*Nadie en su sano juicio puede sostener que Victoriano Huerta no supo lo que hizo, como tampoco hoy puede afirmarse que el presidente de la República cumple con creces su mandato constitucional, y para ello solapa a su Fiscal General, o cubre con el poder de la banda presidencial a los responsables de la Línea Dorada y tampoco ve los sobres recibidos por sus familiares. El poder los envenena
Gregorio Ortega Molina
Empoderar a los gobernados, propone el doctor Diego Valadés. Debió elegir la palabra sociedad, porque es ésta la depositaria del fundamento ideológico, ético, histórico y moral de dos conceptos esenciales para entendernos: Patria y República.
Debemos permanecer atentos y contribuir en la reconstrucción de acuerdos y consensos para recuperar lo mucho que han destruido: organizaciones no gubernamentales, instituciones públicas autónomas, la autonomía obtenida por la reforma al Poder Judicial de la Federación de 1995; la ciudadanización del INE, la destruida Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Imposible dejar de lado la procuración de justicia, transformada en broma desde que Arely Gómez asumió una responsabilidad para la que nunca estuvo capacitada, y ahora Alejandro Gertz Manero la somete a las veleidades del presidente de la República en funciones.
Empoderar a la sociedad, a los gobernados, puede y debe hacerse al interior de los partidos políticos, que tienen la obligación de reconstruirse en sus plataformas de principios y programas, para que esos gobernados tengan voz y voto en sus comités ejecutivos. Hoy obedecen a los intereses políticos de los sectores y de sus líderes. No puede, no debe continuar de esa manera.
Medito en lo que puede ocurrir a Diego Valadés por atreverse a proponer un cambio ya inaplazable… y también a otros como él. En las páginas de El mundo de ayer, Stefan Zweig nos abre los ojos sobre lo que se avecina: “El que exponía una duda, entorpecía su actividad política; al que les daba una advertencia, lo escarnecían llamándolo pesimista; al que estaba en contra de la guerra, que ellos mismos no sufrían, lo tachaban de traidor…”.
Resulta que nada es diferente, o distinto, o nuevo; no el lenguaje, mucho menos los adjetivos. Varía el tono, cambia el momento, pero quienes se sirven de la palabra para comprometer al adversario, denostarlo, denigrarlo, adjetivarlo, parecen hijos de los que lo hicieron ayer.
Nadie en su sano juicio puede sostener que Victoriano Huerta no supo lo que hizo, como tampoco hoy puede afirmarse que el presidente de la República cumple con creces su mandato constitucional, y para ello solapa a su Fiscal General, o cubre con el poder de la banda presidencial a los responsables de la Línea Dorada y tampoco ve los sobres recibidos por sus familiares. El poder los envenena.
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