7 obras maestras al fuego. Madre desesperada, para salvar a su hijo de ir a prisión, quema pinturas de Picasso, Matisse, Monet, Gauguin, Lucian Freud y Meyer de Hann.
En el bucólico villorrio de Carcaliu, en Rumania, se registra ésta historia sin precedente en los anales del arte universal.
Sucede que Olga Dogaru, residente de toda la vida del pintoresco pueblecillo de tres mil cuatrocientos habitantes, enfrentó al destino de manera tan singular que amerita llevarlo a la pantalla grande, o a las páginas de una novela de ficción verdadera, del estilo de Tomas Eloy Martínez.
Los sucesos que orillaron, a Olga, a quemar en la estufa de su casa las pinturas tituladas: -El Puente de Waterloo en Londres de Monet, Muchacha frente a una ventana abierta de Gauguin, Cabeza de Arlequín pintada por el halagüeño, Pablo Picasso, en 1971 dos años previos a su muerte en Mougins Francia.
El Puente de Charing Cross de Monet pintada por el maestro en Londres en 1901; Niña leyendo en blanco y amarillo, obra de 1919 de Matisse; el autorretrato de 1890 de Haan y Mujer de ojos cerrados de Freud realizada en el 2002-tenían como único propósito evitar que su querubín pisara cárcel.
La esperanza del destino de las irreemplazables obras de arte se desvanece.
Las autoridades de Carcaliu, en algún momento, estimaron que se trataría de un embuste de Doña Olga con tal de salvar a su hijo de 28 años, sospechoso del hurto de las obras maestras del museo Kunsthal en Rotterdam.
Sin embargo, todo parece indicar que las telas terminaron en la estufa a leña del cuarto sauna de la casa de los Dogaru.
Los elementos encontrados por el señor Oberlander-Tarnoveanu, Director del Museo de Historia Nacional de Historia de Rumania parecen irrefutables y trágicamente veraces.
Los pigmentos encontrados en el fogón son similares a los que utilizaban los maestros pintores del siglo XIX. Los clavillos de cobre de la época para clavar la tela al bastidor acusan también la posibilidad irrefutable que se trate sin duda del arte robado.
Para mala suerte de su propietario, el inversionista holandés Willem Cordia, ese podría ser el lamentable fin de una parte de su colección privada. Además de valiosas las obras, que se estiman en más 350 millones de dólares, el mayor valor lo aconseja la peculiaridad de los títulos.
Cuándo imaginaria el señor Cordia, que el préstamo de buena fe por tan solo una semana al museo Kunsthal terminaría en cenizas, cenizas irreconocibles como el caso de los trabajos al pastel y las tintas.
Es un acto de barbarie en contra de la humanidad apuntaría el director del Museo de Historia de Rumania el Ernest Oberlander-Tarnoveanu. Podría pensarse que el comentario es excesivo, sin embargo, la comunidad artística universal se mantiene perpleja ante tal atrocidad.
De ser ese el fin de las obras, sin comentario, no las veremos jamás.
La acción de la madre desesperada, ¿correcta?…
Sin pruebas del robo al museo en Rotterdam, no hay motivo a perseguir, menos a encarcelar al presunto responsable, el joven Radu Dogaru.
NYT, George Calin/Romania; Georgi Kantchev/Paris