Luis Farías Mackey
Vuelve a asistirle la razón a mi dilecto amigo Osiris Cantú: no son equiparables las concentraciones del viejo priísmo con el adoratorio—Carlos González Blanco Dixit— para López Obrador del pasado miércoles.
De entrada, aquellas nunca se celebraron en pandemia.
Pero, y de mayor importancia, aquellas se hacían con un objetivo colectivo, claro, conocido, identificable y provechoso.
En aquel pasado, las concentraciones en el Zócalo, cuando no eran en contra del régimen, eran para apoyarlo en algún tema que le resultase significativo: la nacionalización del petróleo o de la industria eléctrica, posturas de México frente a Estados Unidos o algún otro asunto de gran calado.
El punto fino de Osiris, sin embargo, es que aquellos contingentes tenían identidad, organización, agenda y banderas.
“Los contingentes que asistieron al mitin del gobierno lopezobradorista —explicita Osiris—, una masa amorfa, sin identidad política o social, sin banderas ni consignas de lucha. Sin sindicatos ni organizaciones campesinas o populares, de jóvenes o mujeres, segmentada y compartimentada en contingentes divididos por pasillos”.
No puedo dejar de hacer un alto para recuperar el calificativo utilizado por mi amigo: “Mitin”. Cuando se observa en la objetividad, una vez que la última matraca calló y la postrera consigna abandonó la plancha del corazón de México, queda la imagen de un mitin más de campaña, ni la de un informe de nada, ni la de una concentración popular en favor de algo.
Pero regresemos a nuestro argumento, los Zócalos repletos de aquel México eran corporativos, de sectores. A través de ellos los ciudadanos y sus causas hallaban cauce, pertenencia y expresiones de participación política organizada.
Sí, el Zócalo se poblaba de gente y de grandes mantas con las consignas y presencias de las organizaciones allí manifestadas. Nadie ocultaba sus credenciales y propósitos.
Sí, el acarreo era el mismo, pero al menos los acarreados identificaban organización y causa de su acarreo.
Ahora no. Veamos.
Fue un Zócalo de cumpleaños. Tercer aniversario de un sexenio. No quiero se aguafiestas, pero esperen a ver cómo se celebra el sexto.
Se adujó un informe que, no obstante, fue la repetición sancochada de todos los días desde hace tres años. Tan fue así que la reverberación de su mensaje murió con el sonido de las bocinas contratadas.
Ni oportunidad válida ni contenido identificable.
¿Qué queda?
La apoteosis.
“El ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas”.
“Tenemos muchas ganas de vernos, ya ha pasado mucho tiempo y tenemos que congregarnos en el Zócalo, en el Zócalo democrático, que nos trae muy gratos recuerdos “.
Añoranza y… ¿soledad? ¿Abandono?
“Ya llevamos mucho tiempo sin vernos así”.
¡Y también con pandemia!
“Habrá música, ayer que estuve en Oaxaca unos niños de unas bandas me pidieron venir a tocar…
“Van a venir mañana y van a estar mariachis y jaraneros y va a estar la hija de Amparito Ochoa, que canta ¡bellísimo!, muy bien y terminando el acto habrá como una hora de rumba porque también es cultura”.
En qué quedamos pues: ¿informe, morriña, festejo, cultura, espectáculo, combate?
“Va a ser una fiesta cívica y, además, combativa. Cumplimos tres años de estar luchando, enfrentando adversidades, para lograr el propósito de transformar el país, acabar con la corrupción y que vivamos en un país más justo, más libre, más soberano, más igualitario”.
La visión épica del poder.
¿Informe, festejo y combate?
Dos claves dio el presidente en sus invitaciones: Zócalo democrático y fiesta “combativa”.
El Zócalo convertido en una gran urna a mano alzada, propia del paroxismo —exaltación extrema de los afectos y pasiones— de la chusma ávida de sangre que siguió a Robespierre hasta que fue la de él la que se derramó. Regresaré sobre esto.
Y fiesta combativa. Tambores de guerra de un 2024 tan lejos en el tiempo político y tan cerca del miedo político.
Pero concluyamos primero con el punto de Osiris Cantú. Lo del miércoles pasado no era el pueblo organizado, ninguna organización intermedia mediaba su participación a título legítimo. Sí, el mismo acarreo, los lonches, camisetas y gorras de siempre; las filas interminables de autobuses sitiando el corazón capitalino y las listas de rigor. Pero no había causas, banderas, membretes, proclamas, demandas. El Zócalo convertido en tramoya y pastelito de cumpleaños.
“Una masa despolitizada, una democracia hueca, sin adjetivos ni contenidos”, concluye Osiris.
Regresemos al Zócalo Democrático y combativo. Quizás encontremos la clave secreta del evento.
Vernos para recordar aquellos tiempos felices del 2018, con todo y rumba, en una fiesta combativa y una plancha —estuve a punto de escribir, guillotina— democrática —léase sanguinaria—.
Fue necesario soplarse hora y media de mañanera refrita para descubrir el final.
Aquí está el peine:
“Nada se logra con las medias tintas. Los publicistas del periodo neoliberal (…) además de la risa fingida, el peinado engominado y la falsedad en la imagen, siempre recomiendan a los candidatos y gobernantes correrse al centro; es decir, quedar bien con todos; pues no, eso es un error: el noble oficio de la política exige autenticidad y definiciones. Ser de izquierda es anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarnos, no zigzaguear. Si somos auténticos, si hablamos con la verdad y nos pronunciamos por los pobres y por la justicia, mantendremos identidad y ello puede significar simpatía, no solo de los de abajo, sino también de la gente lúcida y humana de clase media y alta, y con eso basta para enfrentar a las fuerzas conservadoras, a los reaccionarios.
“En abril del año próximo, vamos a probar de nuevo qué tanto respaldo tiene nuestra política de transformación…”
“…Este ste método creado por nosotros (¡!), elevado a rango constitucional, no solo resolverá si me voy o me quedo; establecerá además el procedimiento para hacer realidad el principio de que el pueblo pone y el pueblo quita. Es sembrar, establecer en nuestro país un precedente, nada de que me eligieron por seis años y puedo hacer lo que me dé la gana: no. El pueblo tiene que mantener todo el poder en sus manos, si un gobernante no está a la altura de las circunstancias y no manda obedeciendo al pueblo: Revocación del Mandato y para afuera. Por eso llamo a participar a todas y todos los mexicanos, militantes de partidos o ciudadanos apartidistas, para poner en práctica el método de la Revocación del Mandato, hasta convertirlo en hábito democrático“.
Intentemos un resumen:
Radicalizarnos sin “medias tintas”, basta la simpatía de los de abajo para “enfrentar a las fuerzas conservadoras, a los reaccionarios”. En abril van a ver “qué tanto respaldo” tengo, porque —y aquí está clave pseudodemocrática y combativa— con la revocación de mandato estableceremos un “pre—ce—dente” —alargó el vocablo para lentamente sembrarlo en la “revolución de las conciencias”—, “nada de que me eligieron por seis años y puedo hacer lo que me dé la gana: no”. Si un gobernante no está a la altura de las circunstancias: “Revocación del Mandato y para afuera”. Por eso llamo a “festejar combatiendo y hacer del Zócalo un hábito democrático”.
¡Feliz aniversario, México!