Documental Político II
Emilio Trinidad Zaldívar
Intoxicado de poder y cegado por la arrogancia que le hace creerse infalible, el intransigente caudillo que hoy sin rumbo conduce los destinos de México, es, a querer o no, responsable de la tragedia donde perdieron la vida más de cincuenta migrantes de Centroamérica, a los que durante su campaña política -engañándolos como a todos con que en su gobierno habría trabajo- los invitaba a venir.
Este señor, extraviado entre su “buena fe” y su recurrido discurso de que “todo lo que buscan sus críticos es descalificar sus éxitos y acciones de bienestar”, fue votado en 2018 para resolver los múltiples problemas que la irresponsable y corrupta administración de Enrique Peña Nieto le había heredado, no para que aún a más de tres años de haber asumido el poder, siguiera quejándose de la desastrosa condición en que recibió al país.
Se le eligió para que mejorara nuestra situación, que atraviesa por peor momento, aunque su soberbia no le permita ver más allá de sus otros datos, los reales, los de su fallida estrategia para atender la pandemia, los de los más de cien mil muertos por la impunidad de delincuentes y narcotraficantes, los de una economía estancada, los del desempleo, la inflación, la corrupción, que tienen tatuada todos los que asumen cargos en la administración pública y empresarios que les dan sus respectivas comisiones cuando ganan o se les adjudican contratos; los de un Poder Legislativo sumiso, no autónomo como dice él; los datos reales de los negocios y propiedades de familiares, cómplices y amigos; los de periodistas perseguidos y asesinados aunque exprese que los respeta y protege.
No estamos bien. No hemos mejorado. No acabó con la corrupción. Su pacto de impunidad con el pasado y su sordera ante claras evidencias de que sigue habiendo brutal y descarada corrupción, no lo hacen buen gobernante. Es omiso, falso, y el fiel retrato del fracaso, del autoritarismo, del estancamiento o retroceso.
Nuestro pueblo, cansado de abusos y engaños, necesita y demanda se le diga la verdad, triste o halagadora, favorable o adversa, pero no aguanta más engaños de quién nos lleva a mayor tragedia.
Andrés Manuel López Obrador sigue polarizando, dividiendo, peleando, mintiendo. No acepta errores. Menos que está fracasando y que su gabinete es de cuarta. Él no se tropieza. Él vive en un mundo feliz, en otro México, y pretende seguir montando su teatro, su comedia, que va a terminar siendo trágica para todos los demás.
Piensa que será venerado. Olvida que cada seis años se baja del altar al presidente en turno y se le convierte en un ciudadano de carne y hueso, sujeto a todas las desventuras y flaquezas humanas. De un semidiós casi perfecto, pasa a engrosar la fila de los mortales. Ahí, en el olvido, seguirá reclamando que por la culpa de otros, él no pudo cambiar el rumbo y mejorar nuestras lastimosas y precarias condiciones de vida.
Sí, no cabe duda, él es una tragedia ambulante.
LA EXPLOSIÓN QUE VIENE
Al dar rienda suelta a su muy anticipada sucesión, el “destapador” dejará -o pretenderá dejar sin gas- a los dos más preparados políticos que tiene aún la fracasada Cuarta Transformación, porque él, y sólo él, decidirá quién debe darle continuidad al proyecto -¿cuál?- de nación que dijo nos colocaría en similar situación a la de países exitosos de Europa, y con brutal cinismo y descaro, impulsa a Claudia Sheinbaum para que sea ella, aunque sucediera otra tragedia en la Ciudad de México, la que porte la banda presidencial y viva como él en un Palacio.
Si Marcelo Ebrard se sale de la delgada línea que le permite hacer proselitismo y si termina en el ring con la consentida del tabasqueño -aunque sea y por mucho el mejor colaborador que tiene-, le harán ver que su camino conduce al Senado para que si se porta bien lo encabece, y no a las cotidianas mañaneras.
El caso de Ricardo Monreal Ávila es distinto, porque encabeza con enorme talento los trabajos en la Cámara Alta, lo que le permite mayor libertad para poder expresar sus aspiraciones y señalar que el método de encuestas tiene dedicatoria.
El ex gobernador de Zacatecas ha venido creciendo en conocimiento y simpatías ciudadanas ante tanto descalabro, tanto desánimo y desventura de este México partido, y se está colocando en posición de auténtica competencia para presionar y provocar la reflexión de López Obrador, para que no simule una selección ya cantada.
Salvo que engañe con la verdad, para AMLO no hay hoy más que dos cartas y esas son Sheinbaum y Adán Augusto López -a quien reconoce discreción, talento y dice resultados- para que sea uno de los dos el abanderado de Morena para el 2024.
Hoy ese movimiento no pasa por buen momento. Se encuentra como el país, dividido, fracturado y sin liderazgo más que el del que se conduce como cacique, que pretende sumisión de su sucesor para seguir gobernando desde Chiapas. No se les ve buena cara, aún y cuando siguen encabezando todas las encuestas porque el mayor manipulador de conciencias, el más mentiroso de los presidentes, sigue teniendo hipnotizada a la población mayoritaria, la de los pobres, la que recibe dinero.
Ante el descrédito de los otros tres partidos -PRI, PAN y PRD-, que también no terminan de salir de la alcantarilla, Morena continuará haciéndose de más gubernaturas, pero los tiempos que vienen, parecen ser de continuos nubarrones en la política que se practica, y el desgaste del cuarto año y la guerra interna que su juego sucesorio provocará, permitirán la recomposición o irrupción al escenario nacional, de esos partidos que ya agotaron su exigencia y tendrán que modificar su estrategia y oferta política para ser competitivos.
Veremos, seremos testigos de la lucha por una sucesión que se decidirá en Palacio, y que por ello, figuras como la Ricardo Monreal, tomarán mayor notoriedad porque como está visto, no hay suelo parejo, pero el colmillo, la preparación, la habilidad y el talento que ha venido demostrando a lo largo de los años, convertirán al zacatecano en una muy atractiva opción para dar un giro en la errática conducción de un país dañado por la insensatez, la necedad y la torpeza política del intolerante presidente que se creía rey.
Cuando la soledad lo acompañe, sabrá entonces cuán equivocado estaba. Será mortal y sujeto a la despiadada realidad.
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