* No será una explosión ni una implosión de carácter social, sino el desorden y la absoluta decadencia. O modifican el modelo político, o este presidencialismo se convertirá en una pesada lápida para el proyecto de nación que alguna vez existió
Gregorio Ortega Molina
Los mexicanos en general, pero sus gobiernos en particular, se muestran indecisos ante las opciones que representa el modelo chino de desarrollo, y dubitativos frente a un compromiso trilateral ya establecido: la integración al bloque de América del Norte. ¿Qué tanto se ha avanzado en ese proyecto? ¿Cuánto se han disminuido las asimetrías?
El conflicto con la civilización estadounidense, con su puritanismo, es de origen. No es nada más el contencioso histórico que mutiló el territorio que originalmente fue la Nueva España. Es también, sobre todo, la humillación constante de índole racial, la subordinación impuesta a pesar de que ofrecen y prometen un trato igualitario. Es la hipocresía cuáquera.
Con China, concretamente con la República Popular, de alguna manera misteriosa la correlación está dada. La Plaza de las Tres Culturas tiene su espejo en Tiananmén. El gran timonel de antaño, con el patriarca mexicano de hoy: “La existencia social de los hombres determina su pensamiento. Y las ideas justas que son propias de una clase de vanguardia se convierten, desde el momento en que permean en las masas, en una fuerza material capaz de transforman a la sociedad y al mundo”.
¿De dónde la reflexión? ¿Del movimiento de Regeneración Nacional, o de la Revolución Cultural? Menuda sorpresa de poder medirse con exactitud la interacción entre culturas, entre mundos que parecen distantes, aunque se hermanan en comportamiento, intereses y opiniones.
De lo anterior parte mi necesidad por buscar a Eugenio Anguiano (primer embajador de México ante la República Popular China 1972-1976, tras el establecimiento de los lazos diplomáticos. Posteriormente repetiría como embajador en 1982-1987. Fue de los pocos diplomáticos que conoció a Mao, se reunió siete veces con Zhou Enlai y vio un partido de futbol con Deng Xiaoping), y preguntarle: ¿Es asimilable para los intelectuales occidentales y sus políticos la cultura Oriental, y concretamente la china?
“Es comprensible porque se ha estudiado profundamente y porque la cuna de la cultura Oriental fue colonizada o repartida en esferas de influencia por potencias Occidentales. Desde luego que en Occidente no pretende asimilarse el neo-confucianismo, ni el marxismo-leninismo, ni el pensamiento de Mao Zedong”.
¿Quiénes saben en Estados Unidos y en México de la civilización china, su cultura, y la entienden y pueden hablarse de tú con los líderes políticos de la República Popular?
“En Estados Unidos hay una amplia gama de instituciones culturales y gubernamentales que cuentan con especialistas en China milenaria y contemporánea. No sólo pueden entender y “hablarse de tú” con los líderes de la RPC, sino que desde la fundación de China Popular se han preparado para contenerla, con resultados inciertos para los intereses estadounidenses. En México se ha avanzado mucho en el estudio y comprensión de la civilización china; en el Colegio de México, la UNAM -a través principalmente del Centro de Estudios China-México de la Facultad de Economía- y en otras universidades y centros de enseñanza superior del país. Creo que principalmente el COLMEX colocó a México, hasta hace pocos años, en la vanguardia de la sinología de América Latina, España y Portugal. Lo que desafortunadamente no existe es que el gobierno de México y otras instituciones del Estado mexicano sepan cómo aprovechar tal bagaje cultural para armar una política exterior con China y sus líderes que sea consistente”.
¿Crees en un bilateralismo China-Rusia?
“Hay una relación sino-rusa muy estrecha en lo económico y estratégico, pero no una alianza como la existente en los primeros 10 años de la República Popular. A partir de 1960 hubo una ruptura de tintes ideológicos entre la Unión Soviética (mentora de los comunistas chinos) y China, y en 1969 estuvieron ambos países a punto de una guerra total, aunque nunca rompieron relaciones diplomáticas. Este pasado reciente y otras consideraciones geopolíticas actuales hacen muy difícil, si no imposible, que vuelva a formalizarse una alianza sino-rusa como la sino-soviética de los años cincuenta”.
Hasta aquí las respuestas de Eugenio Anguiano. Lo expuesto desde el lunes 4 de enero último permite discernir que, efectivamente, el mundo camina a un cambio de época que, es factible, traiga consigo un cambio de paradigma, o al menos una profunda mutación de la cultura occidental, de nuestra mirada judeo-cristiana sobre lo que es y debe ser, o debió ser.
La pregunta resulta ineludible. Si el mundo cambia, y resulta que México debió quedar inserto en uno de los polos de desarrollo, y ahora la República Popular China modifica los equilibrios, ¿por qué en lo interno nuestro gran timonel mexica insiste en la restauración de un presidencialismo que ya resulta inoperante e inexplicable, que sólo se sostiene a través de la alimentación monetaria y económica a las Fuerzas Armadas?
Si no se establecen acuerdos y México deja de alinearse del lado correcto, el futuro inmediato no será una explosión ni una implosión de carácter social, sino el desorden y la absoluta decadencia. O modifican el modelo político, o este presidencialismo se convertirá en una pesada lápida para el proyecto de nación que alguna vez existió.
Para documentar y enriquecer la hipótesis comparto la entrada de dos notas publicadas en El País. Una los últimos días de diciembre, la segunda el 4 de enero.
“La UE y China se disponen a dar un último movimiento al tablero geopolítico mundial a dos días del fin de 2020. Los dos bloques prevén cerrar este miércoles el gran acuerdo de inversiones que llevan siete años negociando, después de que Bruselas haya arrancado a Pekín concesiones en derechos laborales y política climática. El pacto da un vuelco a las maltrechas relaciones entre la UE y China, pero puede provocar el primer desencuentro con el futuro presidente de EE UU, Joe Biden, cuyo equipo pretendía hacer frente común con Europa para combatir las malas artes comerciales de la potencia asiática”.
La nota del 4 de enero indica que el conflicto se anuncia grave: “Apenas unos días antes de la toma de posesión de Joe Biden como presidente de EE UU (20 de enero), las tres mayores compañías de telecomunicaciones chinas —China Mobile, China Telecom y China Unicom (Hong Kong) Limited— serán expulsadas de la cotización en la Bolsa de Nueva York y dejarán de tener acceso, por tanto, al mercado financiero de EE UU, el mayor del mundo. Una decisión, pese a todo, más simbólica que efectiva, ya que el grueso de sus acciones cotiza en Hong Kong.
“La decisión responde a una orden ejecutiva firmada por Donald Trump en noviembre pasado en la que prohibía a los ciudadanos estadounidenses invertir en compañías chinas que tuvieran algún vínculo con el Ejército de Pekín. Entre las compañías señaladas por la Casa Blanca estaban las tres telecos, junto a otras como Huawei, TikTok o Tencent, por representar a juicio de Washington una amenaza a la seguridad nacional. Es, por tanto, una decisión política que se produce una década después de que las Bolsas estadounidenses cortejaran a los grandes gigantes chinos para que cotizaran en su mercado y atraer inversiones”.
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