Francisco Gómez Maza
· Unos pocos, en yate; millones, asidos de una tabla
· Pero todo cambiará; todos seremos menos egoístas
Ya perdí la cuenta de cuántas semanas hemos estado de cuarentena, haciendo, inventando, aprovechando – ojalá la aprovecháramos todos; más nos vale – este infinito tiempo que la pandemia nos ha dado para rehacer la vida, para limpiar la casa, para subirnos a una misma embarcación y navegar en este como mar proceloso, como si fuera el preludio de una hecatombe de humanidad, que la Naturaleza ofrece a las divinidades que la protegen.
Esto que está pasando, me dijo un amigo, es como la parusía del juicio final. Lo grandioso es que el virus de la muerte pudiera lograr lo que nadie ha logrado: Revolver todo en este mar tempestuoso y, desde sus profundidades, rehacer, re-crear esta especie humana – miseria humana – inconsecuente, irracional y estulta, y procrear, recrear y parir una humanidad nueva solidaria con la Naturaleza.
(Ayer me enviaron por la internet un cartón en el que una rata y sus ratoncitos ven pasar a un hombre contaminado de coronavirus, y uno de los ratoncitos dice: “mira, mamá. Un humano”. Y la mamá rata le responde con una advertencia: “No lo toques. Tiene muchas enfermedades”.)
Habrá, después de esta zozobra por la enfermedad, que produce fiebre, tos, falta de aire o dificultad para respirar, o cansancio, dolores de cuerpo, goteo de la nariz, dolor de garganta y hasta, en algunos casos, pérdida del olfato o el gusto, o un segundo de eternidad para muchos, u otra oportunidad de rehacer la vida para los sobrevivientes.
La humanidad ¿volverá a sus orígenes? ¿Retomará al paraíso perdido de la leyenda bíblica? No lo sé. Lo único que siento, percibo, es que no volverá atrás; no será la misma. No puede seguir siendo la misma sociedad egoísta, concentradora de la riqueza, consumista, contaminante, cazadora de elefantes.
La madre Tierra disfrutará de mejores condiciones de vida. Y la conciencia humana ya no dará más para la destrucción.
(Ayer leí una nota periodística que decía que, en el corazón de la libre empresa, la ciudad de Nueva York decidió confiscar insumos médicos a los hospitales particulares de la Citi, donde la venganza de la naturaleza es dura, implacable. Una confiscación no es propia de gobiernos capitalistas.)
Pero por lo pronto, amigo, creo que no navegamos en la misma barca. He visto que unos pocos, muy pocos, van en su yate de lujo: los multimillonarios y los millonarios; otros van en cruceros, festejando la lujuria; otros, en barcos de carga; otros, en llantas, como las que usan, para cruzan la frontera del Suchiate, los centroamericanos que se imaginan entre las nubes del sueño americano; muchos sólo van sorteando las letales olas de la pandemia, asidos de tablas, tablones, tablitas, para no hundirse y ahogarse definitivamente en las profundidades de este océano que puede tragarnos.
Y aún no ha ocurrido lo peor. Por el momento, quienes se han hundido son, en su mayoría, jóvenes, personas con padecimientos terminales, más que personas mayores de 60 años. Y es comprensible porque los jóvenes, a estas alturas, irreflexivamente, aún andan bailando la manzanilla por el mundo. No creen que esto sea serio.