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Sobre la libertad de pensar, hablar y escribir

Redacción Por Redacción
21 junio, 2025
en Rodolfo Villarreal Ríos
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Rodolfo Villarreal Ríos

 

El tema ha sido a lo largo del tiempo. Hoy, vivimos días en los cuales en nuestro país se realizan ensayos, a varios niveles, para limitar la libertad de expresión. Ello es una muestra del temor que impera entre los miembros de la clase gobernante al momento en que algunos se resisten a expresar puntos de vista que no coinciden con la línea gubernamental.  En lugar de responder con ideas que generen el debate, los dirigentes optan por condenar a los disidentes y tomar medidas represivas. Se asumen como los defensores de las buenas conciencias y emiten disposiciones para castigar a quienes califican como enemigos de la moral y las buenas costumbres. Al ver esto, recordamos un texto que leímos hace tiempo. Se trata de un escrito elaborado por el padre del Liberalismo mexicano, José María Luis Mora Lamadrid, quien lo publicó el 13 de junio de 1827 en El Observador de la República Mexicana 1ª época No. 2, bajo el titulo “Sobre la Libertad de pensar, hablar y escribir”.

Antes de irnos al texto en comento, ubiquémonos en el tiempo. Aún no cumplíamos un sexenio de habernos declarado independientes y ya habíamos pasado por un acto bufo con un tipo de gobierno similar a lo que se combatió para lograr la independencia, el imperio del criollo quien se sintió noble. A ello, siguió un triunvirato. Posteriormente, se emitió la primera Constitución, la de 1824 y se proclamó la Primera República Federal tras de cual se determinó que el Poder Ejecutivo se depositara en una sola persona quien accedería al mismo vía la elección y ocuparía el cargo por cuatro años sin tener derecho a reelección inmediata, podría volver a ocuparlo una vez  trascurridos cuatro años. En ese entorno, José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, Guadalupe Victoria, fue electo como primer presidente de México. Sin embargo, el proyecto de nación seguía en proceso de construcción y uno de los temas que estaban por definir era el de la libertad de expresión, algo que, gracias a la Iglesia Católica, por más de tres siglos no existió en nuestro país. Afortunadamente, no todos los miembros de esa organización eran cerrados de entendederas. Uno de ellos, el doctor Mora, tenía una perspectiva hacia el futuro.

Bajo la premisa anterior, fue que emitió el escrito mencionado en el párrafo primero, mismo que iniciaba: “Si en los tiempos de Tácito era una felicidad rara la facultad de pensar cómo se quería y hablar como se pensaba, en los nuestros sería una desgracia suma, y un indicio poco favorable a nuestra nación e instituciones, se tratase de poner límites a la libertad de pensar, hablar y escribir. Aquel escritor y sus conciudadanos se hallaban al fin bajo el régimen de un señor, cuando nosotros estamos bajo la dirección de un gobierno, que debe su existencia a semejante libertad, que no podrá conservarse sino por ella, y cuyas leyes e instituciones la han dado todo el ensanche y latitud de que es susceptible, no perdonando medio para garantir al ciudadano este precioso e inestimable derecho”. De no haberlo precisado antes, usted, lector amable, podría haberse imaginado que el texto lo escribieron ayer por la mañana,

Asimismo, precisaba que “…se puede exigir con justicia que las leyes sean fielmente observadas, si la libertad de manifestar sus inconvenientes no se halla perfecta y totalmente garantizada. No es posible poner límites a la facultad de pensar; no es asequible, justo ni conveniente impedir se exprese de palabra o por escrito lo que se piensa”.  Quienes creen que han parido la obra cumbre del pensamiento y que nada hay que agregar a sus conceptos no están sino mostrando cuán cortos son de talentos.

El nativo de Chamacuero, Guanajuato no sufrió castraciones intelectuales en el seminario y estaba claro de que “precisamente porque los actos del entendimiento son necesarios en el orden metafísico, deben ser libres de toda violencia y coacción en el orden político. El entendimiento humano es una potencia tan necesaria como la vista, no tiene realmente facultad para determinarse por esta o por la otra doctrina , para dejar de deducir consecuencias legitimas o erradas , ni para adoptar principios ciertos o falsos . Podrá enhorabuena aplicarse a examinar los objetos con detención y madurez, o con ligereza y descuido; a profundizar las cuestiones más o menos, y a considerarlas en todos, o solamente bajo alguno de sus aspectos; el de ver clara o confusamente, o con más o menos perfección el objeto que tenemos a distancia proporcionada. En efecto, el análisis de la palabra conocer, y el de la idea compleja que designa, no puede menos de darnos este resultado”.

