FRANCISCO RODRÍGUEZ
Hay datos que horrorizan a la opinión pública y por más que traten de ocultarse indignan a toda sociedad civilizada. En México hay varios, pero dos resaltan en estos momentos de marzo: el 25 aniversario del asesinato artero de Luis Donaldo Colosio y el robo infame de un millón diario de barriles de crudo que es colocado a espaldas de la Nación en el mercado mundial de la informalidad.
Por las investigaciones acuciosas que se han hecho de ambos, los dos parecen apuntar a un solo causante. El mismo que desde hace treinta y siete años ofende a la Nación con desplantes de déspota, el que instauró la desvergüenza y el atraco como divisas de gobierno, el culpable de haber desmantelado el aparato público y enajenado al país en favor de sus mayores verdugos.
Sobran nombres y apellidos. Todo mundo sabe a quién se refiere cualquier comentario que se enderece sobre estos asuntos tan delicados y peligrosos. Sólo hay una persona capaz de causar estos daños descomunales, apoyado por descastados que jamás debieron ostentar una representación política, social o sindical.
Los destrozos causados por este enajenado mental son tan descomunales que rebasan la comprensión de cualquier ser normal. No tienen medida para calificarse, son demasiado ostentosos y sin embargo, nos dicen que la sociedad no está preparada para castigarlo, o que el gobierno necesita de mayor fuerza para defenderse de sus agravios.
Todos los capitales mal habidos se confabulan para defenderlo, pues todos se encuentran involucrados en sus maromas. Logró amalgamar alrededor de su rapiña a todo aquél que nunca tuvo la menor idea de patria, a todo aquél que estuvo dispuesto a atentar contra el patrimonio colectivo y contra la geografía nacional. Creó una escuela de indolentes.
El asesinato del candidato, por su defensa a Pemex y decir no al narco
El asesinato de Colosio, perpetrado por el jefe de la mafia del juego y del crimen en Tijuana, fue obra de sus instrucciones. La llegada del felón Zedillo, fue preparada por una guerrilla artificial de rifles de madera, ideada y ejecutada por el mismo peloncete y el cacique de Chiapas, Velasco Suárez.
El magnicidio fue encargado al cacique de Tijuana, porque en ese momento era la figura mexiquense que podía por sus influencias internacionales, absorber el daño, y por su riqueza descomunal, encubrir a los culpables, muchos de los cuales se encontraban en el equipo cercano al candidato sonorense. Muchos de los cuales siguen vivos causando lastimas en el PRI.
El homicidio del candidato frustrado fue ordenado por dos cosas que el sonorense había jurado defender: la no privatización de Pemex y enderezar la lucha contra el narcotráfico, que siempre tuvo en Los Pinos a sus mayores socios y estrategas. Estas dos razones fueron demasiadas razones para explicarse las absurdas decisiones tomadas contra su persona.
Los anhelos de AMLO se enfrentaron siempre a los asesinos de Colosio
A partir de este acontecimiento, pueden explicarse la multitud de fraudes electorales perpetrados por los mapaches del sistema para impedir a toda costa que las banderas de no privatización de Pemex y de lucha frontal contra el narco presidencial llegaran a triunfar entre el electorado.
La consigna del imperio cada vez más chiquito fue erigir un modelo económico permisivo a todo trance, llamado neoliberal, fundado exactamente sobre los dos pilares inmarcesibles de claudicación nacional: entregar el petróleo y permitir el trasiego del narcotráfico con patentes expedidas desde Los Pinos.
Las aspiraciones de Andrés Manuel López Obrador se enfrentaron siempre a ese muro político. No podía llegar al poder alguien que, como él, fuera a descubrir los trastupijes presidenciales en el narcotráfico y el empeño mayúsculo de quebrar y vender como chatarra la principal industria nacional, medular para nuestra seguridad estratégica.
Colosio quería a Mario Rubicel Ross García al frente del sindicato de Pemex
Por el lado del sindicalismo combativo, insurgente contra todo tipo de entreguismo, fueron sacrificadas las aspiraciones de brillantes líderes sociales que aspiraban a dirigir el sindicato petrolero. Algunos pagaron la osadía con prisión y levantones contra sus hijos. Fue el caso de Mario Rubicel Ross García, a quien Colosio había señalado como el líder petrolero de su sexenio.
