Luis Farías Mackey
La verdadera alternancia, dice Paul Virilio, se dio entre la política y lo mediático: No entre las izquierdas ni derechas, ni entre las democracias y los populismos, se dio en la gestión del espectáculo hecho política: “listo para invadir el imaginario de las poblaciones subyugadas por la multiplicación de las pantallas que tan bien caracteriza la mundialización de los ‘afectos’: esa súbita SINCRONIZACIÓN de las emociones colectivas que tanto contribuye a la administración del miedo”.
Porque que hoy la política se reduce a la gestión del miedo. La política tradicional de partidos y geografías ideológicas se ha visto desbordada por un miedo escatológico ante la asociación de crisis ambiental, sanitaria y de alimentación a nivel global, por otros que se pegan a la piel por terrorismos siempre en potencia, guerras por quítame estas pulgas o desastres naturales cada vez más catastróficos, seguidos por uno más de la violencia accidental ante un crimen organizado en todas sus expresiones y balas perdidas, y el propio de una humanidad en migración universal. Súmesele a ello el miedo por la ausencia real de expectativas de vida digna y de futuro.
En un ambiente permanente de miedo, a éste se le puede administrar para controlar la inseguridad o en favor de alguna causa política como instrumento de la psicopolítica de las emociones. Así, atentados narcoterroristas se sincronizan en México con precisión de relojería sobre ciertos comercios y hasta se instruye a sus autores materiales contra quién deben dirigirlos y a quien deben de eximir, como cortinas de humo para ocultar la realidad nacional. En Argentina, una vicepresidente en aprietos con la ley sufre un fallido atentado de manos de uno de sus seguidores, en la UNAM se agrede gratuitamente a un funcionario por un militante embozado de universitario y a un exprocurador se le arresta por la urgencia de cambiar cartelera.
Cada mañana observamos a una Presidencia del Miedo al servicio de una oficina y agenda de Comunicación Social que bien pudiera llamarse Ministerio del Miedo. Por sobre el fortalecimiento de un tratado de libre comercio se impone su agonía en vilo, por sobre las relaciones binacionales y hemisféricas, se priman reclamos ajenos al interés nacional; por sobre la educación de los mexicanos una discusión ideológica acerca las mangas del chaleco; por sobre los problemas del mexicano de carne y hueso, el conflicto permanente y el villano nuestro de cada día. La narrativa es, además, siempre de alarma y de catástrofe, como si en cada lance nos jugásemos la nación en una lucha titánica entre el bien y el mal. México se pobló de monstruos del averno y de héroes epónimos en lucha perpetua, el hombre común dedicado a su casa, vestido y sustento es un pobre diablo esquizado entre la contienda de aquellos y condenado a mercar su subsistencia y dignidad por apoyos monetizados.
“De ahí, sostiene Virilio, la urgencia estratégica de mantener durante el mayor tiempo posible la incertidumbre con respecto al origen de cualquier ‘accidente’, puesto que el enemigo declarado y las hostilidades oficiales entre los antiguos Estados han sido substituidos ahora por el atentado anónimo y el sabotaje de la cotidianeidad en los transportes públicos, en las empresas y en los hogares”. Ese enemigo difuso de los neoliberales, los conservadores, los aspiracionistas, los corruptos, los enemigos del pueblo: los “adversas”
Así, la política pública de informar, en los hechos desinforma e intoxica cualquier verdad con cargas de profundidad ideológicas, descalificaciones maniqueas y distractores temerarios. Los problemas no se analizan en sus méritos, causas y consecuencias, sino en sus intenciones, autores y supuestos beneficiados. No es la crisis financiera, son los corruptos de siempre; no es el desabasto de medicamentos o la quiebra del sector salud, son las voraces farmacéuticas. No son los sobreprecios de las obras consentidas, sino las campañas negras contra la Transformación. No es el crimen organizado, son los complotistas de siempre. Porque ya no importa la verdad, sino la persistencia de un miedo generalizado y compartido para el control de las emociones psicopolíticas y del humor social. De ahí el “como anillo al dedo”, porque ante un miedo mundialmente orquestado por la pandemia del COVID “el primer objetivo de esta dramaturgia (es) no romper jamás la cadena de la emoción generada por las escenas catastróficas”. Ello, además, mientras la verdadera calamidad se oculta tras tramoya.
Hoy no se gobierna se administra el miedo y éste como el espectáculo (show): must go on.