Juan Luis Parra
La periodista Lourdes Mendoza se lanzó en una peregrinación digna de Semana Santa. No hubo Vía Dolorosa, pero sí un viacrucis burocrático para intentar descubrir lo que en cualquier país democrático sería información básica: ¿Dónde está el expresidente Andrés Manuel López Obrador?
Y es que mientras Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto pasean por el mundo, dando conferencias o simplemente viviendo su retiro sin necesidad de ocultarse, del tabasqueño no sabemos nada.
Según sus propias palabras, va con 200 pesos en la cartera, pero tampoco parece andar sufriendo por la quincena.
Las teorías son dignas de una novela de espionaje.
Algunos aseguran que está en Cuba, disfrutando de su retiro revolucionario entre mojitos y discursos nostálgicos del socialismo. Otros, con menos creatividad pero igual dosis de sospecha, dicen que sigue dentro de Palacio Nacional, moviendo los hilos del poder como el verdadero titiritero de la política mexicana. Y claro, no falta quien afirme que está en su rancho, el famoso “La Chingada”, donde lo acompañan un cuartel militar, un hospital de primer nivel y hasta una estación de tren hecha a su medida.
Donde recientemente, un avión espía estadounidense estuvo sobrevolando la zona.
Pero lo más grave no es dónde esté, sino la opacidad con la que se maneja. La también columnista solicitó información a diversas dependencias sobre su paradero y protección. La Presidencia se declaró incompetente para responder, la Secretaría de Hacienda pateó el bote a la Defensa Nacional, la Guardia Nacional dijo no saber nada y, por si fuera poco, la Secretaría de Seguridad calificó la información como “inexistente”.
Curiosamente, el hombre que se jactaba de acabar con los privilegios resulta ser el más privilegiado. Su seguridad está a cargo del Ejército, sus gastos son un misterio y su ubicación es un secreto de Estado.
Si no hay nada que ocultar, ¿por qué ocultarlo?
Mientras tanto, la pregunta sigue en el aire: ¿Dónde está López Obrador?