* Moisés, Jesús y Mahoma pueden identificarse como un mismo y único profeta, en tanto no entren los administradores de las religiones y vocaciones a administrar “su” verdad y la riqueza. La simonía es un asunto que está presente, como la corrupción vigente en las actividades humanas
Gregorio Ortega Molina
Los hebreos se niegan a aceptar que Palestina nunca fue parte de su Tierra Prometida. ¿Hace cuántos siglos Josué -con el sonido de las trompetas- derribó las murallas de Jericó, y todavía no acaban de conquistar ese territorio?
En cuanto el Nuevo Testamento sucedió a la Biblia hebrea -como tema de estudio y parámetro moral para el comportamiento de buena parte de la humanidad en Occidente-, los proyectos nacionales y los dominios espirituales se modificaron. En cierta medida El Vaticano y Jerusalén se hermanaron en la tarea de conducir a los hijos de Dios en su compromiso de salvación espiritual, pero parecen haber decidido lo contrario, y entre ambas religiones desean dejar emparedado al Islam, cuya reacción lógica fue el radicalismo, el yihadismo.
Los jefes políticos de Israel y Palestina tomaron la determinación de convertir en asunto meramente humano -lo que en su momento nació y se propagó como un mensaje de buena voluntad para los hombres de paz- en una confrontación bélica que no decrecerá sino como mensaje bíblico y sólo al fin de los tiempos. No es un capricho celestial, meramente es una terquedad humana en la que no aciertan a conciliar afectos, empatías, interesas y, lo más difícil, deidades e idea de salvación. Tienen un mismo origen, idéntica concepción de la deidad, pero maneras muy distintas de acceder a su gracia.
Moisés, Jesús y Mahoma pueden identificarse como un mismo y único profeta, en tanto no entren los administradores de las religiones y vocaciones a administrar “su” verdad y la riqueza. La simonía es un asunto que está presente, como la corrupción vigente en las actividades humanas.
Recurramos a la sapiencia de María Zambrano dejada en El hombre y lo divino: “Y aun… lo más inabordable: toda la desenfrenada provocación aún no registrada de los últimos años en que, sin conciencia o con ella, algunos hombres han apurado las posibilidades del mal, el reto a todos los temores últimos, han perpetrado lo insospechable, llegando hasta la acción sin sentido ni justificación en que el hombre no es ya reconocible; desafíos realizados como un crimen que traspasa a las víctimas y que va dirigido contra esa instancia última de la conciencia antes ocupada por Dios, esa violencia pasiva, ese abandonarse automáticamente a cualquier instinto o <<tentación>>, si todo ello, todo ese horror múltiple y único de los años aún no transcurridos, se produjera sobre un vacío y una anonadada conciencia que se dijera: <<Puesto que Dios ha muerto>>.
Y sí, eso suponen, por eso mismo destruyen al mundo, su mundo, sin detenerse a pensar que hace mucho dejó de ser su Tierra Prometida.
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