El tiempo es el mejor de los jueces. Nada escapa a su comprensión. Nada florece en la mentira y el error. Todo acaba por saberse. En el fondo de la lucha democrática de México se encuentran los temas indignantes: la preservación de la riqueza petrolera y la criminalidad ostentosa del narcotráfico.
Los delitos cometidos contra la Nación por la pandilla de dirigentes sindicales de Carlos Romero Deschamps y el robo de combustible y de crudo que amenaza la economía mexicana sólo pudieron ser posibles por las indicaciones directas que el infame octomesino dio expresamente a los directores de Pemex: aquí manda él, les advertía, señalando al felón Romero Deschamps. Y sumisos, aceptaban.
Robo cotidiano de más del 60% de la producción petrolera mexicana
Aunque muchos puedan pensar que es exagerado hablar del robo diario de un millón de barriles de crudo de las plataformas y boyas de la Sonda de Campeche, más los hurtos en tierra firme y aguas someras, diversas investigaciones llevadas a cabo en todos los confines del mundo apuntan un hecho evidente:
El mercado petrolero mundial tiene protagonistas cotidianos. Estados Unidos sólo produce el 10% del petróleo total, sólo que a su interior su gente consume el 25% del total planetario. Todos los países de la OPEP, incluyendo los grandes productores árabes, producen sólo el 50% del total que se consume. Falta entonces saber dónde está el otro 40% de hidrocarburos que componen el mercado mundial.
Y aquí es donde aparece la verdadera gran estafa nacional: el robo cotidiano de más del 60% de la producción petrolera mexicana. Un millón de barriles diarios de crudo que son extraídos en la Sonda de Campeche y rematado a precios fáciles en los mercados negros del hidrocarburo nacional.
Aquí es donde aparecen los coyotes mexicanos, voraces e insaciables. Los fruncionarios de Pemex, los caciques sindicales petroleros, los prestanombres de grupos internacionales y los representantes de los tiburones apátridas.
Las empresas Carlyle, Evercord Partners y BlackRock, el holding superior que encabeza la batalla contra la dignidad nacional, a través de Carlos Salinas, Pedro Aspe, Peña Nieto, Luis Téllez, Videgaray, Ernesto Zedillo, Fox, Calderón, Joseph Marie Córdoba Montoya y todos aquellos que se complicitaron desde el principio en el magnicidio de Tijuana.
La justicia que ha hecho oídos sordos ya no debe ser más la gran ausente
Los mercados negros del petróleo internacional siguen alimentándose de las traiciones mexicanas. La justicia que ha hecho oídos sordos ya no debe ser más la gran ausente. Están desangrando a la patria… y todos tan campantes!
¡Algo debe hacerse, urgentemente, pero ya!
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Hace dos años, usted leyó aquí –bajo el título Secretos de Estado, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu— que meses después de los trágicos sucesos de Lomas Taurinas, “desde Dublín, Carlos Salinas de Gortari siguió manejando los entrambuliques de comercialización de carburantes, a salvo de la mirada de alguna autoridad y los pingües negocios multimillonarios de importación de gasolinas, que tanto ha despreciado el pueblo mexicano. Desde allá se ejecutaron los mejores negocios de Carlos Slim, que llegó a ser el más rico del mundo.
Las investigaciones emprendidas por los mastines judiciales del zedillismo acabaron en agua de borrajas. Sólo sirvieron, con todo y las indagaciones cadavéricas de La Paca, Lozano y Bezanilla, para darle al frustrado cachanilla el pretexto para desparecer los cuerpos de policías civiles, y ubicar en su lugar a todos los militares jubilados que se encontrara en el camino. La decisión, otro producto del caprichato fue un fiasco. Pero así somos… A base de carpetazos, órdenes distractivas, caprichatos de poderosos y bastonazos de ciego, la justicia mexicana ha demostrado palpablemente su inviabilidad. Los casos paradigmáticos de Colosio y Ruiz Massieu así lo demuestran. Junto con la seguridad, forma una poderosa mancuerna de dislates que cada día que pasa empeora la frágil estructura de los gobiernitos frente al exterior. Sirven hasta para esquivar cualquier denuncia o reclamo internacional. Para los gobernantes mexicanos no existe otro sumsum corda que el enriquecimiento ilícito e inmediato. Mientras más, mejor. Son estándares de imbecilidad que llevan bajo la piel…”
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