Rafael Serrano
“No comparto que estemos en una situación de guerra. La guerra es una cosa que inventaron los humanos, y el virus es un desafío de la biología ¬para recordarnos que no somos tan dueños absolutos del mundo como nos parece”.
José Mujica
Cuando la OMS declara al Corona Virus 19 una pandemia nos damos cuenta de que vivimos en una sociedad sin sentido ni rumbo; que ha generado un inmenso conocimiento científico y tecnológico perversamente orientado a una sociedad de consumo; donde la salud de sus habitantes o lo que se llama Estado de Bienestar no son la prioridad fundamental. Se vive ya una catástrofe planetaria. Habrá que ver si un virus que mata preferentemente a ancianos, hipertensos y diabéticos terminara por demoler una sociedad anclada en el desenfreno paranoide de lo que el mantra capitalista llama crecimiento y productividad (progreso).
Los prospectivas nos vienen anunciado, al menos desde principios de siglo, que las amenazas de las enfermedades infecciosas se incrementarían en el futuro. Fundamentalmente aquéllas que provienen del intercambio comercial y social del mundo globalizado. Tales como el VIH, hepatitis C, TB, Influenza, estaphylococus aureus y ahora el Convid19. Y tienen que ver con los desastres naturales que se han incrementado en los últimos 30 años: inundaciones, huracanes, sequías, erupciones volcánicas, terremotos, desplazamientos de tierras, hambrunas y por supuesto, epidemias y pandemias. La frecuencia de estos eventos, cada día mayor, indica que seguirán aumentando como síntomas de la depredación del sistema ecológico. Estamos en los preámbulos de la sexta extinción, aquella que el hombre ha fabricado desde el fin de la era medieval; tiene que ver con el modelo productivo, el modo de producción que ha violentado la ecología del planeta y abierto la caja de pandora con sus jinetes del apocalipsis. Es el legado del capitalismo en, tal vez, su última versión: neoliberalismo.
Recordar que la pandemia que tenemos matará sobre todo a los viejos, los obesos, diabéticos, hipertensos y los que hayan tenido cáncer o tengan el sistema inmune débil. Todas, enfermedades producto de una mala vida, regida por la comida chatarra, los altos índices de estrés laboral y una vida acelerada y paranoide en la que el rendimiento a toda costa nos enferma mental y físicamente;
nos vuelve neuróticos, obesos y diabéticos. El Conavid19 nos muestra que no hemos vivido bien ni saludablemente. Y ahora pedimos a gritos que compren ventiladores, se hagan pruebas y que los científicos se apliquen para tener la vacuna (ya), que cerremos fronteras, cerremos las ciudades y exorcicemos al ente maligno, cuando no sólo han fallado los gobiernos y sus sistemas sino la misma gente que esquizoide y paranoide no quiere romper con sus formas malignas de vida. Hemos olvidado que tener no es ser; y que la individualidad no es producto del mí mismo, si no de la relación con los otros, de la convivialidad y la fraternidad.
La utopía neoliberal es la primera víctima de la pandemia; había usurpado el liderazgo de la globalización, impuesto la movilidad transterritorial de todo y de todos como una condición para implantar el sistema de mercado capitalista en todo el mundo pero sin modificar su relación con la naturaleza, la cual siguió siendo utilitaria, depredadora; desde el libre tránsito de las mercancías del siglo XVI hasta economía 4.0 del siglo XXI, el empeño capitalista, en su versión monopólica financiera (neo-liberal), ha apostado a dominar la naturaleza (intervenir le llama la narrativa ideológica) usando utilitariamente la ciencia y la tecnología: pensando que, prometeicamente, sus conocimientos y técnicas pueden resolver todos los problemas de la existencia humana y no humana, incluyendo los problemas de la destrucción del hábitat y de las instituciones de los Estados Nación: la consigna de los proyectos capitalistas en los 500 años de hegemonía ha sido expandirse, crecer y crecer: aumentar la producción y generar una riqueza enorme que se concentra en una minoría opulenta: la locura de crecer se convierte en la narrativa de la eficiencia, la calidad, la competitividad e innovación, dejando de lado cualquier compromiso con la sustentabilidad del planeta, a pesar de la retórica ideológica de la responsabilidad social de las empresas.
En Davos, los líderes de la sociedad del consumo se reunieron para enfrentar el naufragio de la nave neoliberal; redactaron un manifiesto (Davos 2020) para salvar el Titanic: proponen un capitalismo de stakeholders donde las empresas repartan sus beneficios justamente, paguen impuestos de acuerdo a sus ganancias y erradiquen la corrupción. Demasiado tarde, la ideología neoliberal desarrolló una narrativa para justificar sus tropelías “civilizatorias”; habló de su triunfo histórico sobre otras ideologías (comunismo) y nos anunció la llegada a la tierra prometida del bienestar a partir de la la maximización de beneficios de las empresas. Un discurso soberbio que sometió a la naturaleza al poder de unas fuerzas productivas al servicio de oligarquías, ahora, planetarias. Esta soberbia fue derrotada por un virus.
