DIARIO DE ANTHONY
4:51 p.m. Sentado en la cima de una montaña, Anthony, sin poder evitarlo, dejó que las gotas le brotaran por sus dos ojos.
Era de tarde. Eran como las cinco, y el sol ahora lucía suave, suave como una caricia de Bob Mueller sobre el rostro de Anthony. Una caricia imaginaria, desde luego.
¡¿Cuántas veces Anthony no había fantaseado esto mismo?! Cada vez que la tristeza volvía a apoderarse de su ser interior, él solamente cerraba los ojos para así enseguida dejarse acariciar por la mano de Robert Mueller: el hombre, su padre: el único al que Anthony había amado de verdad.
Como un niño: así lo había amado. Y, como un niño, Anthony se había abrazado al cuerpo de Robert Mueller… “Su padre imaginario. El único y el verdadero”. Robert Mueller jamás se falsearía, nunca pero nunca jamás.
De esto último Anthony estaba más que seguro. Porque su amor por Robert Mueller era algo más que puro. Su amor por él ¡lo traspasaba todo! Tiempo, espacio y cantidad… Anthony amaba de manera indecible a Robert Mueller.
Y, por lo tanto. Ahora que nuevamente él había sido “abandonado” otra vez, por un supuesto amigo… Anthony supo que, ahora más que nunca, debía de volver a sus orígenes, hacia el amor y la compañía del único hombre que jamás lo abandonaría.
Así que ahora, sentado sobre la cima de una montaña, Anthony supo que la hora para despedirse del recuerdo de aquella persona -a la que él alguna vez consideró “como su amigo” -había llegado.
¿Dolía? Mucho. Anthony no había podido evitar llorar, al ver ahora que el momento para decirle ADIÓS POR SIEMPRE A SU AMIGO había llegado.
Era como si fuese a enterrarlo. Más bien era algo todavía mucho más peor que un entierro físico. Porque Anthony lo sabía. Él sabía que, una vez que se despidiese “de él”, ya nunca más volvería a mencionarlo en sus Diarios. Y cuando su recuerdo nuevamente acudiese a su mente, éste ya solamente sería una especie de “fantasía propia de su mente”.
Anthony entonces, al evocar su recuerdo, solamente pensaría: “Nunca lo conocí. Él solamente fue UNA FANTASÍA MÁS DE MI MENTE…”
Y nadie lo podría saber jamás; que aquel hombre sí había sido real y tangible. Anthony realmente lo había conocido y tocado con sus manos, pero… Pero todo esto ahora solamente era una cosa: EL PASADO.
“Adiós, por siempre”, pensó Anthony al momento de mirar la luz suave del sol. Y después, bajó su rostro.
Viéndolo entonces de esta manera, el sol, desde su lugar eterno, le habló.
“Hola, muchacho. ¿Puedo yo saber el por qué estás triste?”
Anthony, sin alzar la mirada, no se atrevió a responderle. Porque su dolor era muy grande. Además; hablar -para él- ya no tenía ningún sentido.
Sin querer insistir en su pregunta, el sol, adivinando lo que una persona debía de hacer en casos como éste, aunque él mismo no era una persona, y mucho menos un ser humano, sino que más bien era un astro, pero que poseía muchísimo más sabiduría que un millón de humanos juntos, el sol enseguida supo que lo que debía de hacer era acercarse hasta el alma de aquel joven. Y así lo hizo.
Desprendiéndose de su lugar eterno, viajó y viajó hasta estar junto a Anthony. Y entonces, sin decir nada, de manera suave y silenciosa, se sentó a su lado.
“¿Quieres que te dé un abrazo?”, preguntó el Sol a Anthony, luego de pasados varios minutos de absoluto silencio. Anthony negó, moviendo su cabeza.
“¿Duele?”, preguntó el Sol. Anthony asintió, moviendo su cabeza, lentamente.
“Lo siento mucho por ti”, replicó el Sol.
Anthony, tomando del suelo un pequeño pedazo de madera -que se le había desprendido hacía ya miles de años al arca de Noé-, escribió sobre el suelo polvoso una respuesta: “No te preocupes. No tienes por qué…”
Hablar le costaba muchísimo trabajo. El Sol, como todo un amigo verdadero, aguardó y esperó allí, junto a Anthony. Pero Anthony seguía sin dar signos de querer abrir la boca para conversar con él.
