* También hemos de meditar en el riesgo de un gobierno militar por elección y democrático, porque los uniformados son diferentes en comportamiento, ideología, cultura y en su manera de percibir el mundo, y nada puede garantizarnos que no les diera por gobernar como los generales de América del Sur
Gregorio Ortega Molina
Si la Revolución quedó inconclusa y el partido de Estado dejó de ser útil para lo que fue creado; si la alternancia se descarriló y a pesar de tener unas elecciones democráticas, la democracia en el ejercicio del poder, en el oficio de administrar la hacienda pública no funciona, y lo que campea es la corrupción, ¿qué camino hemos de tomar para evitar convertirnos en Haití?
Si el poder civil es incapaz de proponer e instrumentar la reforma del Estado, ¿debemos de pensar en la opción de un gobierno democrático encabezado por militares?; ¿en encapricharnos con el presidencialismo y olvidarnos de lo que ha de hacerse para darnos de balazos en los pies?
¿Quién puede saber lo que el presidente mexicano alberga en su cabecita loca en materia de sucesión? Juguetea con el lenguaje, llama despectivamente corcholatas a sus previsibles sucesores, y él asume la función de “descorcholatador”, para ahondar en la simulación de democracia interna en los métodos de selección de los candidatos.
Es posible, pero no probable, que el próximo presidente de México tenga su origen en el Ejército o en la Marina, y si no ocurre en 2024 sucederá en 2030, porque los gobiernos emanados del fallido proyecto de la Revolución, lo primero que hicieron fue traicionarse, en esa respuesta que Miguel de la Madrid Hurtado dio a Carmen Aristegui: la impunidad es necesaria para que funcionen los engranajes del gobierno y del Estado. ¿Por qué? Porque la corrupción es absoluta y en todos los ámbitos. La pecuniaria mueve las fichas, pero la moral es la que modifica conciencias, actitudes, cultura. El ser del mexicano, ¿en qué grado está determinado por esa corrupción tan peculiar?
¿Podrían los militares romper el embrujo? Lo único cierto es que Andrés Manuel es un genio de la simulación. Hijo cierto y fidedigno de ese viejo PRI, maneja a la perfección los ritos y símbolos del poder a trasmano, de la información sesgada, de la hucha oculta a ojos vistas, pero que la familia administra para el jefe del clan. Obvio nada puede probarse, pero de haber querido ser diferente, de haber anhelado un lugar en la historia y no quedar como un mediocre y voraz, en lugar de cancelar el AICM-Texcoco, debió convocar a la reforma del Estado y cambiar de modelo político, para que se 4T fuese real, y no la misma gata revolcada.
También hemos de meditar en el riego de un gobierno militar por elección y democrático, porque son diferentes en comportamiento, ideología, cultura y en su manera de percibir el mundo, y nada puede garantizarnos que no les diera por gobernar como los generales de América del Sur.
Allí está la apuesta. Les pusieron la mesa, en la que ya está el mantel, los platos, los vasos, las copas, los cubiertos y el orden determinado en el que han de sentarse, sólo hace falta que les sirvan la sopa en vajilla nueva y diferentes platos, no como a los políticos civiles que comen sopa del mismo plato e idéntica cuchara, llena de escupitajos y mendacidades.
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