Héctor Calderón Hallal
Aunque aún son pocas las definiciones visibles y siguen siendo muchos los enigmas que esta administración federal guarda celosamente, conforme se desencadenan las crisis y el presidente de México pierde notoriamente la serenidad porque las cosas ‘no le salen’ conforme a lo planeado, paulatina y gradualmente nos vamos enterando de la auténtica naturaleza de este gobierno y de la verdadera personalidad del inquilino de Palacio Nacional.
En poco más de 3 años de gestión, ya López Obrador ‘mostró sus cartas más básicas’: Una de ellas, la más peligrosa quizá, es que es un hombre autoritario.
No conoce el diálogo; no persuade… se impone; no convence… arrebata.
Es ‘modosito’ (o lo fue) sólo en campañas… cuando nadie daba un cacahuate por él.
No conoce o no gusta del diálogo, porque… ¿Cuándo hemos sabido en estos más de 30 meses de administración, que el Ciudadano Presidente dialogue con algún sector de la población por inconformidad o en un afán de encontrar solución conjunta a algún problema?…. Nunca.
¿Cuándo nos hemos enterado por la prensa que el Jefe del Ejecutivo dedicó cinco minutos de su ‘abultada e impostergable’ agenda, para sentarse y escuchar a determinado actor político opositor o para ‘pactar’ (aunque el verbo está mal aplicado, pues sólo se pacta con el ‘demonio’) con diferentes sectores o actores de la vida nacional, para en conjunto confeccionar una salida a alguna crisis específica?… Tampoco, nunca.
En el pasado reciente, en tiempos del ‘satanizado’ neoliberalismo, que fue -hay que decirlo- conducido y usufructuado por liberales con grado (no como él, que es un liberal villamelón, ‘empírico’), el Gobierno Federal y los gobiernos estatales y municipales a lo largo del territorio nacional, practicaban el diálogo con los sectores de la población; se nutrían de los razonamientos que la propia ciudadanía les daba, de sus orientaciones y del historial de cada problemática. Por lo menos en un mínimo porcentaje -se puede decir, pues también había mucha simulación- pero sí se atendía a la gente y los dignatarios, las autoridades buscaban la herramienta del diálogo, del acuerdo, del arreglo entre las partes o del ‘mal conceptualizado’ pacto con la sociedad.
Nos gustaría ver a un Presidente con la humildad suficiente para reconocer que no tiene todas las soluciones a los problemas nacionales (porque por supuesto está visto que así es); que necesita a la ciudadanía para diseñar entre todos el país que anhelamos; para hallar la respuesta juntos.
Pero no… él sabe de todo: es un constitucionalista consumado que le da órdenes a los Ministros de la Corte y al parecer ‘diseña procedimientos abreviados para sentenciar proyectos’; o es un experto en energía que sabe de coeficientes lumínicos o de octanajes, más que cualquier científico alemán; o es un erudito en materia de inteligencia policial, seguridad nacional y prevención del delito… quesque porque se levanta muy temprano a sostener una reunión que dice él, que es novedad, “porque antes no se reunían los mandos policiales ni en la Ciudad de México, ni en las regiones militares, zonas navales y capitales estatales… ¡Por favor!… ¿Qué no habrá algún alto mando en esas reuniones, con años de experiencia, que lo corrija al señor Presidente y le haga ver que esa reunión, la famosa Reunión de Base Coordinación, se lleva a cabo desde hace casi 30 años… y que antes sí servía para tomar decisiones… no para ‘repartir abrazos como ahora’. Para que por favor no diga más mentiras el C. Presidente a la población. No han inventado nada… esa reunión de Coordinación es muy vieja.
Por esta actitud de soberbia presidencial, muchos mexicanos empezamos a sospechar que le queda grande el atributo que se autoimpone de ‘demócrata’.
