Francisco Rodríguez
Aparte sus butacas porque el espectáculo que se anuncia es grandioso. Suenan ya tambores y trompetas que anuncian un conflicto bélico entre ministros de la Suprema Corta ¿de Justicia? Dos son los bandos hasta ahora identificados, aunque los golpes y patadas bajo la mesa podrían fragmentar aún más a los togados.
En una esquina, el ex presidente del alto cuerpo colegiado Luis María Aguilar. En la otra, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea quien hoy encabeza a la SCJN.
Los barruntos de tormenta tomaron fuerza a partir de que, a mediados de diciembre del año anterior, cuando ya se vislumbraba quien sería el sucesor de Aguilar, éste, aún en su calidad de presidente, acudió a los cuarteles del queretano Zaldívar para expresarle su apoyo, aún cuando en realidad había apoyado las legítimas ambiciones de Jorge Mario Pardo Rebolledo.
Zaldívar recibió a Aguilar con un cubetazo de agua helada sobre la testa: “No necesito tu voto”, le espetó. “Es más, tampoco necesito tu amistad”.
Está más que claro que, en efecto, Arturo no requería de Luis María ni de ningún otro ministro de la Corta. Había cabildeado su ambición de cuatro años con prominentes miembros del Poder Ejecutivo recién entrante –muy señaladamente la ministra en retiro Olga Sánchez Cordero actual titular de Gobernación– prácticamente desde la noche del histórico 1 de julio anterior. Éstos, a su vez, lo habían hecho con los integrantes de la SCJN que, de acuerdo a la ley, son los únicos que pueden votar. Independencia de poderes, pues, que el actual presidente de la Corta tiró al cesto de la basura.
Y así, de 11 ministros, Zaldívar tuvo ocho votos.
Nadie se confíe de Zaldívar
Le decía a usted líneas arriba que los golpes y patadas bajo la mesa podrían fragmentar aún más a los togados. También ciertas actitudes prepotentes del ministro presidente, por lo que cuando más de dos de quienes se vieron prácticamente obligados a votar por él, ya no estarían en su bando. O se pasaron a las antípodas. O izaron la bandera blanca de neutralidad.
Y es que a Zaldívar, por decirlo suavemente, lo consideran voluble, muy voluble, en sus lealtades.
Recuerdan que fue Felipe Calderón, durante su ocupación militar de la Presidencia de la República, quien lo propuso para el cargo de ministro. Y que, tras el criminal incendio de la Guardería ABC, de Hermosillo, Sonora, fue a Zaldívar a quien correspondió determinar si en los hechos ocurridos el día 5 de junio de 2009,donde fallecieron 49 niños y 102 resultaron lesionados, se incurrió en violaciones graves de garantías individuales por parte de las autoridades.
Se filtró que sí, que en efecto, Zaldívar se iría con todo en contra de los funcionarios del gobiernito de Calderón. Y ante ello, el mismísimo secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, a la sazón, acudió al despacho del ministro para solicitar clemencia, recordándole que Calderón lo había propuesto ante el Senado.
Cuentan que su respuesta fue otro cubetazo de agua helada sobre Gómez Mont: “¡Me vale madres!”
Y le valió: Concluyó que Juan Molinar Horcasitas y Daniel Karam, son responsable del incendio que provocó la muerte de 49 niños. En el documento que Zaldívar entregó al pleno de la Suprema Corta de ¿Justicia? de la Nación, se señala que a Molinar, ex director general del Instituto Mexicano del Seguro Social(IMSS), se le atribuye el desorden por la “operación y supervisión del servicio de guarderías (…) que propiciaron las condiciones para la tragedia ocurrida.
“La magnitud de las fallas del sistema también alcanzan a Daniel Karam Toumeh“, en ese momento director general de ese organismo público, a quien se le señala como responsable de la mala atención médica que se la ha brindado a las víctimas.
¡Cuidado, pues, con la volubilidad –por usar un eufemismo que sustituya a traicionero— de Zaldívar. Capaz que se les voltea en cualquier momento a sus apoyadores del Poder Ejecutivo. Los que lo hicieron ministro presidente, mandando al diablo a la ley, a la división de poderes y a las instituciones.
En Zaldívar, el poder es la finalidad y el conflicto un instrumento permanente y omnipresente. Porque, cuando la pasión de mandar lo invade todo, es preciso buscar el conflicto para demostrar quién manda.
En lugar de integrar, uniendo y alentando, divide y frustra.
¡La guerra ha comenzado!
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