Lo que estamos presenciando en nuestro México, quizá sea nada menos que el adiós a la Democracia, a todas las aspiraciones esenciales que dominaron la escritura histórica de nuestra Suprema Ley. Los juristas siempre hemos buscado –y seguiremos haciéndolo– lo que se pudiera etiquetar como la esencia de nuestra Patria, el principio que da sentido a todo nuestro pasado (o a una parte de él) y con base en lo cuál, en consecuencia, todo lo bueno de la Nación podría comprenderse.
Esa sensación de fin de nuestra democracia, esa clausura de una tradición esencial para la justicia, se ha manifestado en ésta Cuarta Transformación de la República. Todo lo que piensa Andrés Manuel López Obrador nos conduce a los finales de respeto a nuestra Carta Magna. El ejemplo de ello nos lo da esa omisión a investigar a la narco-delincuencia, esa política de “abrazos y besos a los infractores de la ley penal”.
Ahora bien, todo esto en definitiva equivale no sólo al fin del sueño de la justicia para nuestra República, del conocimiento transparente de los hechos acontecidos en el neoliberalismo, sino también a la posibilidad de esperanza de nuevos pensamientos que nos liberen de las cadenas del poder de la narco-delincuencia.
Para quienes nos resistimos a siquiera considerar esto seriamente, semejante final puede parecer el equivalente de una dictadura real, lo que significaría que Andrés Manuel López Obrador gobernara a México con un poder absoluto, sin restricciones ni cotos, sin sometimiento a ningún tipo de limitaciones, ni con aquellas que se encuentran en la letra del Pacto Federal con las facilidades de promulgar y ordenar la modificación de leyes a su voluntad.
El dilema de nuestro México actual es el siguiente: O se vive con el respeto a nuestra Constitución Política o se prescinde de la justicia inserta en ella. Cuando se fortalece la justicia y libertad consagradas en esa Suprema Ley, nuestras instituciones republicanas adquieren realidades, se incorporan con facilidad a la normatividad y seguridad con la que México estuvo acostumbrado a vivir.
La justicia es el testimonio de la conciencia de México, la exigencia de la razón de la democracia. No hay lugar en nuestra Patria para la sinrazón jurídica, para la anarquía, para los caprichos, para la dictadura, para las ocurrencias, porque éstas tienden a limitar y desequilibrar el poder de nuestra Suprema Ley mediante mecanismos inspirados en escasos valores morales y políticos.
Es cuanto.
Lic. Alberto Woolrich Ortíz.
Presidente de la Academia de Derecho Penal del
Colegio Nacional de Abogados Foro de México, A.C..