Anthony siguió con la mirada puesta en el suelo. El Sol también siguió estando a su lado, sin desesperarse.
Pasado otro rato, el Sol – que se lo había pasado mirando por todo su alrededor-, de repente, al ver a lo lejos la figura de un hombre alto, de manera súbita preguntó en voz alta: “¿Acaso ese que veo ahí es Jesucristo?”
Anthony, que sabía que Jesucristo había bajado a la tierra hacía ya unos días atrás, el 16 de junio, el día de sus cumpleaños, le respondió al Sol con un apenas audible: “Sí”.
“¡Vaya! ¡Eso sí que no lo sabía!”, dijo el Sol. Su tono era de jovialidad.
Jesucristo, en efecto, se encontraba a lo lejos, allá abajo, haciendo lo único que él sabía hacer: milagros de todo tipo.
Anthony, que no podía dejar de estar “ensimismado sobre el mismo”, poco le importó escuchar la pregunta que el Sol le hizo después de pasados unos minutos más:
“¿Por qué no bajas, te acercas hasta él y le pides que cure y sane tu dolor…?”
“Y tú, ¡¿POR QUÉ MIERDAS NO TE REGRESAS POR DONDE VINISTE?!”, enseguida se le cruzó por la mente a Anthony contestarle al Sol. Pero, en vez de hacer eso, luego de aplanar la tierra polvosa, escribió sobre ella un: “No quiero…”
“¡Qué curioso es todo esto!”, escuchó decir al Sol Anthony.
“El ¿qué?”, preguntó Anthony, sobre la tierra polvosa.
“Que tú y yo no parecemos muchísimo…” Apenas terminó de decir eso, el Sol no pudo evitar reírse mucho.
Sus ganas por explicárselo a Anthony eran tan fuertes, que solamente sentía no poder contenerse mucho tiempo. Pero Anthony tampoco parecía querer saber su explicación. Porque entonces él solamente permaneció callado, y con la cabeza baja.
“Veo que no tienes ninguna gana de escucharme hablar, pero de todas maneras lo haré”, dijo el Sol, quien -luego de mirar a lo lejos cómo la gente celebraba con bombo y platillo las sanaciones y demás milagros que Jesucristo iba efectuando en su paso por aquel camino- volvió a sentarse junto a Anthony.
“Tú y yo nos parecemos mucho -continuó diciendo-. Y ahora te diré el por qué. -Pero, al ver que Anthony no se había inmutado ni un poco, dejó de hablar.
Hacía ya mucho tiempo que Anthony había aprendido a ser lo que él siempre debió de haber sido, desde el principio de los principios: alguien prudente.
Ahora todo, absolutamente todo, había dejado de importarle, de impresionarle. Incluso; el que Jesucristo haya bajado otra vez a la tierra…, solamente le había parecido una cosa de lo más banal, mundana, superficial y estúpida.
“¡¿ES QUE NO QUIERES ENTERARTE?!”, le preguntó el Sol, con total ahínco. Pero Anthony siguió estando callado, “como un autista”.
Y, sin dejar pasar más tiempo, porque pronto tenía que regresar a su lugar eterno, el Sol se puso a explicárselo todo a Anthony.
“…Tú y yo nos parecemos mucho. ¡¿Es que acaso no te has dado cuenta?! -El Sol hizo una pausa, otra vez. Luego, abarcando todo su entorno con su mirada, siguió diciendo-:
“AMBOS SOMOS BRILLANTES, ¡MUY BRILLANTES!, SÍ… -Volvió a hacer otra pausa…- PERO, ¡PERO ESTAMOS SOLOS!, ¡MUY SOLOS! Y, ¡Y SIEMPRE LO ESTAREMOS!” “¿Anthony, no te parece todo esto la cosa más absurda e irónica?”, preguntó el Sol.
“¿Con que eso era lo que tenías que decirme?”, pensó Anthony, con total desgano… “Pero si eso ya lo sabía desde antes de nacer a este mundo”, quiso responderle al sol. Pero no lo hizo.
En vez eso, calló. Calló…, como siempre lo había hecho y… como siempre lo haría: Hoy, Ayer y Por Siempre.
Anthony “Swan” Smart
Mayo/31/2023
6:15 p.m. Wednesday