Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
La venida al mundo de Jesús marcó el inicio de una nueva Era, la cristiana, cuya guía moral es el amor al prójimo, base de la actual civilización accidental y si nos detenemos a pensar, la base de toda norma, transformada en ley y ésta en las diversas constituciones que sustentan a las naciones en el mundo entero.
Si bien se considera la base de las normas de urbanidad y en general del sistema jurídico las 12 tablas del Código Hammurabi de la antigua Mesopotamia, unos 1,760 años a. de C., de donde procede la Ley de Talión. A partir de la doctrina cristiana es el amor al prójimo lo que debe regir la vida del hombre.
Y si vemos esta enseñanza como el fundamento de nuestra vida en sociedad, podemos ver como en realidad la consideración a la otredad es lo que hace no sólo al sistema jurídico, sino que es el concepto fundamental de las relaciones humanas, de la etiqueta, la diplomacia y del espíritu en que se basa el Derecho Positivo. Pues nuestras normas, al nivel que sea, consideran el derecho de cada individuo, su libertad y bienestar como un principio humano que está por sobre todo. Lo mismo que los derechos fundamentales, consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que deben ser respetados en todo el mundo.
El amor al prójimo como base de la civilización.
Por ello, el amor al prójimo es lo que sustenta nuestra civilización, en donde contamos con derechos universales, innatos, de obligado cumplimiento, que cada Estado soberano tiene el deber de proteger, sin distinción de ninguna especie y éstos son:
La dignidad e igualdad de derechos; vida, libertad y seguridad; la esclavitud en cualquiera de sus formas está prohibida; nadie puede ser sujeto de tortura ni de malos tratos; el derecho a una personalidad jurídica; igualdad ante la Ley; el derecho a ser amparado contra actos que violen sus derechos, de ser escuchado ante los tribunales competentes y a que se le garantice su presunción de inocencia; a la privacidad; a la libre circulación y residencia en su país de origen; a solicitar asilo en caso de persecución, que no sea debido a un delito; a tener una nacionalidad; a contraer matrimonio; a tener propiedades; a disfrutar de libertad de pensamiento, religión y conciencia; a la libertad de opinión y expresión; a reunirse y asociarse; a participar en elecciones; a una buena seguridad social; a tener un trabajo y descansos por el mismo; a contar con un nivel de vida que asegure su bienestar; a tener acceso a la educación; a participar en la cultura.
Pero todos estos derechos implican obligaciones, que en realidad están directamente relacionados con los derechos de los otros, es decir, del prójimo, así como de las instituciones establecidas por el Estado. Pero todos estos derechos no pueden ser sujetos de la libre interpretación, pues no pueden ser tergiversados, manipulados ni usados con fines egoístas que atenten contra los derechos de los demás.
Y si observamos, todos y cada uno de estos derechos fundamentales consagrados de manera universal, tienen la finalidad de una convivencia pacífica y armoniosa en sociedad. Y desde el punto de vista de la moral cristiana, es el amor al prójimo lo que mueve al establecimiento del sistema jurídico, llámese local, nacional o internacional.
El poder del pacifismo.
Jesús movió pueblos enteros durante el tiempo que predicó, pero sus enseñanzas no finalizaron con su muerte, pues a través de ella redimió al mundo entero y con su resurrección inauguró una nueva Era para la humanidad entera, instituyendo la Iglesia a partir de su Evangelio, la Buena Nueva que trajo al mundo para vivir en paz. Por eso es tan importante la celebración de la Natividad, pues su venida al mundo, anunciada siglos antes por los profetas, por fin se hizo realidad y hoy día todo el mundo cristiano celebra su nacimiento. Incluso el Islam lo reconoce, si bien no como un Dios, si como un profeta.
La fuerza del espíritu pacifista puede verse con claridad con la lucha de Mahatma Gandhi, que liberó a la India del Imperio Británico, sin desenfundar ninguna espada, sin disparar un solo tiro, sólo con el poder de su humildad y de su movimiento por la paz.
