* Imposible determinar en qué medida se modificaron, ya, los sentimientos existentes (si los hubo) entre el destapador y las corcholatas, y en cuánto se profundizarán los supuestos o reales agravios. Dejaron de ser los prosélitos para transformarse en contendientes, y como supongo que sí tienen sangre en las venas, lucharán a muerte por ese poder que se les ofrece
Gregorio Ortega Molina
Adelantar vísperas para contener las consecuencias de los estropicios sociales y políticos ya cometidos, podría resultar demasiado caro a Andrés Manuel. Él mismo se abrió un flanco inusitado, porque es irremediable y, a querer o no, le precipita los tiempos en los que desea estructurar su permanencia en el poder.
Sostiene ser profundo conocedor de la historia patria, que ha estudiado el carácter y comportamiento de los que contienden por el poder, pero ahora creo que cursó mal ambas asignaturas, o quizá consideró pérdida de tiempo leer la novela de la Revolución, especialmente a Martín Luis Guzmán, que fue observador y actor de muchos de los sucesos narrados. Aporta suficiente materia de lección ética y moral, de los usos y costumbres entre políticos.
Necesariamente la relación profesional y afectiva (si la hubo) entre el aspirante al neomaximato y los “supuestos” sucesores por él oficializados, cambiará sin vuelta atrás. Se encargó de hacer difusas o borrar las líneas que separan la lealtad del subordinado con las aspiraciones del “suspirante” a ocupar su lugar.
Es puntual en las observaciones que a ese respecto hace Axkaná al general Aguirre, en La sombra del caudillo:
… En el campo de las relaciones políticas la amistad no figura, no subsiste. Puede haber, de abajo arriba, conveniencia, adhesión, fidelidad, y de arriba abajo, protección afectuosa o estimación utilitaria. Pero amistad simple, sentimiento efectivo que una de igual a igual, imposible. Esto sólo entre los humildes, entre la tropa política sin nombre. Jefes y guiadores, si ningún interés común los acerca, son siempre émulos envidiosos, rivales, enemigos en potencia o en acto. Por eso ocurre que, al otro día de abrazarse y acariciarse, los políticos más cercanos se destrozan y se matan. De los amigos más íntimos nacen a menudo, en política, los enemigos acérrimos, los más crueles.
Imposible determinar en qué medida se modificaron, ya, los sentimientos existentes (si los hubo) entre el destapador y las corcholatas, y en cuánto se profundizarán los supuestos o reales agravios. Dejaron de ser los prosélitos para transformarse en contendientes, y como supongo que sí tienen sangre en las venas, lucharán a muerte por ese poder que se les ofrece, y lo harán de la manera que Dios les dé a entender.
De alguna manera Andrés Manuel habrá de administrar lo que ahora es un incordio en sus proyectos futuros, porque adelantó tiempos en el falso supuesto de tener todo controlado, incluso los sentimientos de sus hijos políticos. Con toda certeza se percató ya de su enorme metida de pata, lo que lo obligó a contener su desmesurado enojo por el desaire que la voluntad popular le propinó durante la consulta del 1° de agosto. Llegó a escucharse en zumbido de las moscas en las casillas.
Quizá el Zeus mexicano debe iniciar su cuenta regresiva, puesto que se convirtió, de la noche a la mañana, en su peor enemigo.
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