Luis Alberto García / Moscú
*Presiones sobre el gobierno de Rusia para liberar a Oyub Titiev.
*Memorial de Chechenia ha permanecido en actividad desde 1989.
*Ninguna nación participante retiró oficialmente a su selección.
*Vladimir Putin, acostumbrado a las malas relaciones con Occidente.
*Antes de la Copa del Mundo, coros racistas contra la selección de Francia.
*Los anfitriones lograron un octavo lugar general que no esperaban.
Sin que en apariencia se notara, debido al control que el gobierno del presidente Vladimir Putin ejerció sobre ellas, organizaciones políticas opositoras, disidentes y defensoras de los derechos humanos de Rusia fueron neutralizadas, especialmente por la Oficina Federal de Seguridad, de la cual fue titular el mandatario a fines del siglo pasado.
Sin embargo, más de dos años antes de la inauguración de la Copa FIFA / Rusia 2018, en mayo de 2016, una docena de grupos defensores de los derechos humanos firmó una carta abierta a la Federación Internacional de Futbol (FIFA), exigiéndole presionar al gobierno de Rusia para que la liberara a Oyub Titiev, director de la organización Memorial de Chechenia.
La policía chechena detuvo a Titiev, bajo el supuesto de poseer una mínima cantidad de droga, con la posibilidad de enfrentar hasta diez años de prisión; pero sus defensoras y partidarios dijeron que los cargos fueron fabricados bajo las órdenes de funcionarios leales a Ramzan Kadyrov, dirigente checheno.
Fundada en 1989 por disidentes soviéticos, el Memorial de Chechenia ha obtenido el reconocimiento internacional por sacar a la luz la represión de la era soviética; es decir, hasta antes de 1991, bajo el gobierno del presidente Mijail Gorbachov.
Existe el antecedente de que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó en diciembre de 2017 a Ramzan Kadyrov por presuntos abusos contra los derechos humanos, tema sobre el cual la FIFA adaptó una política unos meses antes.
El organismo rector del futbol mundial expresó su preocupación por el arresto de Titiev; pero rechazó las solicitudes de retirar su base de entrenamiento de la capital chechena, y en reacción a ello, Katya Sokirianskaia, ex directora del Memorial de Chechenia, manifestó que la Copa del Mundo de 2018 era importante para el Kremlin.
Si bien algunos críticos de Putin esperaban utilizar la Copa del Mundo de futbol para manifestar sus quejas, otros deseaban arruinar todo el torneo, llamando a un boicot internacional para el evento; sin embargo, a unos días de la apertura, el 14 de junio de 2018, ni uno solo de los países que participarían retiraron a su selección nacional.
Ni siquiera Inglaterra, que acusó a Putin de ordenar un ataque contra Sergei Skripal, un espía ruso de inteligencia militar que trabajó para el M-16, el espionaje británico, quiso perderse la mayor competencia de futbol en el mundo; pero desde el Kremlin negaron esas acusaciones.
En lugar de un boicot directo, el gobierno del Reino Unido rehusó enviar una delegación oficial de alto nivel al certamen mundialista, sin que a Putin le preocupase, acostumbrado a tener malas relaciones con Occidente, como explicó Andrei Kolesnikov, analista del Centro Carnegie de Moscú: “Él podía arreglárselas sin las representaciones y delegaciones; pero lo que le importaba era que asistieran los futbolistas”.
Lo que importaba también era que los aficionados, particularmente los rusos, tuvieran un buen comportamiento en las gradas, y es que en años recientes, partidarios de la extrema derecha han desplegado cruces gamadas nazis en los estadios, y en 2010, miles de “fanats” (“hooligans” rusos y ultranacionalistas provocaron disturbios cerca de la Plaza Roja moscovita.
Los directivos del futbol ruso han dado algunos pasos para hacer frente al racismo. En 2017, nombraron a Alexei Smertin, excapitán de la selección rusa, como su enviado contra la discriminación.
