Magno Garcimarrero
En mi pueblo allá por los años cuarenta del siglo pasado, ocurrían cosas que en su momento y circunstancia podrían parecer razonables, pero que con el progreso y la cultura cayeron en desuso y en el absurdo.
Resulta que un presidente municipal se avocó con mucha prestancia a evitar la delincuencia, entonces escasa, desorganizada y conocida por todos los lugareños; para lograr su objetivo nombró policías a dos de sus parientes, los uniformó y los habilitó con un cochecito desvencijado al que, a falta de torreta luminosa le mando pintar cuatro letreros, uno por cada costado del carromato.
El letrero decía “POLICÍA SECRETA” ¡Y funcionó!, en los tres años de su administración se acabaron los delitos.
El otro absurdo que recuerdo es que, la oficina de correo en ese entonces pronta y expedita tenía un cartero que repartía la correspondencia normal a golpe de calcetín y la de “entrega inmediata” la repartía montado en un burro de andadura, se entiende que para darle mayor velocidad a las entregas; pero un día se enfermó el jumento y el jefe de la oficina decidió que, hasta que no se aliviara el asno se repartiría la correspondencia de entrega inmediata.
Curiosamente, a los vecinos les pareció bien la medida hasta que se enteraron de la defunción del borrico; entonces todos se apersonaron en la oficina de correos para recoger su correspondencia urgente sin burro presente.