La Madre Teresa de Calcuta, que con la fuerza de su fe dio ejemplo de humildad, caridad y tolerancia al ayudar a los más pobres entre los pobres, a los intocables de la India, a quienes dio consuelo en sus últimos momentos, mostrando al mundo lo que es capaz de hacerse a través del amor al prójimo. Actualmente hay religiosas de su congregación repartidas en 95 países haciendo lo que su predecesora enseñó.
El décimo cuarto Dalai Lama, que a pesar de ser despojado de su monasterio por la China comunista, anda por el mundo predicando a favor de la paz y de la pluralidad ideológica, enseñando la profunda sabiduría que habla de la bondad y la compasión, del respeto por la vida y el medio ambiente y la importancia de la paz mundial.
Martin Luther King, máximo líder norteamericano por la paz, los derechos civiles, que luchó pacíficamente. Contra el racismo y marcó un hito en la historia norteamericana, ya que su mensaje de paz es un símbolo universal de la vida en una sociedad en paz a la que debe aspirar toda la humanidad.
Nelson Mandela, que venció la adversidad aún en las peores condiciones bajo las rejas, dedicando su vida a luchar por la justicia, la paz, la libertad y la igualdad para todos, manifestándose pacíficamente contra el racismo, siendo un ejemplo para toda la humanidad.
El imperio del odio.
Sin embargo, vemos como el mundo sigue presa del odio, fomentando las diferencias, el rencor, la desigualdad, con líderes que en lugar de unir a su puebo, lo dividen y polarizan.
Vemos a un Afganistán en manos de terroristas que se dicen islamistas, pero que llevan su misoginia al límite, impidiendo que las mujeres accedan a la educación, un derecho fundamental. Cuando Mahoma lo que predicó fue todo lo contrario, que el camino al paraíso es a través de conocimiento. Algunas de sus enseñanzas rezan: “Si te vieres rodeado de mucha gente ignorante, no te envanezcas por lo que sabes, más bien mira a los que te superan en conocimientos y verás que aún no eres lo que te imaginas ser; y estás por debajo de muchos”.
Y respecto al pacifismo el mismo Mahoma dijo: “Una persona fuerte no es aquélla que tira al suelo a su adversario. Una persona fuerte es la persona que sabe contenerse cuando está encolerizada”.
En cuanto a la justicia señaló: “La rectitud es tratar con equidad, justicia y decencia a la familia, mientras que veracidad es un esencial del buen carácter, pero ambas llevan al paraíso”.
Pero la intolerancia, la promoción de la ignorancia, el odio, el terrorismo es lo que parece caracterizar a estos y otros líderes musulmanes. Lo que nos hace olvidar los tiempos en que los árabes fueron los grandes promotores de la cultura, las artes y las ciencias, que pasaron a Europa a través de Al-Andaluz, o de la tolerancia religiosa que hubo durante el Impero Otomano.
Pero lo mismo vemos con los gobiernos de extrema izquierda o derecha, que fomentan el odio de los pobres por la clase media y sobre todo por los dueños del capital, incluso de los intelectuales, promoviendo una cultura de la ignorancia y holgazanería, sin tomar en cuenta que el capital se genera con trabajo y conocimiento.
Gobiernos en manos de ignorantes e intolerantes que no respetan la otredad, que no sólo fomentan la violencia en sus propias sociedades, sino que intervienen en los asuntos de otros países, invaden, fomentan el terrorismo, la guerra, motivados por el odio, la envidia y la avaricia. Y al final, no tienen la sensatez de mirar hacia la historia pasada que tiene muchas lecciones que dar y la historia se repite, claro, en detrimento de los pueblos, con el empobrecimiento y la ruina de naciones enteras.
Pero las naciones son fiel reflejo de la sociedad que las sustenta, porque el odio, la mentira y el abuso comienza en casa. No es raro por eso que en sociedades descompuestas veamos la incidencia de homicidios, robos, misoginia a sus máximos niveles, y la seguridad pública completamente en caos por un Estado de derecho totalmente fracturado, en donde la delincuencia se confunde incluso con la clase política.
La Navidad trae el recuerdo de un gran acontecimiento, de la venida del Mesías, de la paz, la esperanza y la redención del hombre. Aunque ahora en muchos lugares se ha vuelto motivo de consumo, de excesos y violencia. Y tendríamos que reflexionar al respecto.