En marzo, aficionados rusos dirigieron coros y cantos racistas contra Kylian Mbappé, Samuel Umtiti, Balise Matuidi, Ousmane Dembélé, N’Golo Kanté y Paul Pogba, -quienes serían monarcas mundiales con la selección francesa- durante un partido amistoso contra Rusia en San Petersburgo.
La FIFA se mostró magnánima y solamente multó a la Unión de Futbol de Rusia con treinta mil dólares. “Incidentes ocurridos con frecuencia, antes y después de la Copa del Mundo, muestran cómo el racismo sigue siendo un hábito arraigado en la cultura de los aficionados en Rusia”, dice Pavel Klymenko, responsable de dar seguimiento y monitorear ejemplos de discriminación de los fanáticos para la red Futbol contra el Racismo en Europa.
De igual forma, los “fanats” adquirieron una aterradora reputación en Rusia desde que causaron destrozos durante la Eurocopa de 2016 en Francia, en especial en el puerto de Marsella, donde uno de sus líderes fue detenidos y encarcelado durante varios meses; sin embargo, la mayoría de los expertos pensaban que las fuerzas de seguridad no permitirían que se repitieran esas violentas escenas.
Como denunciaron sus opositores, la Copa del Mundo de futbol era demasiado importante para Putin, y varias fuentes del movimiento “fanat” señalaron que la policía le había advertido que sus simpatizantes podrían enfrentar largas temporadas en prisión si hacían algo que dañara la imagen internacional de Rusia.
Evidentemente las fuentes pidieron mantenerse en el anonimato debido a que se trataba de un tema “delicadísimo”: “Ya se sabía que iban a evitar problemas en el torneo”, dijo Vladimir Kozlov, autor de “Football Fans: The Past and Present of Russian Hooliganism” (Aficionados al futbol: el pasado y el presente del movimiento hooligan ruso).
“Si los aficionados iban a las afueras de Moscú en busca de aventuras, era posible que los enfrentaran y reprimieran; pero eso no tendría nada que ver con el movimiento que ellos dicen representar”, externó Kozlov.
Con todo lo que se dijo alrededor del torneo en relación con los yihadistas y la geopolítica, en ocasiones era fácil olvidarse de que se trató de un evento deportivo, y a los rusos los emocionó que las máximas estrellas del futbol mundial jugaran en su país. sabedores de que las probabilidades de que su selección nacional ganara el torneo eran nulas.
Con el número 65 en la lista oficial de la FIFA, antes de su torneo de 2018, Rusia estaba entre los peor clasificados de cuantos participaron en él, recordando que no había avanzado más allá de las primeras rondas desde la caída de la Unión Soviética; pero como dueños de casa lograron un octavo lugar general que ni esperaban.
“¿A quién vas a apoyar cuando Rusia sea eliminada?”, era una broma común entre los aficionados moscovitas, que tuvieron como sus máximos representantes a futbolistas del Spartak, CSKA, Lokomotiv y Dinamo de Moscú, entre ellos Igor Akinfeev, Mario Fernandes, Alan Dzagoev, Denis Gushakov, Alexei Samedov, Alexander Golovin, Alexei Miranchuk, Roman Zobnin y Sergei Ignashevich .
Siempre se especuló sobre el hecho de que el gobierno de Putin pudiese influir en lo que sucediese en el campo; pero con un poco de ayuda de la FIFA, no dejaba nada al azar en otras áreas, cuidando hasta el menor detalle. ¿Un ejemplo?
El video promocional de Vladimir Putin y Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, jugando con una pelota de futbol en un salón de recepciones, y aunque la habilidad para el futbol del suizo que sucedió a Josep Blatter en el cargo lució impresionante, algunas personas insinuaron que una buna edición había exagerado las capacidades del ruso, ya que el hockey sobre hielo y el judo son lo suyo.
“Solamente se trató de demostrar al mundo que Rusia podía llevar a cabo con éxito un evento de esa magnitud”, dijo Viktor Shenderovich, reconocido escritor y aficionado serio admirador y seguidor del futbol ruso: “El futbol tiene importancia secundaria; sin embargo, para Putin, la propaganda política –lo sabe bien- es primero”.
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