Luis Farías Mackey
Y hay quien se sorprende de los altos índices de aceptación del presidente, cuando todo el aparato del gobierno federal —gobernadores, legisladores y Guardia Nacional incluida— se dedican a posicionar su imagen al ritmo de “es un honor…” y los paredones pacíficos.
Gobernar es hoy presencia y narrativa; nada más. Podrían desaparecer todas las secretarías y organismos del sector público federal y nadie los echaría de menos. El gobierno se surte y sobra con López Obrador y Jesús Ramírez. La Nación se inventa, pinta, enloquece y colma cada mañana en el Salón Tesorería.
Cómo no va a estar alto en las encuestas cuando hizo por meses sin fin una campaña nacional en solitario con todo el aparato estatal a su servicio, en carteleras en todo el país, con mítines disfrazados de asambleas informativas, en un pleito artificialmente armado contra el INE como adversario fantasma y en rounds de sombra en mañaneras sin fin.
Cómo no, si la reforma eléctrica fue un espectáculo diseñado para denostar a las oposiciones y victimizarse como salvador del litio, que nunca estuvo en peligro.
Cómo no, si todos los días lista enemigos epónimos, monstruosos y deleznables que lo atacan inmisericordemente, sin manchar, sin embargo, su blanco plumaje.
Él lleva la corriente a donde le conviene, no importa que con ello se pueble la Nación de desiertos y silencios. No puede haber en México tema alguno que no sea López Obrador, no conversación en la que no sea su eje: feminicidios, inseguridad, economía, inflación, hambre, salud, educación, vuelos aéreos, grutas subterráneas, selvas en extinción, niños con cáncer, desaparecidos, trata de menores: nada puede eclipsar su luz y su voz.
¡Prohibido existir al margen de su sombra!
Por eso, así como no debemos caer en sus trampas mañaneras —como ahora la de no ir a la Cumbre de las Américas, como si algo pudiese aportar, además de vergüenzas—; así debemos preguntarnos dónde radican sus prioridades.
Dice que, en los pobres, en combatir la corrupción, en atacar las causas sociales de la inseguridad, en construir un México de bienestar para los más necesitados, en implantar la austeridad republicana, en acabar con el neoliberalismo, en hacer irreversible la transformación.
Palabras, lemas, estribillos, fuegos de artificios. Un pañuelo blanco hondeando que nada dice y menos significa.
Momento es de ver dónde están las verdaderas prioridades del presidente. Todas ellas son entelequias que nada tienen que ver directamente con el mexicano, su circunstancia y futuro.
El AIFA, con independencia de su fracaso, fue un capricho para hacer sentir quién mandaba a partir de entonces, incluso con Peña aún en la presidencia. Fue una afrenta a él y a las instituciones nacionales: “aquí mando y yo desde ahora: me canso ganso”.
El avión fue una estrategia de propaganda, carísima, que hoy se precipita con todo y sistema aéreo metropolitano en su contra.
Revivir Pemex y fortalecer la CFE nada tienen que ver con los mexicanos y los precios que pagamos por los energéticos y nuestro bienestar. Quiere una CFE monopólica como instrumento de control político y económico: quien tiene el monopolio de la energía eléctrica dobla a quien se le ponga enfrente en su territorio. Para López lo importante es la CFE como instrumento de poder, no como generadora de energías limpias y baratas, menos aún con precios que beneficien al mexicano. Control y sometimiento, es lo que entiende por política. Su cuento de la soberanía energética es eso: cuento. Él no ve un México fuerte, justo y competitivo, ve un México sometido.
Por eso también pone de encargados en educación a sicarios a sueldo encargados de acabarla en tanto derecho humano: bien aprendió de la CNTE.
Pemex es un delirio de clínica de tercer nivel: jamás podrá producir un litro de gasolina que salga más barata que el precio al consumidor mundial. Jamás terminará Dos Bocas. Lo sabe, pero él lo que quiere es inaugurar obras inconclusas, aunque nunca funcionen.
El sureste mexicano, la industria turística y la biodiversidad de México tampoco están en su horizonte. No recibe a los ambientalistas porque sabe que está mal el trazo de su tren, que responde a una decisión desesperada, ciega y caprichuda. Porque sabe que es un ecocida global.
Sembrando vida no es un programa forestal, es un esquema clientelar de naturaleza electorera; si ello significa deforestar México, que sea: “Nada al margen de la Transformación, nadie por encima de ella”. Mientras Juárez se retuerce cual almeja reina en limón dentro de su desacralizado mausoleo.
Los abrazos, no balazos no son otra cosa que la versión gobierno de la amnistía prometida al narcotráfico públicamente en campaña. ¡Que nadie se llame a sorpresa!: “Nosotros cuidamos a los integrantes del crimen organizado”, dijo ayer en relevo de pruebas, ¿qué más se quiere? Si en ello se masacra a medio México, también le viene como anillo al dedo.
Los feminicidios son algo a lo que no le ha encontrado, aún, raja electorera, de allí que le huya como a la verdad, salvo cuando le sirve para denostar a un gobernador de oposición.
Los niños con cáncer no votan y son una piedra en el zapato que día a día le recuerda su fracasó en la política de concentrar todas las compras del sector púbico: poder y, tal vez, comisiones. De corbata se llevó al sistema de salud pública en México. Tema que evita cotidianamente inventando distractores cada vez más absurdos y temerarios. Los niños con cáncer, sin embargo, se obstinan en morir. ¡Pinches conservadores!
Para López Obrador lo que importan son sus quimeras personales: el movimiento, la transformación, CFE, Pemex, la investidura, no los mexicanos. Le importan votos, no vidas.
Ése es el verdadero mundo de sus otros datos; por eso puede decir que la pandemia le cayó cual anillo al dedo; que todo va muy re—que—te—bien, porque no es la economía, la salud, la educación, la seguridad, México, menos los mexicanos, lo que pone en la balanza de su justipreciación, sino sus fantasías y caricaturas históricas.
Para él es más importante sentir al pecho la condecoración de José Martí, impuesta por un dictador, que la dignidad de la diplomacia mexicana, a la que ha reducido al sistema clientelar, que es lo único que conoce: repartir dinero incluso en el extranjero. Sueña con petrificará su obra en la historia, pero es incapaz de hacerla: es un parlanchín, no un hacedor.
Su transformación es un sueño mojado, atado como pirámide mexica al cuello de cada mexicano.