Don José María Luis no trataba de encontrar igualdades en donde no existían, y recordaba que   “el conocimiento en el alma es lo que la vista en el cuerpo, y así como cada individuo de la especie humana tiene según la diversa construcción de sus órganos visuales, un modo necesario de ver las cosas, y lo hace sin elección; de la misma manera según la diversidad de sus facultades intelectuales lo tiene de conocerlas. Los hombres serían muy felices, o a lo menos no tan desgraciados, si los actos de su entendimiento fuesen parte de una elección libre; entonces los recuerdos amargos y dolorosos de lo pasado no vendrían a renovar males que dejaron de existir, y no salen de la nada sino para atormentarnos; entonces la previsión de lo futuro no nos anticiparía mil pesares, presentándonos antes de tiempo personas , hechos y circunstancias , que , o no llegaran a existir, o si así fuere, dan anticipadamente una extensión indefinida a nuestros padecimientos; entonces finalmente , no pensaríamos, ni profundizaríamos por medio de la reflexión, las causas y circunstancias del mal presente, ni agravaríamos con ella su peso intolerable” .

El doctor Mora continuaba: “… ¿Cómo, pues, imponer preceptos a una facultad que no es susceptible de ellos? ¿Cómo intentar se cause un cambio en lo más independiente del hombre, valiéndose de la violencia y la coacción? ¿Cómo finalmente colocar en la clase de los crímenes y asignar penas a un acto que por su esencia es incapaz de bondad y de malicia? El hombre podrá no conformar sus acciones y discursos con sus opiniones; podrá desmentir sus pensamientos con su conducta o lenguaje; pero le será imposible prescindir ni deshacerse de ellos por la violencia exterior. Este medio es desproporcionado y al mismo tiempo tiránico e ilegal”. Lo que sigue es algo que los censores de ahora deberían de tener muy presente: “Siempre que se pretenda conseguir un fin, sea de la clase que fuere, la prudencia y la razón natural dictan, que los medios de que se hace uso para obtenerlo le sean naturalmente; de lo contrario se frustrará el designio pudiendo más la naturaleza de las cosas que el capricho del agente. Tal sería la insensatez del que pretendiese atacar las armas de fuego con agua, e impedir el paso de un foso llenándolo de metralla. Cuando se trata, pues, de cambiar nuestras ideas y pensamientos, o de inspirarnos otras nuevas, y para esto se hace uso de preceptos, prohibiciones y penas, el efecto natural es, que los que sufren semejante violencia, se adhieran más tenazmente a su opinión, y nieguen a su opresor la satisfacción que pudiera caberle en la victoria. La persecución hace tomar un carácter funesto a las opiniones sin conseguir extinguirlas, porque esto no es posible”.

Los de ahora olvidan que “los hábitos y costumbres que nos ha inspirado la educación, el género de vida que hemos adoptado, los objetos que nos rodean, y sobre todo las personas con que tratamos, contribuyen, sin que ni aun podamos percibirlo, a la formación de nuestros juicios, modificando de mil formas la percepción de los objetos, y haciendo aparezcan revestidos tal vez de mil formas, menos de la natural y genuina”. Pero sobre todo no razonan algo fundamental, lo que “para este es evidente y que para sencillo lo otro es oscuro y complicado; que no todos los hombres pueden adquirir o dedicarse a la misma clase de conocimientos, ni sobresalir en ellos; que para unos son aptos las ciencias, otros para la erudición , muchos para las humanidades , y algunos para nada; que persona, una misma con la edad varia de opinión, hasta tener por absurdo lo que antes reputaba demostrado; y que nadie mientras  vive es firme e invariable en sus resoluciones , ni en el concepto que ha formado de las cosas . Como la facultad intelectual del hombre no tiene una medida precisa y exacta del vigor con que desempeña sus operaciones, tampoco la hay de la cantidad de luz que para necesita ejercerlas”.

En base a dichas consideraciones, el Liberal mexicano citaba los pensamientos del filósofo, teólogo, defensor del poder eclesiástico y la infalibilidad romana, Nicola Spedalieri, en lo concerniente a “pretender, pues, que los demás se convenzan por el juicio de otro, aun cuando éste sea el de la autoridad, es empeñarse, que en vean y oigan por ojos y que se dejen oídos ajenos; es obligarlos a que se dejen  llevar a ciegas y sin más razón que la fuerza no pueden resistir; es , para decirlo en pocas palabras, y secar todas las fuentes de la ilustración publica destruir anticipada y radicalmente las mejoras que pudieran hacerse en lo sucesivo”

