José Luis Parra
Otra vez el diluvio, y otra vez la desgracia con sabor a oportunidad política. En cinco estados de la república –donde la lluvia fue más cruel que Dios en lunes–, la escena se repite como si fuera guion viejo: pobladores arrasados, autoridades en fuera de lugar, promesas al aire y un puñado de tambos… pero de saliva.
Las lluvias, esas que nadie avisó –o no quisieron avisar–, sorprendieron a todos: ciudadanos, gobiernos, y hasta a los profetas del clima que esta vez ni por error le atinaron al desastre. Se repite la escena que vimos con Otis en Guerrero, cuando un ciclón partió en dos a Acapulco y a AMLO le pareció que un tuit era alerta suficiente. Qué considerado. Total, un aviso de 280 caracteres es lo mínimo que merece el pueblo.
La desgracia es pareja, pero la raja política no.
Porque ni tarda ni perezosa, la clase política saca su libreta de apuntes para ver cómo le puede sacar jugo a la tragedia. A ver a quién culpa, a quién ignora y, sobre todo, cómo puede pedir el voto sin que se note tanto el cinismo.
Sin memoria y sin vergüenza
Los funcionarios, esos mismos que hoy no recuerdan si eran gobierno o asistentes al desastre, serán los primeros en volver con sonrisas plásticas a pedir el voto. ¿Con qué cara? Con la misma que usaron para tomarse selfies mientras inauguraban eventos inútiles en plena emergencia. En Guerrero, uno de ellos andaba cortando listones mineros horas antes del azote. A tiempo, pero solo para salir corriendo a zona segura.
Ya ni se esconden.
Y eso es lo más triste: cada año lo mismo. Cada lluvia es una lección no aprendida. La población lo pierde todo, y lo único que recibe son promesas, censos, discursos y una que otra despensa caduca que los Siervos de la Nación llevan para posar ante la cámara.
A eso se reduce la respuesta institucional: a un censo. Porque a falta de ayuda real, el gobierno siempre tendrá una libreta para anotar nombres.
Larrea sí, el gobierno… ya veremos
En medio del desmadre, el empresario Germán Larrea y su Grupo México hacen lo que deberían estar haciendo las instituciones: organizar ayuda, recoger donaciones, tender la mano. Y eso que hace poco el gobierno lo dejó vestido y sin Banamex.
Quizá por eso se mueve, por vergüenza o por revancha, pero al menos se mueve. ¿Responderá Chico Pardo con la misma urgencia solidaria? ¿O seguirá contemplando las ruinas desde su burbuja de cristal bancario?
Se supone que en momentos así, el Estado debería liderar la reconstrucción. Pero da la impresión de que prefiere delegar la compasión a empresarios y asociaciones civiles, mientras sus operadores políticos afinan los discursos para cuando llegue el momento de cosechar votos.
La gente no olvida
La diferencia entre prometer y cumplir, en estos casos, es letal. Porque los damnificados –los que lo perdieron todo y no tienen tiempo para esperar el próximo tuit del presidente– tienen memoria. Y esa memoria va a explotar en la próxima jornada electoral.
La furia mojada de esos pueblos será boleta en mano. Y entonces sí, a ver qué excusa inventan.
La política mexicana tiene una enorme capacidad para disfrazar la indolencia de estrategia. Y mientras eso ocurra, el país seguirá esperando ayuda que no llega, respuestas que no existen, y gobiernos que solo despiertan cuando la desgracia se vuelve viral.