El presidente Trump nunca ha sido sutil. No es de los que piden las cosas por favor. Si quiere algo, lo toma, sin importar a quién tenga que pisotear en el camino. Y su nueva jugada no es la excepción: liquidar políticamente a los Bush para quedarse con el Partido Republicano.
Lo dijo Ramón Alberto Garza en Código Magenta, y lo dijo bien: la clave está en Rafael Caro Quintero. Entre los 29 extraditados que México mandó a Estados Unidos, el nombre que brilla es el del viejo capo de Guadalajara. ¿Por qué tanto interés en un narco que llevaba décadas en la sombra? Porque su historia se cruza con una familia poderosa: los Bush.
Si Trump logra que Caro Quintero declare que el asesinato de Enrique “Kiki” Camarena fue parte de un favor a George Bush padre, el escándalo político podría ser devastador. No haría falta más. Bastaría con salpicar el apellido Bush con el fantasma del narcotráfico para que la dinastía quedara fuera de la jugada. Y en un Partido Republicano donde los únicos rivales serios de Trump son los Bush, la ecuación se resuelve sola.
Esto no es una teoría de conspiración. No es un delirio sacado de la nada. La historia está documentada. En los años 80, la CIA usaba dinero del narco para financiar a los contras en Nicaragua. La DEA y la CIA no eran aliados, eran rivales. Y Camarena, que trabajaba para la DEA, descubrió demasiado. Cuando quiso hablar, lo hicieron callar. ¿Quién lo ordenó? ¿Quién dio la luz verde? Esas son las preguntas que Trump quiere poner sobre la mesa. Y los Bush están en la línea de fuego.
Si logra su objetivo, Trump se queda con el Partido Republicano sin resistencia. Sin adversarios. Sin pasado que le estorbe. Los Bush quedarían enterrados en el escándalo, y él podría ondear la bandera de la “limpieza” dentro del partido. Ironías del destino: un hombre como Trump vendiéndose como el adalid de la moral republicana.
Mientras tanto, México sigue en su eterno papel de peón en el tablero de los gringos. Entregamos narcos como si fueran fichas de cambio.
Nos usamos mutuamente en este juego sucio. Pero la historia es clara: cuando los poderosos se pelean, los que terminan aplastados son los de abajo. Y aquí, los de abajo siempre somos nosotros.