Estamos ciertos de que para la clase gobernante actual que plantea el futuro en base al trapiche, la estufa de leña y la rueca, las palabras que vienen resultaran una afrenta, pero que le vamos a hacer, así pensaban los progresistas de la primera mitad del Siglo XIX quienes se preguntaban: “¿Qué sería de nosotros y de todo el género querido humano, si se hubieran cumplido los votos de los que han atar el entendimiento y poner de pensar limites a libertad? ¿Cuáles habrían sido los adelantos de las artes ciencias, de los las mejoras de los gobiernos, y de la condición de hombres en el estado social? ¿Cuál sería en particular la suerte de nuestra nación? Merced, no a los esfuerzos de los genios extraordinarios que en todo tiempo han sabido sacudir las cadenas que se han querido imponer al pensamiento, las sociedades, aunque sin haber llegado al último grado de perfección, han tenido adelantos considerables. Los gobiernos , sin exceptuar sino muy pocos entre los que se llaman libres , siempre han estado alerta contra todo lo que es disminuir sus facultades y hacer patentes sus excesos. De aquí es que no pierden medio para encadenar el pensamiento, erigiendo en crímenes las opiniones que no acomodan, y llamando delincuentes a los que las profesan. ¿Más han tenido derecho para tanto? ¿Han procedido con legalidad cuando se han valido de estos medios? O más bien ¿han atropellado los derechos sagrados del hombre arrogándose facultades que nadie les quiso dar ni ellos pudieron recibir? Este es el punto que vamos a examinar”.

“Los gobiernos han sido establecidos precisamente para conservar el orden público, asegurando a cada uno de los particulares el ejercicio de sus derechos y la posesión de sus bienes, en el modo y forma que les ha sido prescrito por las leyes, y no de otra manera. Sus facultades están necesariamente determinadas en los pactos o convenios que llamamos cartas constitucionales, y son el resultado de la voluntad nacional; los que las formaron y sus comitentes no pudieron consignar en ellas disposiciones, que por la naturaleza de las cosas estaban fuera de sus poderes, tales como la condenación de un inocente, el erigir en crímenes acciones verdaderamente laudables como el amor paternal; ni mucho menos sujetar a las leyes acciones por su naturaleza incapaces de moralidad, como la circulación de la sangre, el movimiento de los pulmones, etc. De aquí es que para que una providencia legislativa, ejecutiva o judicial sea justa, legal y equitativa, no basta que sea dictada por la autoridad competente, sino que es también necesario que ella sea posible en sí misma, e indispensable para conservar el orden público. Veamos pues si son de esta clase las que se han dictado o pretendan dictarse contra la libertad del pensamiento”. Lástima que la clase gobernante actual sea poco propicia a lecturas, más allá del el folletín, que las invite a la reflexión.

“Que las opiniones no sean libres y de consiguiente incapaces de moralidad, lo hemos demostrado hasta aquí; réstanos solo hacer ver que jamás pueden trastornar el orden público, y mucho menos en el sistema representativo. En efecto, el orden público se mantiene por la puntual y fiel observancia de las leyes, y esta es muy compatible con la libertad total y absoluta de las opiniones. No hay cosa más frecuente que ver hombres a quienes desagradan las leyes y cuyas ideas les son contrarias; pero que al mismo tiempo no solo las observan religiosamente , sino que están íntimamente convencidos de la necesidad de hacerlo. Decir esta ley es mala, tiene estos y los otros inconvenientes; no es decir, no se obedezca ni se cumpla; la primera es una opinión, la segunda es una acción; aquella es independiente de todo poder humano, esta debe sujetarse a la autoridad competente. Los hombres tienen derecho para hacer leyes, o lo que es lo mismo, para mandar que se obre de este o del otro modo; pero no para erigir las doctrinas en dogmas, ni obligar a los demás a su creencia. Este absurdo derecho supondría o la necesidad de un símbolo o cuerpo de doctrina comprensivo de todas las verdades, o la existencia de una autoridad infalible a cuyas decisiones debería estarse. Nada hay sin embargo más ajeno de fundamento que semejantes suposiciones. Más como podría haberse formado el primero, ni quien sería tan presuntuoso y audaz que se atreviese a arrogarse lo segundo?”. En estos tiempos, el doctor Mor tendría que ver en qué red social encontraba cabida, pues en los medios tradicionales le negarían cualquier espacio.

