico Internacional (COI), se había convertido en sinónimo de corrupción, como acusó André Filho, cronista de “Radio Jornal” de Río de Janeiro.
Conociendo los malos manejos de su abuelo y de su padre al más alto nivel internacional, Joana Havelange vivió en un estado de permanente sospecha: “Con ambos ha sido así toda la vida. No esperaba que fuese diferente conmigo”.
Y tras circular en la red social Instagram un texto de apoyo a la Copa del Mundo de Brasil en mayo de 2014, en el que se dice que “lo que había de robarse, ya lo fue”, sus compatriotas pensaron que lo sabía de primera mano y llenaron las redes de acusaciones e insultos de toda clase.
La cuestión podría no quedar ahí: aunque ella acusó a “personas oportunistas” de su círculo de confianza por el desliz en Instagram, desobedeció la prohibición de hacer manifestaciones relacionadas con el Comité Organizador por ese medio digital y pudo ser llamada a declarar sobre sus palabras por algún diputado especialmente inquisitivo; pero no pasó nada.
Mujer de fisonomía atlética, Joana Havelange continúa normalmente su vida y trata de relajarse a través del deporte: ejercicios en gimnasio, bicicleta y tai chi, conviviendo con sus dos hijos adolescentes; pero su ídolo sigue siendo su difunto abuelo, con quien tiene –dicen sus allegados- un cierto parecido físico.
“Torcedora” con credencial del Club de Regatas Flamengo, el más querido de Brasil según ha dicho, y aficionadísima al futbol, se autodefinía como “super patriota” y ahora cultiva un perfil bajo para tratar de reducir en lo posible los efectos nocivos de la notoriedad que, casi como un castigo, le dejó su abuelo.
Es licenciada en administración de empresas y con buen conocimiento de idiomas como Joao Havelange, que hablaba siete lenguas, desempeñó varios trabajos antes de su fulgurante ascenso al dirección ejecutiva del Copa del Mundo de 1914: administró tres restaurantes, abrió una empresa de mercadotecnia y un negocio de bolsas de mujer.
Antes de su nombramiento, se acercó a la gestión deportiva en torneos de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) y en dos torneos mundiales de futbol de playa; pero fue desde 2013 cuando empezó a administrar un presupuesto de más de 65 millones de dólares.
Antes de junio de 2014, al inaugurarse la XX Copa del Mundo, dirigía un equipo de cincuenta personas y controlaba siete áreas: mercadotecnia, eventos, compras, recursos humanos, responsabilidad social, protocolo y planificación.
“En mi país soy brasileña, y con mucho orgullo, sé que vamos a tener una Copa del Mundo buenísima porque podemos, sabemos y estamos en el camino de organizar el campeonato de los campeonatos”, afirmó en su disculpa pública por la ya célebre frase, también a través de Instagram.
El episodio fue un paso más en el imparable declive de su estirpe familiar durante los últimos tiempos, si se recuerda que su padre, Ricardo Teixeira, investigado por diversos casos de corrupción, abandonó todos sus cargos en 2012 y se mudó a Miami, tratando de poner distancia con una investigación del Comité de Ética de la FIFA.
Acabó señalado como culpable, junto a su ya jubilado ex suegro que aún vivía, con el cargo en contra de haber recibido pagos ilegales de la empresa de mercadotecnia deportiva ISL entre 1992 y 2000, a cambio de contratos por patrocinios y derechos televisivos del mundial brasileño y de los anteriores, sin especificar en cuáles.
El abuelo Havelange renunció como presidente honorario de la FIFA y Joana quedaba sin la red de protección constante de su padre, ni el paraguas de un apellido que le había abierto todas las puertas.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, quien se vio obligada a dejar el Palacio de Planalto después de un golpe de Estado mediático y parlamentario en agosto de 2016, pidió su cabeza; pero el sucesor de Teixeira en la CBF, José María Marín –en la cárcel desde agosto de 2018-, la mantuvo en el cargo.
Quedó expuesta o exhibida –como quiera llamársele-; pero, acostumbrada a las miradas de “todas las personas que están hablando mal de ti”, reconocía sus errores en una entrevista con el diario deportivo “Lancenet” a fines de 2012, pocos meses antes de la imputación definitiva, en contra de Joao Havelange y Ricardo Teixeira, sus dos más cercanos familiares.
Joana Havelange –que no usa el apellido Teixeira de acuerdo a la costumbre brasileña de anteponer el materno al paterno-, solía afirmar que, cuando terminara el la Copa FIFA / Brasil 2014, quería retirarse a estudiar un doctorado y pasar tiempo con sus dos hijos, porque ya no le atraía continuar en la gestión deportiva.
“Soy una hormiguita que trabaja”, decía en una de las escasas entrevistas concedidas en años recientes: “Esa parte política que todo dirigente debe tener, no encaja con mi perfil”, y quizás eso explique el incidente de Instagram.
Tal vez sea algo de lo que ya se ha arrepentido: parece improbable que la saga que ha dominado al futbol -en el país del futbol y el más musical del mundo durante el último medio siglo-, dure más de tres generaciones.
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