La globalización neoliberal se viralizó y se hizo pandemia social, económica y política; parecía que la caída del muro de Berlín y la demolición del socialismo real anunciaban el fin de la historia y la consolidación del capitalismo como único modo de producción; ahora la pandemia nos hará vivir años turbulentos de donde emergerá una nueva hegemonía, para lo cual hay que mirar hacía China más que hacia Occidente. El Conavid19, como las otras pandemias de la sociedades posmodernas (neoliberales) son el resultado negativo de los avances de las fuerzas productivas. Esta era de progreso ha periclitado. Lo que viene es un capitalismo de Estado hibridado en los formatos autoritarios del socialismo real Chino o del autoritarismo corporativo coreano o japonés (descritos en la película Parásitos y narrados en Lo bello y lo Triste de Kawabata). El Talón de Hierro que nos anunciará Jack London aparece como presagio de un nuevo corto circuito en la historia humana. Ojalá no suceda.
El Conavid19 es la puntilla a un sistema que después del Consenso de Washington desencadenó una Nueva Gerencia Pública (NGP) que trajo más desigualdad, ahora planetaria, intensa y extensa: sólo una octava parte de los habitantes de la tierra viven en un Estado de Bienestar; y menos del 1% de la población posee la riqueza del mundo (Krugman, premio Nobel); el tsunami neoliberal trastocó/demolió a los Estados de Bienestar; sobre todo, a los europeos que ofrecían a sus ciudadanos, a cambio de su sumisión (declarase anti-revolucionarios y abandonar la lucha de clases): trabajo, educación, seguro de desempleo y un sistema de salud universal y gratuito acompañados de muchas amenidades culturales orientadas al consumo masivo, cultivadas o anidadas en el ego y el individualismo: donde los mantras del yes you can ideologizaban a buena parte de los ciudadanos/clientes. Todo se resumía en crear parques temáticos: centros comerciales que anidará el consumo masivo, paquetes de viajes para conocer el mundo, desarrollos urbanos para vivir pagando hipotecas eternas, comprar automóviles cada 2 años, educación privada para garantizar la pertenencia a las elites dirigentes, etcétera. Y donde la salud era otro tema en el parque: nada como tener un seguro de gastos médicos mayores para afrontar los infartos y las crisis diabéticas y marcar la diferencia con respecto los sistemas públicos de salud que se fueron convirtiendo en servicios malos para pobres y jodidos (¿prefieres pasar tu embolia en un hospital 5 estrellas o en un hospital de tercer nivel del IMSS o del ISSSTE?): muchos beneficios para pocos y pocos beneficios para muchos. Una sociedad excluyente aun en los jardines europeos.
Pero un virus no ideológico sino biológico, no virtual sino presencial atacó contundentemente el concepto de movilidad capitalista, usando esta movilidad para difundir la muerte, sobre todo la muerte económica. Como dice el sociólogo catalán Manuel Castells, la difusión masiva del virus no puede entenderse “sin la globalización incontrolada en la que se basa nuestro sistema económico y nuestra forma de vida. La globalización, que ha dinamizado la economía mundial y ha contribuido a la mejora de las condiciones de vida de una cuarta parte de la población, también ha creado una interconexión para cualquier proceso, sea el terrorismo, el cambio climático o epidemias antes localizadas” (https://www.lavanguardia.com/opinion/20200321/474278473999/tiempo-de-virus.html).
La movilidad, el fin de las fronteras (trans-territorialidad) y la utopía de un mundo interconectado bajo la dictadura de la sociedad de mercado parece tocada de muerte. Paradoja: la utopía neoliberal se hunde por lo que la hizo fuerte y poderosa: la movilidad de personas, de cosas y objetos (mercancías). El virus se transporta rápido en las complejas redes de comunicación del comercio. Todos los sistemas de salud entran en crisis, no solamente México, porque no están centrados en el bienestar sino la productividad de las empresas cuyos beneficios no se reparten ni se distribuyen con criterios de salud y bienestar. Si bien la inteligencia artificial, las neurociencias y las TIC han aportado conocimientos maravillosos, estos no están disponibles para toda la sociedad y muchas de sus tecnologías han contribuido a deteriorar el medio ambiente y violentado la evolución de la sociedad y de la vida.
Pero el virus ya se extendió y como dijo Angela Merckel, afectará al 80% de la población. Es un virus global. Sobrevivirá la mayoría y morirán los débiles. Pero se extinguirán las actuales formas de producir y consumir. Parafraseando a Marx: el Conavid19 es la partera de una nueva sociedad. Habrá que volver a tomar en cuenta lo que futurólogos como Rifking y Meadows señalan como deseable: una nueva economía de coste marginal cero, no anclada en el crecimiento de PIB ni el poder oligopólico de los sistemas financieros; con un uso intensivo de las tecnologías limpias, una reorientación de la revolución biogenética y un uso ético y responsable de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, reorientando los procesos de urbanización y armonizando los diferentes paisajes naturales. Volver a establecer una relación no interventora sino sustentable con la naturaleza y recuperar nuestra humanización basada en la obligación ecológica de sostener la biodiversidad biológica y cultural. Malos tiempos para el capitalismo y un porvenir brumoso que oscila entre el Talón de Hierro de China y la instalación de una democracia que reorganice la vida desde la salud, la felicidad; que garantice una sociedad fraterna basada en el conocimiento y la racionalidad humana. Un fantasma recorre el mundo…