El Liberal guanajuatense citaba al archivista e historiador francés, Pierre Claude François Daunou, quien estableciera que cuando “un cuerpo de doctrina supone que el entendimiento humano ha hecho todos los progresos posibles, le prohíbe todos los que le restan, traza un circulo alrededor de todos los conocimientos adquiridos, encierra inevitablemente, se opone al desarrollo de las ciencias, de las artes y de todo género de industria. Ni ¿quién sería capaz de haberlo formado? Aun cuando para tan inasequible proyecto se hubiesen reunido los hombres más celebres del universo, nada se habría conseguido; regístrense sino sus escritos, y se hallaran llenos de errores a vuelta de algunas verdades con que han contribuido a la ilustración publica. La mejora diaria y progresiva que se advierte en todas las obras humanas, es una prueba demostrativa de que la perfectibilidad de sus potencias no tiene término, y de lo mucho que se habría perdido en detener su marcha, si esto hubiera sido posible”. Nadie puede negar que las ideas excelsas llevan implícitas la prueba y el error.

El doctor Mora reconocía que no era de esperarse que ningún gobierno alardeara “su incapacidad de errar. Ellos y los pueblos confiados a su dirección están demasiado ilustrados para que puedan pretenderse y acordarse semejantes prerrogativas. Más si los gobiernos están compuestos de hombres tan falibles como los otros, por qué principio de justicia, o con qué título legal se adelantan a prescribir o prohibir doctrinas? ¿Cómo se atreven a señalarnos las opiniones que debemos seguir, y las que no nos es permitido profesar? ¿No es este un acto de agresión de efecto inasequible y que nada puede justificarlo? Sin duda. Él sin embargo es común, y casi siempre sirve de pretexto para clasificar los ciudadanos y perseguirlos enseguida. Se les hace cargo de las opiniones que tienen o se les suponen; y estas se convierten en un motivo de odio y detestación”. Pero la clase gobernante tiende a cegarse por la inmediatez y piensa que su poder será eterno. Olvidan que si bien “de este modo se perpetúan las facciones, puesto que el dogma triunfante algún día llega a ser derrocado, y entonces pasa a ser crimen el profesarlo. Así es como se desmoralizan las naciones, y se establece un comercio forzado de mentiras que obliga a los débiles a disimular sus conceptos, y a los que tienen alma fuerte los hace el blanco de los tiros de la persecución”.

El sacerdote Liberal se preguntaba: “¿Será licito manifestar todas las opiniones? ¿No tiene la autoridad derecho para prohibir la enunciación de algunas? ¿Muchas de ellas que necesariamente deben ser erradas no serán perjudiciales?” Como respuesta enunciaba: “Sí, lo decimos resueltamente, las opiniones sobre doctrinas deben ser del todo libres. Nadie duda que el medio más seguro, o por mejor decir el único, para llegar al conocimiento de la verdad, es el examen que produce una discusión libre; entonces se tienen presentes no solo las propias reflexiones sino también las ajenas, y mil veces ha sucedido que del reparo y tal vez del error u observación impertinente de alguno, ha pendido la suerte de una nación. No hay entendimiento por vasto y universal que se suponga, que pueda abrazarlo todo ni agotar materia alguna; de aquí es que todos y en todas materias, especialmente las que versan sobre gobierno, necesitan del auxilio de los demás, que no obtendrán ciertamente, si no se asegura la libertad de hablar y escribir, poniendo las opiniones y sus autores a cubierto de toda agresión que pueda intentarse contra ellos por los que no las profesan. El gobierno pues no debe proscribir ni dispensar protección a ninguna doctrina; esto es ajeno de su instituto, él está solamente puesto para observar y hacer que sus súbditos observen las leyes”. Y nosotros nos preguntamos: ¿Por qué se les obnubilan las entendederas a los miembros de la clase gobernante actual y en lugar de utilizar el garrote, metafóricamente hablando, no optan por un dialogo razonado? ¿Acaso hay escases de elementos para enfrentar una opinión diversa?

El doctor Mona no dejaba de reconocer “…que entre las opiniones hay y debe haber muchas erróneas, lo es igualmente que todo error en cualquiera línea y bajo cualquier aspecto que se le considere es perniciosísimo; pero no lo es menos que las prohibiciones no son medios de remediarlo; la libre circulación de ideas, y el contraste que resulta de la oposición, es lo único que puede rectificar las opiniones. Si a alguna autoridad se concediese la facultad de reglarlas, esta abusaría bien pronto de semejante poder; ¿y a quien se encargaría el prohibirnos el error? ¿Al que está exento de él? más los gobiernos no se hallan en esta categoría; muy al contrario: cuando se buscan las causas que más lo han propagado y contribuido a perpetuarlo, se encuentran siempre en las instituciones prohibitivas. Por otra parte, si los gobiernos estuviesen autorizados para prohibir todos los errores y castigar a los necios, bien pronto faltaría del mundo una gran parte de los hombres, quedando reducidos los demás a eterno silencio. Se nos dirá que no todas las opiniones deben de estar bajo la inspección de la autoridad; pero si una se sujeta, las demás no están seguras; las leyes no pueden hacer clasificación precisa ni enumeración exacta de todas ellas”.

