DE FRENTE Y DE PERFIL
RAMÓN ZURITA SAHAGÚN
Sin duda, el servilismo es una de las peores actitudes dentro de la actividad política y demerita a los personajes que lo practican sin mesura de ninguna clase.
Son despreciables aquellos abyectos que quieren quedar bien con su jefe, hasta el grado de despreciarse a sí mismos, practicando esas bajezas que rayan en la indignidad. Resulta triste comprobar que jóvenes políticos lleguen a ese grado de acatamiento de órdenes, principalmente si son tan soberbios y engreídos como el todavía director del IMSS, Zoé Robledo.
Hace apenas una semana, el chiapaneco se veía como el prospecto principal para el gobierno de Chiapas, por parte de MORENA y hasta se le auguraba un futuro promisorio, por su cercanía con Claudia Sheinbaum, la posible candidata presidencial del partido gobernante.
De pronto, el castillo de naipes alrededor del mil usos en que convirtió el Presidente López Obrador a Zoé se desmoronó. El pobre mantenimiento a los elevadores de los hospitales del Seguro Social mostró el mundo de papel que se había construido alrededor de quien se había convertido en un eficaz operador del Ejecutivo federal.
Quedaron al descubierto el descuido del mantenimiento de los elevadores, las francas condiciones sanitarias de las instalaciones, los cientos de contratos dados a consentidos del director o de sus cercanos. El manejo que su hermano Gabino Robledo venía haciendo de su eventual candidatura al gobierno de Chiapas, los compromisos adquiridos con sus proveedores y el gasto invertido para proteger la figura de Zoé y evitar vivir un cataclismo como el de su padre, Eduardo Robledo, quien apenas sobrevivió dos meses como gobernador de Chiapas.
Esa situación vivida cuando Zoé era una persona en el trance de niño a adolescente lo marcó para siempre y gobernar Chiapas se convirtió en una obsesión para él, similar a la que vivió Manuel Bartlett con el trauma que le causó ver que su padre del mismo nombre era depuesto como gobernador de Tabasco.
Zoé no se bajó de la candidatura al gobierno de Chiapas, fue obligado para hacerlo y no solamente eso, también para postular como la persona idónea a Manuela Obrador, sobrina del Presidente y orgullo de su nepotismo.
Manuela es una diputada federal que fue reelecta en los comicios del 21 que no ha dejado huella en sus cinco años que lleva como legisladora y con un paso sumamente inédito en San Lázaro.
Sin embargo, ella es representante por el primer distrito electoral de Chiapas, cuya sede es Palenque, curiosamente el sitio en que vivirá el hoy Presidente López Obrador, quien necesita un gobernador de su confianza en Chiapas.
El dúctil y maleable Zoé fue enviado para destapar como candidata a Manuela y qué mejor que hacerlo en su propio rancho y contar con la bendición del mandadero del propio Presidente.
El nepotismo es una tradición en México y si un gobernador puede dejar a un hermano como sucesor, o un primo hermano sustituye a otro, o un nieto alcanza el nivel de su padre y abuelo, habrá alguna razón para cuestionar que un Presidente se valga de su cargo para maniobrar a favor de un familiar.
Ya lo dijo de Jared Kushner y lo ratificó Donald Trump, jamás había visto a un político doblarse con la facilidad en que lo hace un mexicano, que, además, disputa todavía la presidencia de México
Entonces que se puede esperar de un personaje propenso a la genuflexión como mostró ser el director del IMSS, al que, tal vez, se le convenció con tal de no pasar revisión de la serie de contratos que han sido evidenciados para favorecer a unos cuantos.
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