* Es poco honesto, le disgusta la transparencia, no rinde cuentas del presupuesto administrado, como tampoco está interesado en demostrar la legalidad y origen del dinero con el cual adquirió su extensa propiedad cerca de Palenque. El nombre con el que bautizó a su rancho es sintomático: La chingada. Habrán de releer El laberinto de la soledad, para conocer de todas las acepciones que, en México, a través del tiempo, hemos dado al término chingar y chingada
Gregorio Ortega Molina
Vale la pena puntualizar conceptos, porque tienen sutiles diferencias. La honradez refiere a lo pecuniario. Se es o no respetuoso del dinero ajeno al administrarlo, o al considerar que no tiene propietario o simplemente se le encontró mal puesto.
La honestidad está cerca de la honradez, pero sobre todo nos refiere a la actitud ante la ley y el prójimo. Se puede ser deshonesto al plagiarse un texto o una patente, al no citar fuentes, al engañar a la novia para llevarla a la cama y luego no cumplirle. Curioso, se puede deshonrar a una doncella, lo que es una felonía, casi un feminicidio, aunque la doncellez ya a nadie o casi nadie le importa. Para las parejas lo que trasciende es la honestidad, que va más allá de la honradez. Poner los cuernos, en uno u otro sentido, es una actitud deshonesta, nada que ver con ser o no honrado.
Por lo que se ha podido constar en estos 36 meses de triunfo electoral de la 4T, el presidente Andrés Manuel López Obrador es absolutamente deshonesto, engaña a la menor provocación, miente sin rubor alguno y, además, propicia la confrontación gratuita entre mexicanos, porque en una guerra civil, en medio de la globalización y siendo las puertas de la zona de geo seguridad de Estados Unidos, ningún grupo obtendrá éxitos de los cuales jactarse. Coloca a México en una situación de perder-perder, para -en el mejor de los casos- convertirnos en Estado asociado, como Puerto Rico, o, a lo peor, en Haití, para establecer entre nosotros un Estado policial.
Pero resulta, además, que también es poco honesto, le disgusta la transparencia, no rinde cuentas del presupuesto administrado, como tampoco está interesado en demostrar la legalidad y origen del dinero con el cual adquirió su extensa propiedad cerca de Palenque. El nombre con el que bautizó a su rancho es sintomático: La chingada. Habrán de releer El laberinto de la soledad, para conocer de todas las acepciones que, en México, a través del tiempo, hemos dado al término chingar y chingada.
El gasto para hundir AICM Texcoco es opaco y confuso, lo mismo que las cifras de recaudación fiscal, pues con los niveles de desempleo y pequeñas y medianas empresas que se llevó el Covid-19, imposible aceptar que Raquel Buenrostro recaudó de manera excepcional un chorro de millones. Entonces, ¿por qué las vacunas llegaron para ayudar electoralmente?
Lo menos que se puede decir de AMLO es que se comporta de una manera absolutamente amoral, rayana en lo cínico, porque el número de desaparecidos crece, Sanjuana desafía al Estado, propicia la distracción judicial con el caso del gobernador de Tamaulipas, sin importarle el riesgo en que coloca al federalismo. El último en desaparecer poderes en una entidad fue Luis Echeverría Álvarez, quien defenestró a Otoniel Miranda.
Y nos falta la mitad.
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Imposible eludir el deseo de refrescarnos la memoria, en el afán de clarificar paradas entre AMLO, que manda, y el pueblo, que obedece. ¿ ¿Quién descalificaría a Octavio Paz en su laberinto de la soledad? Les comparto:
¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la “sufrida madre mexicana” que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de esta voz.
En México los significados de la palabra son innumerables. Es una voz mágica. Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos significados como sentimientos. Se puede ser un chingón, un Gran Chingón (en los negocios, en la política, en el crimen, con las mujeres), un chingaquedito (silencioso, disimulado, urdiendo tramas en la sombra, avanzando cauto para dar el mazazo), un chingoncito. Pero la pluralidad de significaciones no impide que la idea de agresión en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar se presente siempre como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar cuerpos, almas, objetos, destruir. Cuando algo se rompe, decimos: “se chingó”. Cuando alguien ejecuta un acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: “hizo una chingadera”.
La idea de romper y de abrir reaparece en casi todas las expresiones. La voz está teñida de sexualidad, pero no es sinónima del acto sexual; se puede chingar a una mujer sin poseerla. Y cuando se alude al acto sexual, la violación o el engaño le prestan un matiz particular. El que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta.
Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de “lo cerrado” y “lo abierto” se cumple así con precisión casi feroz.
Hasta aquí Octavio Paz.
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