“Así es que semejante poder es necesariamente arbitrario, y se convertirá las más veces en un motivo de persecución…” Ahora que “…si se quiere dar crédito a una doctrina, no se necesita otra cosa que proscribirla. Los hombres desde luego suponen… que no se puede combatirla por el raciocinio, cuando es atacada por la fuerza. Como el espíritu de novedad, y el hacerse objeto de la expectación publica, llamando la atención de todos, es una pasión tan viva, los genios fuertes y las almas de buen temple, se adhieren a las doctrinas proscriptas más por vanidad que por convicción, y en ultimo resultado un despropósito, que tal vez habría quedado sumido en el rincón de una casa, por la importancia que le da la persecución, declina en secta que hace tal vez vacilar las columnas del edificio social”.

Como si fuera una reflexión del presente, don José María Luis escribía: “¿Pero el descredito de las leyes no las hace despreciables, y anima a los hombres a infringirlas privándolas de su prestigio? ¿Y no es este el resultado de la crítica libre que se hace de ellas? Cuando las leyes se han dictado con calma y detención; cuando son el efecto de una discusión libre, y cuando el espíritu de partido y los temores que el infunde en los legisladores no han contribuido a su confección, haciendo se pospongan los intereses generales a los privados por motivos que les son extrínsecos; es muy remoto el temor de semejantes resultados; más para precaverlo los gobiernos deben estar muy alerta, y no perder de vista la opinión pública, secundándola en todo. Esta no se forma sino por una discusión libre , que no puede sostenerse cuando el gobierno o alguna facción se apoderan de la imprenta, y condenan sin ningún genero de pudor a todos los que impugnan los dogmas de la secta, o ponen en claro sus excesos y atentados. Por el contrario cuando se procede sin prevención y de buena fe, cuando se escucha con atención e imparcialidad, todo lo que se dice o escribe a favor o en contra de las leyes, se está ciertamente en el camino de acertar. Jamás nos cansaremos de repetirlo, la libertad de opiniones sobre doctrina nunca ha sido funesta a ningún pueblo; pero todos los sucesos de la historia moderna acreditan hasta la última evidencia los peligros y riesgos que han corrido las naciones, cuando alguna facción ha llegado a apoderarse de la imprenta, ha dominado el gobierno, y valiéndose de él, ha hecho callar por el terror a los que podían ilustrarlo”.

Para concluir indicaba: “Pero los gobiernos no escarmientan a pesar de tan repetidos ejemplos. Siempre fijos en el momento presente descuidan del porvenir. Su principal error consiste en creer que todo lo pueden, y que basta insinuar su voluntad para que sea pronta y fielmente obedecida. Tal vez vuelven sobre sí cuando ya no hay remedio, cuando se han desconceptuado y precipitado a la nación en un abismo de males. Concluimos pues nuestras reflexiones recomendando a los depositarios del poder se persuadan, que cuando erigen las opiniones en crímenes, se exponen a castigar los talentos y virtudes, a perder el concepto, y a hacer ilustre la memoria de sus víctimas”.

Esos eran los conceptos que vertía el padre del Liberalismo mexicano, una doctrina basada no únicamente en la libertad económica sino, también, en la de pensar, hablar, escribir. Los de ahora proclaman ser Liberales. Sin embargo, aun cuando se bañen en fragancias caras, no pueden ocultar el  tufo a georgiano rancio. vimarsich53@hotmail.com

Añadido (25.25.87) Si hay por ahí algún adulto quien crea que las manifestaciones en Los Ángeles y las ocurridas, el sábado anterior, en ciudades diversas de los EUA son espontáneas, muy recomendable sería que el 24 de diciembre, o el 5 de enero, se fueran a dormir muy temprano. En caso de desoír la recomendación, ni Santa Claus o los Santos Reyes van a dejarles sus regalitos. Y, por favor, no olviden colocar los zapatitos bien lustrados junto al árbol o el nacimiento.

Añadido (25.25.88) Con el fango brotándole hasta por las orejas, el españolito, Pedrito Sánchez, lucía muy horondo cuando los diputados del PSOE le tributaron una ovación puestos de pie. La gavilla entera estaba muy orgullosa de los logros del jefe, ¿El aplauso sería por mostrarse equitativo a la hora del reparto?

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