CIUDAD
DE MÉXICO, 26 de diciembre (AlmomentoMX).-
La historia del
paisaje debería situarse dentro del concepto mundo, que es la
totalidad y el centro en el que el ser humano está inserto, expuso
el doctor Enrique Dussel Ambrosini, Profesor Emérito de la
Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Al dictar la
conferencia Reflexiones filosóficas sobre el paisaje y
descolonización sostuvo que el individuo tiene una percepción
“desde una totalidad de sentido”, es decir, cada uno tiene un
mundo propio, pero también puede decir que tiene el universo de su
familia, el barrio, la universidad o el cosmos contemporáneo.
El mundo tiene una
totalidad ontológica donde “todo lo que el sujeto descubre tiene
un sentido, por tanto, hay muchos sentidos del paisaje, las
chinampas, por ejemplo, significan un universo que ya no es o es de
alguna manera, pero fue –antes del proceso de conquista– algo que
tenía un sentido muy distinto al nuestro”, sostuvo en la Unidad
Azcapotzalco de esta casa de estudios.
En cada mundo hay un
tiempo y el periodo de cada quien es la totalidad de las experiencias
que ha vivido, en la cual se presenta “lo que veo desde un pasado
que a su vez determina un futuro; el universo, entonces,
temporalmente tiene un pasado y a su vez un plan posterior que
determina lo que hago: lo que pienso hacer le da un sentido a lo que
se me presenta como posibilidad del cumplimiento de un proyecto”, a
esto se le llama temporalidad.
Ese asunto de la
temporalidad está relacionado con el paisaje, porque éste se
encuentra situado en un presente que tiene pasado, en ese sentido el
de las chinampas es un caso interesante porque “en la medida que
uno las observa recuerda, memoriza o rememora un mundo azteca que fue
parte de esa vista e historia, y que tenía un proyecto que ya no es
el nuestro, de tal manera que el panorama mío no es el de nuestros
antepasados porque tenían otra manera de vivirlo”.
Pero lo propio del
paisaje no es sólo la temporalidad, sino la espacialidad, “es cómo
vivo el espacio y cómo organizo mi mundo más íntimo, por ejemplo,
mi familia, donde en mi casa pongo las cosas en su lugar, que no es
físico meramente sino cultural, porque coloco los objetos en un
espacio y vivo la espacialidad atravesada por un vivir ese sitio
desde el tiempo”.
El paisaje, por lo
tanto, no es un mero territorio, “un espacio físico que yo mido o
en el cual vivo”, sino una zona telúrica, pero que se ve desde la
cultura, la cual da el sentido al panorama, porque es histórico e
interpretado de maneras muy distintas según sean las culturas desde
donde se vea eso que se me presenta.
Tampoco es lo
telúrico, sino lo telúrico culturalizado, es decir, creado dentro
de una cultura y, por lo tanto, se debe tener mucho cuidado cuando se
quiere diseñar uno, “porque se puede distorsionar una cultura
poniendo un paisaje que no se corresponde con su espacialidad y
temporalidad; hay que ser muy discreto y obediente a los datos
objetivos que son esencialmente culturales.
De acuerdo con el filósofo e historiador de la Unidad Iztapalapa de la UAM, la idea de paisaje de los pueblos originarios fue destruida por la de los indoeuropeos semitas occidentales, que impusieron un paisaje dominador para ellos y, por lo tanto, es necesario pensar en una descolonización, “que significa ser capaces de volver al origen y darnos cuenta de la complejidad mundial de nuestra cultura latinoamericana y especialmente mexicana”.
AM.MX/fm
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