Luis Farías Mackey
Principio y final comparten fronteras con la nada.
Antes del principio y en relación para con él es la nada, después del final, para él, es la nada.
Entre uno y otro corre el tiempo finito. Nuestro tiempo.
Imperios en macolla creyeron tocar el infinito y soñaron con la eternidad, y de ellos sólo quedan piedras y mitos.
¿De dónde surgen las cimas?, se preguntaba Nietzsche, y descubría entre las cumbres heladas de Sils Marias, prensadas, las profundidades de los bastos océanos. Y así el águila y la serpiente se hacen se hacen uno en un círculo uróboro*, igual a cómo la aurora surge atada al cadáver de la noche y como el principio y fin se tocan y bailan al filo de la nada.
De ahí nuestra confusión elemental. Creemos iniciar mundos nuevos y parir tiempos inéditos, cuando sólo nos debatimos en ser la triste expresión de un final.
Sin afán de ofender, retomo lo dicho por la presidente Sheinbaum: dijo ser hija del 68, pero en realidad es sólo uno más de los últimos desechos de sus desnarrativizaciones múltiples e interesadas. Pero lo mismo se puede decir de Alito, quien más que presidente es lo que queda de uno de sus desperdicios y miserias putrefactos.
Más no se trata de hablar de personas, sino de nosotros todos y la finitud, no génesis, que nos toca vivir.
No estamos ante un principio.
Ya no fuimos ya capaces de dar inicio a un desconocido comienzo. Somos un río de desechos necrófilos en deriva a la nada.
Se me dice que soy en extremo negativo, pero no se trata de echarle ganas y sonreír al mal tiempo, de seguir engañándonos a nosotros mismos. Llamase nuevo PRI, alternancia, transición, transformación, renovación o cambio, nuestro sino y condena ha sido y es ser fin. Fin de un sistema político, de un México conocido, de una época.
Por eso a mis amigos entusiastas les digo que no estamos ante un principio, ni siquiera de cara a una continuidad: estamos ante un fin tocando las puertas de la nada.
Y por igual le digo a mis amigos que viven en situación límite, que acabar de una vez por todas con esta interminable agonía es lo mejor que nos puede pasar.
Nada puede salir de lo que ya está mil veces podrido, seas oposición o sea gobierno, dios triunfante o derrotado demonio, porque todo viene de un mismo núcleo enfermo y acabado.
Morena jamás fue un comienzo, no podría serlo. Desde su origen perredista es la versión más acabada de organizaciones, movimientos y expresiones rematados: desde las izquierdas prostituidas por Echeverría hasta las suicidadas a los pies de Cuauhtémoc y de Porfirio, pasando por las sucesivas y variopintas diásporas priístas, el narcisismo de nuestros intelectuales de aristocracias, nóminas y postín; académicos merolicos de ideas campana y esclavos de sus fobias antisistema —pero viviendo del sistema— y de sus voracidades mediáticas; de analistas de estrellato, por panistas ilusos —como Creel—, hambrientos y descastados —para qué nombrar— y hoy un nutrido lúmpen fanatizado, hambriento, furioso y resentido. ¿Qué podría salir mal?
Pero ésta es la estampa tan sólo de Morena. En la acera de enfrente alinean expresiones partidistas igual de enfermas y caducas con otros males, historias clínicas y vestimentas.
Todo ello en un caldero social negado a aceptar su decadencia y putrefacción, siempre dispuesto a adorar al satanás de moda con tal de jamás verse al espejo y decidido a crucificarse en un tiempo cíclico sexenal en la misma cruz de su ciega fe política e inmolativa.
No, no estamos ante un principio. Menos ante un triunfo. En la escala de las generaciones nos tocó ser final, no principio. Pero nos negamos a aceptarlo. No lo decidimos, nos tocó. Lo que sí decidimos —en conjunción de pasado y presente— es nunca aceptarlo y vivir de sueños, ideas bonitas y de echaleganitas.
Ayer me decía un querido amigo: “si no es Morena, no podrá ser, porque todos los demás están peor”, sin ver que Morena es el sumun de todos.
Así, lo mejor es que aceptemos que no va a ser, porque no estamos en un principio, sino en el final. Y no será, ni será por nada de lo que conocemos. Que lo mejor que nos puede pasar es bien morir —hablo como sistema político y época— para que así pueda surgir de un caos primordial algo totalmente diferente, ajeno, desconocido y verdaderamente nuevo.
En otras palabras, sí podemos ser principio e iniciar un nuevo comienzo, pero sólo enterrando y desaprendiendo todo lo que conocemos. Ya lo dijo Nietzsche: No hay resurrección sin sepulcro.
* Uróboro.- Símbolo que representa una serpiente o dragón que se come su propia cola y forma un círculo. Representa la unidad de todas las cosas materiales y espirituales, que no desaparecen nunca, sino que cambian de aspecto en un ciclo perpetuo de destrucción y creación.