RELATO II
Para: “F.S.”
Ya el sábado regresaré a México. Todavía hoy, me sigue pareciendo algo surreal: haber venido hasta su casa, aquí en Texas. Ayer, él y yo, nos sentamos a platicar en su sala. Él, se veía ¡tan distinguido!: vestido con pantalón caqui, camisa color melón, y zapatos, parecidos a la gamuza.
Yo, seguía estando “muerto”. Era imposible decir que alguna vez lograría perdonar a la vida por todo lo que ella me había hecho. Pero, no por eso iba permanecer llorando las veinticuatro horas del día. Porque sé muy bien que habría podido hacerlo. Pero tampoco en las lágrimas encontraba sentido ya.
Llorar y llorar, por saber que… no importaba ya lo que yo intentase o no, todo aquello jamás se podría ir lejos de mi mente. Así que, lo único que podía hacer ahora era fingir estar bien, ante él.
Tratar de no caer en la susceptibilidad. Pero, cada vez que mis oídos escuchaban su voz tan viril, yo, solamente sentía ganas de… ¿llamarlo papá? Eso era imposible. Además, estoy seguro de que a él no le habría gustado, en lo absoluto.
Así que, para qué iba a intentar de jugar, una vez más, ese maldito juego, que yo siempre terminaba queriendo jugar, cada vez que conocía a un hombre mayor de cincuenta años. No había por qué. Y tampoco se lo preguntaría.
Por lo tanto, hoy y mañana, trataría de mantener lo más lejos de mi todos esos sentimientos “infantiles”. “¡Papá!” De sólo imaginarme llamarlo así, todo mi ser experimentaba una excitación indecible. “¡PAPÁ!”
“¡Maldita sea! ¡POR QUÉ!” ¿Por qué yo no podía escapar de todo esto? Solamente verlo y ya. Mirarlo como debía de ser y como lo que él era: un hombre y nada más. Pero para mí ya era demasiado tarde. Me había “enamorado de él”, como otras tantas veces me sucedió con otros hombres, que, de una manera u otra, habían sido para mí, y solamente para mí, “unos padres imaginarios”.
Así era como me había enamorado de él: “de manera paternal”. Cada vez que yo lo miraba, sentía solamente querer, como un cachorro, ir y restregar mi cuerpo contra el suyo. Después, alzar la cara y contemplar su rostro de hombre maduro, para luego solamente querer musitarle aquella palabra, que para mí siempre sería mágica: “Papi”.
Pero yo sabía que jamás podría hacerlo. Esta era la verdad. Cuando lo pensaba, una y otra vez, solamente volvía a parecerme una injusticia. Porque entonces, ¡¿qué daño podría yo causarle, con el simple hecho de llamarlo así?!”
Y, a pesar de saber que yo ya había “madurado” mucho, que mis porcentajes de persona eran ahora más las de un adulto que las de un niño, a pesar de todo esto, de cuando en cuando, con el simple hecho de mirarlo, de manera inevitable, yo, volvía a ser ese niño, hartamente ávido por amar y ser amado.
“¡Dios! ¡¿Por qué?!” Cada vez que lo pensaba… Solamente terminaba diciéndome de que, después de este viaje, yo, me olvidaría por completo de él. Porque sabía muy bien que él, jamás aceptaría ser… mi padre: mi padre por elección propia.
Así que, si no era esto, yo ya no quería simplemente “ser su amigo”. Así que yo, debía de ser fuerte, fuerte y adulto, no más un niño: ¡no más ese maldito!, a quien, los muchos años de burlas, a lo largo de toda su vida, habían terminado MATÁNDOLO EN VIDA.
¡Un adulto! ¡Maldita sea! ¡No más un niño!
Yo lo sabía, pero no me resultaba fácil; que solamente debía de limitarme a mirarlo como lo que él era: un hombre más, y nada más. Un hombre, pero del cual, yo, otra vez me había enamorado, de manera paternal…
Querer pertenecer a él. Ser parte de él, y de su vida… Ya sabía que eso jamás sería posible. Una especie de padre, adoptivo… Demasiado tarde era ya. Ni él ni nadie podría jamás, borrar de mi mente todo lo que la vida me había hecho.
Así que hoy era jueves. Mañana sería viernes. Y, al llegar la mañana del sábado, él me llevará al aeropuerto, donde nos despediremos… ¿para nunca más volver a vernos?
Sé que eso sería lo mejor, para mí. Porque ya soy un adulto. Y, como tal, una y otra vez, debo de esforzarme POR MATAR todos esos sentimientos infantiles míos…
“Papá. ¡TE AMO MUCHO!”
Estas son LAS PALABRAS con las que me iré, sin decírselas. Porque, de hacerlo, sé que a él le incomodarían mucho. Así que, las ahogaré dentro de mí. ¡Juro por Dios que las ahogaré a todas ellas!
Pero, apenas el avión alce su vuelo; yo, mirando a través de la ventana, enseguida evocaré su imagen. Y entonces, como el niño que jamás tuvo vida, confianza y seguridad en sí mismo, le diré, una vez más, lleno de orgullo y alegría: “¡PAPÁ…! ¡TE AMO MUCHO!”
“Farwell… Goodbye… Daddy”
Anthony Smart
Noviembre/10/2022