Luis Farías Mackey
¡Carajo! Ni esperar pudo a ser candidato para mancillar el voto que en mala hora le otorgó Nuevo León: “En honor al día de muertos, saludos al PRIAN, ya se van…”, para luego gritar a los cuatro vientos que él “va a eliminar de México al PRIAN”, y ya montado en el discurso lopezobradoriasta, por aquello de no dejar dudas, agregó: para que no “regrese la corrupción y mediocridad de la vieja política” que, bien leído, da paso a la corrupción y mediocridad de la nueva. ¿O no?
Cada quien es esclavo de sus palabras.
Qué lejanos aquellos días donde la “nueva política” buscaba ensanchar los cauces, expresiones y representaciones políticas del complicado mosaico ideológico nacional.
Tiempos aquellos en los que se proclamaba que “la unidad democrática supone que la mayoría prescinda de medios encaminados a constreñir a las minorías e impedirles que puedan convertirse en mayoría; pero también supone el acatamiento de las minorías a la voluntad mayoritaria y su renuncia a medios violentos, trastocadores del derecho” (Reyes Heroles 1977).
Y tal es el caso de Samuel García, porque en el Congreso local su partido es minoría. Y si bien él ganó la gubernatura, lo hizo con un 36% de la votación efectiva, es decir, que, de los sufragantes en las urnas, un 64% votó por otras opciones.
Pero ya no es un problema de votos, sino de actitudes políticas que “faciliten la unidad democrática del pueblo, abarcando la pluralidad de ideas e intereses que lo configuran. Mayorías y minorías constituyen el todo nacional, y el respeto entre ellas, su convivencia pacífica dentro de la ley, es base firme del desarrollo, del imperio de las libertades y de las posibilidades de progreso social”.
Por eso, advertía en aquel entonces Reyes Heroles: “No admitimos para nadie el derecho a tolerar, y menos aún el de no tolerar modos de pensar distintos al suyo. La libertad de pensamiento obviamente da lugar a distintos modos de pensar; todos con derecho a la existencia y a sus manifestación o expresión. Rechazamos actitudes que, a título de modo de pensar, condena a otros e invocan el derecho a la intolerancia. Cuando no se tolera se incita a no ser tolerado y se abona el campo de la fratricida intolerancia absoluta, de todos contra todos. La intolerancia sería el camino seguro para volver al México bronco y violento”.
Para Don Jesús la unidad democrática no excluye la pluralidad, la discusión, el convencimiento, pero sí “la maldad de las ideas en que no se cree”.
Por eso advertía: “Algunos, ante enfrentamientos ideológicos, desearían que surgiera la autoridad sin derecho, la que comprime y actúa sin norma que la preceda”, de allí que “el derecho con autoridad y la autoridad precisamente con derecho garantizan que la intolerancia no se erija en sistema, que los conflictos no se conviertan en antagonismos irreductibles, que las contradicciones no nos lleven a una sociedad antagónica en sus bases y esencia”.
“La autoridad con derecho y el derecho con autoridad excluyen el abuso de poder”. (Reyes Heroles 1977)
Pero la autoridad no es el simple poder, sino la legitimidad de su ejercicio. Algo que se construye todos los días en un plebiscito cotidiano. La autoridad en el poder se construye y se cultiva, se gana y refrenda: es un mérito, nunca un derecho.
Y esto no es una defensa a lo que él y López llaman PRIAN, sino de Nuevo León y de la República. De la política, que es lo que hoy más se echa de menos en Nuevo León.
Un gobernador ladrando, es más ladrido que gobernador.
Más ladrido que gobernador.
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