De memoria
Carlos Ferreyra
Es triste pero así es la condición humana.
En los saraos palaciegos la noche del 15 de septiembre, en la puerta de la calle de Moneda se apelotonaban los que pretendían asistir al convivio y no tenían invitación.
Los recuerdo zalameros, obsequiosos, damas con vestido largo esperando que alguien las tomara del brazo y las llevara al paraíso anhelado; varones muy formales tratando de hacer valer una cercana amistad inexistente u ofreciendo dinero a cambio del ingreso.
Ayer Luis Echeverría estuvo, casi solitario, en el velatorio. Todas las pompas fúnebres en la dignidad familiar.
Oficialmente nadie recordó que, bien o mal, de acuerdo con los sentires personales, fue Presidente de la República y comandante supremo de nuestras Fuerzas Armadas. Pero ni los uniformados tuvieron la dignidad o la hombría para recordarlo.
Echeverría o el fascismo, frase atribuida a Fernando Benítez que luego fue colgada de las páginas de Carlos Fuentes, de Ricardo Garibay y de otros intelectuales que reclamaban su amistad con el mandatario.
Algo para recodar, los aviones repletos de hombres de letras y el apoyo a la cultura al grado de admitir obra a cambio de impuestos.
Las embajadas se convirtieron en hermosos muestrarios del arte popular y el arte culto mexicano.
Tres obras insignes: dos enormes libros empastados en cubierta de ixtle para proteger reproducciones de pintores mexicanos de siglos pasados y de colecciones particulares.
Y la valiosísima obra de Tonatiuh y Elektra Gutiérrez, concentrando los grabados sobre México a partir de la conquista.
Les llevó tres años concluirla y con vanidad afirmo que son escasos los ejemplares. Yo tengo el mío.
¿Podrá ponerse fecha al principio del fin al respeto presidencial?
Creo que sí. Luego de ponerles la pata en el cogote a los grandes capitales y de haber cuestionado a la Santa Madre Iglesia, a la que recordó que los templos son propiedad del Estado y que las obras allí contenidas pertenecen a la nación.
En extraño intento de secuestro muere Eugenio Garza Sada, el santón del capitalismo nacional.
Entre los perpetradores del crimen, un hijo de Rosario Ibarra de Piedra que por la actividad de la madre termina convertido en un símbolo más.
Fueron celebrados los célebres cónclaves de Chipinque en los que decidieron crear una oficina de rumores, chistes y centrar todo el bombardeo en una presunta falta de inteligencia, autoritarismo y carencia de proyectos de gobierno.
Una muestra.
Por todos lados corrió la versión de que doña María Esther convocaba a reuniones en Los Pinos.
Asistían esposas de funcionarios de diversos niveles. Al final pasaba la charola y una a una las despojaba de sus joyas.
El cuento repetido y nunca comprobado, terminaba con el suicidio de uno de los funcionarios cuya esposa pidió prestado un collar de diamantes con valor de millones de pesos. Ante la imposibilidad de recuperar la prenda o cubrir su valor, el zoquete pasaba al mundo de las fantasías antiecheverrianas.
Me adelanto, si alguien asevera que conoció un caso, que cite fechas y el nombre del afectado.
En breve balance que cualquier vetusto puede hacer de memoria, recordemos que Cárdenas se llama petróleo; Ruiz Cortines, austeridad; López Mateos, electricidad; Díaz Ordaz, Tlatelolco.
Pero nadie acepta o quiere recordar la obra gubernamental de Echeverría, si somos honestos, una de las más importantes del México moderno.
Imperecederos los organismos de protección al trabajador, a su salario.
Antes del Infonavit, ni en sueños poda pensarse en casa propia. Menciono lo más básico.
No intento reivindicar al político sino a la verdad. No menciono nada que no me conste, quizá me falto decir que una de las quejas de sus gorrones, eran las aguas patrióticas.
Jarras de verde limón, blancas de horchata y rojas de jamaica como la sangre de los héroes que nos dieron patria.
Y mientras, en otros salones, diplomáticos degustando vinos generosos y alcoholes de importación…