Porque el título de ‘experto en democracia’ no se obtiene en luchas callejeras ni por participar abundantemente en consultas a ‘mano alzada’… mucho menos cerrando avenidas, ni bloqueando pozos petroleros, ni apedreando comercios. El título o el atributo de ‘demócrata’ se gana con la prudencia, el respeto a la ley, la mesura del que se somete en una mesa de negociación, a las reglas generales del juego y que reconoce cuando pierde y… cuando gana… o al que gana.
Y personalmente, el suscrito empieza a dudar también de su condición Republicana del C. Presidente.
Realmente nos asustó a muchos cuando empezó a balbucear durante sus primeros discursos, algunas construcciones lingüísticas muy socorridas en los países comunistas y en las mesas de dominó con hombres mayores a los 60 años, que conocieron los estragos de la Guerra Fría y la desgracia de los gobiernos populistas inscritos en el ‘Nacionalismo Revolucionario’ (1970-82); por ejemplo: “el nuevo régimen”, dicho esto con un énfasis doctoral, como cuando el trabajador sindicalizado emula a su líder de sección, que le presumió cuando estuvo en La Habana y escuchó un discurso de muchas horas del “Generalísimo Castro Ruz”: “No, sí se nota que el compadre sabe; ahora que es líder de la sección sindical… hasta habla como Castro Ruz…“¡El viejo regímen… y el nuevo régimen!”.
Nada tan simple como remitirse a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su Título Segundo, Capítulo I ‘De la Soberanía Nacional y de la Forma de Gobierno’, en sus artículos 40 y 41, para reconocer entre otras cosas, que el régimen en este país, desde la Constitución de Apatzingán en 1824, es un Régimen Republicano, pues estamos unidos en una federación, compartiendo un régimen republicano en el ámbito gubernativo antes de López Obrador y después de López Obrador… ha sido… y seguirá siéndolo. Así que nada de ‘viejo régimen y nuevo régimen’.
“Artículo 40.- Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental.”
Para consolidar el atributo de Republicano, un gobernante o un simple individuo debe reconocer las bondades del Federalismo y preferirlo por el del anquilosado e inequitativo Centralismo.
Todo hace suponer que Andrés López Obrador y su gobierno, es uno que privilegia el Centralismo por sobre el Federalismo.
Porque la esencia del Federalismo es el ejercicio democrático mismo: es transitar de la periferia al centro y fortalecer la unidad en la diversidad.
Mientras que en el centralismo las provincias confían más en sí mismas que en el Gobierno Central, cualquier disgregación sería consecuencia del Centralismo.
El par de Reformas constitucionales que se propone el Ejecutivo someter a votación, tanto la Constitucional como la Educativa, denotan una alta carga de Centralismo y no de Federsalismo.
Concentrará la nómina de la SEP y con ello, el sistema educativo se volverá astringente a cada demanda de actualización salarial, que sucede casi cada dos meses en este país.
Acabará con lo equivalente a las delegaciones de la SEP en los estados.
Acabará con los OPLES (INEs locales) en las entidades federativas.
Entre otras muchas consecuencias y riesgos que, iremos desmenuzando en posteriores colaboraciones, si Usted me lo permite.
Cabe señalar que un estado federal frágil provoca: separación, desintegración y balcanización.
La idea federalista positiva o negativa, definirá la política del siglo XXI, porque el federalismo virtual produce movimientos pulverizadores; en tanto, el federalismo real, es idea fuerza que ha sido, es y será sustento del estado democrático, representativo y federal.
Para decirlo en el razonamiento de mi amigo y paisano, el economista, Carlos Díaz de León Valdéz, “El centralismo autoritario del Peje transita de los rendimientos decrecientes a los negativos porque la retaguardia y lo peor, es decir, la dictadura del pobretariado sofoca, aplasta y subordina a la vanguardia y a lo mejor de México”.
Autor: Héctor Calderón Hallal
@pequenialdo; hchallal99@gmail.com