Luis Farías Mackey
La política, como toda acción humana, exige una calidad de conducta, un respeto leal y compartido, un compromiso con la verdad, un débito con uno mismo. Una dignidad mínima, una autocontención, un límite: verticalidad.
La política no puede florecer entre jugadores desleales y tramposos, que no cumplen las leyes que imponen y exigen para con otros, que tergiversan la realidad y la niegan y al hacerlo se niegan, que engañan para engañarse a sí, que no se hacen cargo de sus errores, que los imputan en otros, que se asumen siempre de víctimas y ofendidos. Que vilipendian en vez de abrirse a comprender.
La política exige un mínimo de autenticidad de ser, para poder saber ante quién se está, con quién se habla, quién se compromete y a quién se está creyendo.
La política empieza en el comportamiento del ser para con él mismo y del uso de su poder en el gobierno de su persona, que así lo define ante sí y ante los demás.
La parreshía era para los griegos el compromiso con la verdad, porque la política empieza al interior del individuo en su comportamiento para sí. Si me engaño, trampeo, traiciono y niego; si soy incapaz de reconocer mis debilidades, faltas, mentiras, cobardías, delitos y locuras; si me creo las mentiras que sé que me invento y digo, si me traiciono en mis traiciones, si me ato a mi locura. En pocas palabras, si soy incapaz del gobierno de mí, ¿cómo puedo aspirar al gobierno de los otros?
Veo el horizonte político de hoy, y póngales usted el color que más le cuadre, y salvo milagrosas excepciones presencio su lumpenización y locura.
Y lo peor es que nada más se puede esperar ya.
PS. Cuando era joven veía a la política con avidez, lustre y entusiasmo; hoy la presencio con asco.
No hay nobleza, dignidad, verdad, congruencia, humildad, vergüenza, límite.
Ni Fellíni pudo imaginar a México hoy. Ni Alighieri nuestro infierno.